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domingo, 23 de julio de 2017

¿Quién protege a Julio De Vido? Por Ernesto Tenembaum/ infobae

¿Quién protege 

a Julio De Vido?

Por / infobae

El ex ministro de Planificación Julio de Vido, en su actual banca en la Cámara de Diputados

Ciertos episodios son tan dramáticos que sus fechas merecen transformarse en un símbolo de algunos cambios de época. Eso sucede, por ejemplo, con el 22 de febrero de 2012, el día que sucedió la tragedia de Once. Cristina Fernandez había sido, pocos meses antes, reelecta por una mayoría abrumadora. "Cristina eterna" era la consigna del momento. Todo eso se esfumó rápidamente debajo de los cadáveres, los hierros retorcidos, el dolor infinito de los familiares y las respuestas cínicas de quienes conducían el país. Desde entonces, surgió de la nada un poderoso movimiento de resistencia civil, muy motivado por una consigna muy cierta que, en Once, se pudo corporizar: la corrupción mata. Nunca hay un solo motivo por el cual las cosas cambian, pero algunos hechos son determinantes.

"Cristina Fernández encabeza una campaña que consiste en exponerse lo menos posible para que no se discuta su Gobierno"

El responsable político de lo que ocurrió en Once se llama Julio De Vido. La política de Estado que derivó en esa tragedia fue sostenida por él entre 2003 y 2012. Esto no es una arbitrariedad: son las conclusiones a las que llegaron todos los fiscales y tribunales de Justicia que investigaron el tema. En abril de 2016, De Vido fue procesado por un juez, en respuesta a una orden directa del Tribunal Oral que había entendido en el caso. De Vido gritó, pateleó, amenazó, dijo que la historia lo absolverá, sostuvo que era víctima de una persecución fascista. Pero jamás se avergonzó ni pidió perdón: una persona de bien habría perdido el sueño para siempre, al menos ante la sensación de no haber hecho lo suficiente.

Cristina Fernández encabeza en estos días una inteligente campaña que consiste en exponerse lo menos posible para que no se discuta su Gobierno sino el actual. Sin embargo, el caso De Vido permite inferir cuánto reflexionó de todo lo que sucedió, qué autocríticas realizó, qué cosas diferentes haría si le tocara volver al poder.

Julio De Vido, Cristina Kirchner y José López (Télam)

Este miércoles la Cámara de Diputados de la Nación decidirá si expulsa a De Vido. Ese debate nunca hubiera sucedido si no ocurría un hecho previo: la inclusión del ex ministro como candidato a diputado en las elecciones de 2015 por Buenos Aires. Y eso ocurrió por la decisión de una única persona. Así como hizo candidato a presidente a Daniel Scioli, o respaldó la candidatura a gobernador de Anibal Fernández, fue Cristina la que decidió proteger a Julio De Vido, al incluirlo en una lista sábana. Si el bloque de diputados kirchnerista no lo expulsó de su seno, y si el miércoles votará para salvarlo, vuelve a ser decisión de una persona: Cristina Fernández.

Para los familiares de las víctimas esa decisión fue un cachetazo, uno más. El culpable de las muertes de sus hijos, hermanos o padres sería premiado con una diputación. Desde el mismo 22 de febrero de 2012, Cristina acumula gestos ofensivos hacia las víctimas: primero el prolongado silencio, luego el "vamos por todo" en su primera aparición, en Rosario, más tarde el chistecito en Once ("Vámonos rápido porque viene una formación y nos lleva puestos") y nunca una autocrítica, ni un gesto piadoso. La inclusión de De Vido en las listas en 2015 fue una nueva parada en ese camino tan cruel: ¿qué dice de Cristina el paraguas que abre sobre su ex ministro en estos días?

 "La Cámara de Casación Penal se especializa en cajonear causas sensibles"

Para quienes son legisladores, existe en la Argentina un sistema de protección muy aceitado. Hace veintitrés años, Tato Bores lo explicó de esta manera: "Vos podés ir en cana por cualquier motivo. Incluso podés ir en cana sin ningún motivo. Pero por corrupto, jamás. El que sí va en cana es el ladrón de gallinas. Pero el otro, el grande, el grande nunca: pilas de denuncias, montones de defraudaciones, procesados a carradas, ¡y un solo tipo en cana! ¡Uno solo! Y si alguien opina que un preso es poco, los voceros del Gobierno explican que los ilícitos denunciados están en manos de la Justicia que, como todo el mundo sabe, ¡es sacrosanta! …Con lo cual están convirtiendo a Tribunales en una especie de gran tacho de Manliba donde llevan lo que está podridito para que ahí le pongan una tapa, no sea cosa que se desparrame el olor. Y como mientras la señora Justicia no se expida, son inocentes, no importa si están procesados, sospechados o imputados. Ellos siguen como funcionarios o incluso pueden ser ascendidos".

En ese sistema, cumple un rol central la Cámara de Casación Penal. Sus jueces no son conocidos. Y se especializan en cajonear causas sensibles. Otra vez, la tragedia de Once sirve para entender. En diciembre de 2015, un tribunal oral condenó a empresarios y altos funcionarios por ese hecho. Desde entonces, el expediente no se mueve. Muchos de los condenados tienen enorme poder económico. No los absuelven, no los condenan: dejan que pase el tiempo. Y se trata de 51 muertos. Uno puede imaginarse lo que ocurre con los delitos menores.

Por eso, si alguien poderoso quiere proteger a un socio, a un cómplice, o a un amigo, lo incluye en una lista de legisladores. En provincias pequeñas  se eligen dos o tres diputados y todos son visibles. En cambio, en las numerosas listas bonaerenses se cuela cualquier cosa: el responsable político de la tragedia de Once, por ejemplo. Nadie lo votó. Solo está ahí por decisión de Cristina. Y por eso mismo, mientras ella se mantiene en silencio, su gente se esmera por protegerlo.

Lo llamativo del caso es la obediencia, que entre los kirchneristas bate records: pocos movimientos políticos en la historia ha sido integrados por gente tan propensa a agachar la cabeza. Los dirigentes de La Cámpora, por ejemplo, se ven a sí mismos como los líderes de una fuerza destinada a transformar la sociedad. Pero ahí están: protegiendo a De Vido. Axel Kicillof, entre sus méritos, cuenta el de haber desarmado muchos negocios armados por Julio De Vido. Él, más que nadie, sabe de qué se trata. Jorge Taiana es un hombre con un recorrido propio, inclusive en el área de derechos humanos. Todos obedecen y callan.

El 22 de febrero de 2012, la Tragedia de Once dejó más de 50 muertos: la Justicia señala a Julio de Vido como responsable

El 22 de febrero de 2012, la Tragedia de Once dejó más de 50 muertos: la Justicia señala a Julio de Vido como responsable
El 22 de febrero de 2012, la Tragedia de Once dejó más de 50 muertos: la Justicia señala a Julio de Vido como responsable
El 25 de mayo de 2003, en su discurso de asunción, Nestor Kirchner hizo un fuerte alegato contra la corrupción. "No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda sospecha sobre ellas", dijo. El miércoles pasado, en medio del debate sobre De Vido, Diana Conti tuvo un rapto de sinceridad. "Dan asco -gritó Conti-. Me da asco cómo nos tiramos en la cara indignidades y desprestigiamos a la política. El que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Somos nosotros mismos, los dirigentes políticos, los que queremos estar en el mismo lodo y hacerle creer a la opinión pública que ese lodo enloda solo a un legislador nacional. Todos sabemos que es mentira". O sea: hay que proteger a De Vido porque todos los demás son como él. Conti es una mujer inteligente: es raro que no se dé cuenta quién, en realidad, construye la antipolítica.

De aquel discurso de Kirchner a este de Conti se puede percibir la degradación de un sueño, si es que este existió alguna vez. En el camino, es posible recordar frases como ecos. "La política es así: denunciar la corrupción es la antipolítica". "Todos los gobiernos tienen ladrones, no hay que sorprenderse por ello". "La verdadera corrupción es la del poder económico". "Si nuestros políticos no robaran, la política sería solo para los poderosos". "El que denuncia la corrupción es cómplice de la dictadura". "Si un juez no condena, quiere decir que el acusado es inocente; pero si el juez condena, quiere decir que el juez es culpable". Los argumentos para defender la corrupción se han transformado en un verdadero corpus teórico que el kirchnerismo incorporó a la cultura política argentina.

Lo que está ocurriendo en estos días puede tener derivaciones. Dentro del oficialismo: ha crecido mucho la figura de Elisa Carrió y, con ella, el discurso contra la corrupción y las mafias. A falta de otros logros, Mauricio Macri machaca por ahí. Eso podría generar un efecto en cascada. Si le da rédito, Macri tendrá que ser fiel a su discurso, con una presencia muy estricta a su lado, la de Carrió. Muchas personas perderán su tranquilidad. Los jueces sentirán esa presión. Alguna vez las cosas cambian y lo hacen de manera sorpresiva: nadie sabe cuándo va a suceder. O también que se repita un clásico. En su libro La conspiración de la fortuna, el méxicano Hector Aguilar Camín escribió: "Cada cierto tiempo, después de una revuelta fallida, de un motín o de un cambio de Gobierno, el país y sus gobernantes sentían la necesidad de quemar un puñado de infidentes en la hoguera de la indignación pública. Los dueños del poder daban así una prueba de rigor contra el abuso, con bajo costo para ellos y alto para sus rivales".

Sea como fuere, el caso De Vido -como también su respaldo a la represión en Venezuela- explican por qué, para CFK, la mejor estrategia de campaña consiste en pasar desapercibida, no decir lo que piensa, disimular lo más posible y que la torpe gestión de Macri haga lo suyo.

jueves, 14 de mayo de 2015

Por qué Fayt es culpable por Ernesto Tenembaum, Periodista

Ernesto Tenembaum, Periodista

Por qué Fayt es culpable

Ernesto Tenembaum, Periodista
 Por qué Fayt es culpable
Por qué Fayt es culpable
No fue cómplice de la dictadura. No hay una foto, una declaración, un gesto suyo de cercanía con los militares.
Nadie le descubrió una fortuna incalculable y, menos que menos, una que no pueda justificar.
No compró terrenos fiscales a precio vil.
Nunca defendió la idea de que se necesitaba matar gente para que la Argentina fuera un lugar más justo.
No escapó jamás de un pedido de captura por parte de un juez.
No acusó a nadie de homosexual, de drogadicto o de cómplice de la dictadura para triunfar en una pelea menor.
No lucró gracias al desalojo de personas humildes.
No intentó comprar una imprenta de billetes con plata del Estado, ni participó de la administración fraudulenta de un plan para construir viviendas sociales.
No usó anillos de brillantes, ni debió realizar un acuerdo judicial para frenar un proceso abierto cuando se descubrió que tenía prostíbulos en sus varios departamentos, ni fue ñoqui del Senado.
No fue menemista, cuando todos los trepadores lo eran.
No fue duhaldista, cuando todos los trepadores lo eran.
No fue kirchnerista, cuando todos los trepadores lo eran.
Es más: cuando en la Corte había jueces que constituían la mayoría automática de Menem, él resistió. Sus votos en minoría durante esos años son realmente ejemplares. Falló, por ejemplo, en contra de un per saltum famoso que destrabó la privatización irregular de Aerolíneas Argentinas, a favor de otorgar personería jurídica a la Comunidad Homosexual Argentina, a favor de trabajadores que reclamaban actualización de haberes por considerar que era inconstitucional la eliminación de la indexación dispuesta por la dictadura, a favor de la reposición en su puesto de docentes despedidos por la misma dictadura, en defensa del fiscal Ricardo Molinas, que había sido destituido de manera irregular por investigar hechos de corrupción. Fue el único ministro que defendió la resolución de un juez que impedía los despidos en SOMISA, dispuestos por el menemismo como paso previo a su privatización. Sostuvo que la Federal no podía aplicar arbitrariamente los edictos policiales, sin asistencia letrada para la víctima. Y postuló que la tenencia de droga para consumo no debía ser penada.
Por eso, cuando luego del 2003 se inició un proceso virtuoso de renovación de la Corte Suprema, nadie le pidió que se fuera, y ya tenía más 80 años.
Fayt es un caso extraño. Se trata de una persona que ocupó un cargo público de alta exposición durante más de tres décadas y no le pueden encontrar otro pecado que uno biológico: haber cumplido años. Las diferencias de estatura política y moral entre Fayt y quienes lo acusan es tan enorme, que tal vez en ese contraste, más aún que en la enfermiza ambición de poder, se pueda encontrar alguna causa del ensañamiento de estos días.
La primera que lo denunció por viejo fue la presidenta de la Nación en julio de 2013. Estaba peleada con la Corte porque no le dejaba pasar un proyecto de reforma judicial por el cual los jueces serían elegidos en las boletas de los partidos políticos, o sea, que quien ganara la elección se quedara con la Justicia. Entonces, Cristina Fernández calificó a Fayt en Twitter de "juez centenario". A los pocos días, Justicia Legítima organizó un acto frente a Tribunales. Allí fueron, entre otros, los diputados oficialistas Héctor Recalde y Carlos Kunkel y había colectivos y una gran muchachada con remeritas de La Cámpora. Antes del primer orador, se realizó sobre la tarima una representación artística donde aparecía un juez decrépito, que se movía con un andador y al que dos asistentes le pasaban el plumero y ayudaban a limpiarse los mocos.
Así trataron a Fayt, sin que ni la Presidenta, ni ningún ministro, ni ningún integrante de Justicia Legítima, ni los prestigiosos Raúl Zaffaroni, Horacio Verbitsky, Carlos Arslanian o Julio Maier, dijeran una palabra sobre el asunto. Fue un silencio parecido al que se produjo luego de que un sector del kirchnerismo juzgara en plaza pública a Magdalena Ruiz Guiñazú por complicidad con una dictadura a la que, en realidad, había denunciado, o cuando un grupo de barras bravas contratados por Guillermo Moreno, rompió a sillazos la presentación de un libro que, justamente, denunciaba a las patotas del Indec.
El operativo de estos días se inició el 3 de mayo cuando Verbitsky opinó que Fayt no entendía lo que firmaba. Para sostener esa afirmación, no aportó un testimonio de un médico, o de un familiar, o una radiografía, un análisis de sangre, un fallo disparatado, una filmación. Era solo su palabra. Algo que alguien dice. Verbitsky fue desmentido por la hija del juez. Pero el jefe de Gabinete amplificó esa versión, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo calificó como ‘momia’ a Fayt y el periodismo oficialista se sumó, militante como siempre, al coro. Por si fuera poco, un grupo de diputados se constituyó en una especie de tribunal popular sanitario para determinar si Fayt está lúcido o no. En los viejos regímenes stalinistas de Europa del Este, se solía decretar que los disidentes estaban locos y se los encerraba. En este caso, se trata de una mueca triste, un reflejo del enojo de una Jefa que, con cierta periodicidad, pierde las proporciones y nadie, en su entorno ni en su fuerza política, le resiste los caprichos.
Todo se puede discutir: la edad límite para ser ministro de la Corte, el estado de salud mental de un Presidente, con cuántos años se debe jubilar un profesor de la UBA, qué hacer con un vicepresidente procesado y como deben variar los exámenes de conducir a medida que uno envejece. Es probable que 97 años sean demasiados para que alguien ocupe un cargo tan sensible. Pero también puede ocurrir que, a esa edad, haya personas lúcidas que no deseen retirarse. Para evitar subjetividades, la sociedad democrática eligió el estado de derecho. Si la ley establece determinados mecanismos para remover a alguien, esos son lo que se deben aplicar. Pero hay leyes no escritas: humillar a una persona mayor, solo por la edad que tiene –o a cualquiera, por lo que sea– no parece ser un método que distinga a quienes lo aplican.
Fayt seguirá en el cargo hasta que él quiera porque el Gobierno no tiene los dos tercios de ambas cámaras para tirarlo por la ventana. Salvo que lo quiebren, o que la presión de estos días deteriore radicalmente su salud. Por eso, todo lo que pasó refleja una dosis apreciable de torpeza política. Pero lo que más sorprende no es eso, sino la vocación de tanta gente por ser fuerza de choque y la de tanta otra por el silencio ante la prepotencia y el intento de humillación de personas íntegras.
La así llamada ‘década ganada’ está plagada de episodios tan elegantes como este donde la lucidez no es lo que abunda. Y el culpable de que eso haya sido así no es, justamente, el juez Carlos Fayt.
En todo caso, alguien que, en este país tormentoso, solo tiene la culpa de cumplir años es una honrosa excepción.

viernes, 8 de noviembre de 2013

La Grandeza de Magdalena y la poca memoria de Hebe.. por Ernesto Tenembaum

 La Grandeza de Magdalena y la poca memoria de Hebe.. 
por Ernesto Tenembaum
 
Es una pena que no se haya inventado aún la manera de añadirle audio a una revista porque, entre otras cosas, usted podría escuchar la voz de ambas, mucho más jóvenes. Se trata de un archivo conmovedor de la transición democrática: Magdalena Ruiz Guiñazú conversa con Hebe Pastor de Bonafini en marzo de 1984. Le da espacio para que denuncie que los canales del oficialismo se resisten a darles espacio a las Madres de Plaza de Mayo y editorializa con énfasis a favor de que ello suceda. Búsquelo: con teclear “Bonafini Ruiz Guiñazú” en YouTube, aparece en segundos. “Nadie en el país puede dejar de saber lo que significan los pañuelos blancos”, dice MRG.
Sobre el final de la nota, Hebe de Bonafini pide agregar algo. Su voz suena nítida y agradecida.
–Siempre recordamos con mucho afecto que usted, como mujer, fue de las primeras que habló de las Madres por la radio. Eso no lo olvidamos nunca.
Magdalena, en ese 1984, integraba la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, que había conformado el gobierno de Raúl Alfonsín para producir un informe sobre la represión ilegal y que produjera el mítico libro Nunca Más. Era tiempos difíciles: no denunciaba a la dictadura treinta años después ni se golpeaba el pecho, sino que aportaba su trabajo riguroso y valiente para denunciar los crímenes cuando el poder militar aún existía y tantos, pero tantos, se borraban. Luego de eso denunció como periodista las leyes de punto final y obediencia debida, y posteriormente el indulto de Carlos Saúl Menem, con cuyo gobierno nunca tuvo relación alguna. En los años noventa, Ruiz Guiñazú firmó todas las declaraciones en solidaridad con los periodistas que eran querellados por la gestión menemista y dio lugar en su programa de radio a todas las denuncias de corrupción contra el régimen de esos años.
En mi casa, cuando yo era pibe, me despertaba sobresaltado porque mis viejos escuchaban su programa en un volumen, digamos, bastante alto. Por eso, escuché las veces que mencionaba la existencia de desaparecidos. Es algo que aún, tantos años después, me estremece. Conozco tanto periodista menor que teme decir palabras de más para no perder un auspicio de dos mil pesos, tanto periodista militante que no se atreve a formular una pregunta de más cuando le ponen un ministro enfrente: no imagino cómo alguien tuvo la valentía de decir esas cosas por radio siendo la madre de cinco hijos muy pequeños. Eduardo Aliverti compartía el estudio de Magdalena: pregúntenle a él qué hizo ella durante la dictadura.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Las vueltas de la vida. Por : Ernesto Tenembaum

Por : Ernesto Tenembaum

Los periodistas políticos jugamos muchas veces a analizar qué puede pasar en el futuro como si tal cosa fuera posible, como si los cabos atados fueran más que los elementos sorpresivos e impresvisibles de la vida misma. Hago está aclaración solo para que no se tomen demasiado en serio las línea que vienen. Solo es un juego, una forma de entretenimiento que quizá ayude a percibir algunos rasgos centrales de lo que viene después del 27 de octubre pero con dos condiciones: que no se olvide nunca que es un juego, y que se entienda que decir "lo más probable es que" o "lo más improbable es que" no significa afirmar mucho más que pronunciar el famoso "probabilidades de lluvia" del servicio meteorológico nacional.

Así las cosas, las encuestas de estos días empiezan a reflejar un acortamiento sensible de la distancia entre Sergio Massa y Martín Insaurralde. Hay unanimidad entre los encuestadores en que eso no alcanzará para dar vuelta la elección. Yo creo que eso es lo más probable: que Massa gane. Pero si el FPV consigue, digamos, un porcentaje superior al 35 por ciento en la provincia de Buenos Aires, con un candidato tan débil como Insaurralde, Cristina quedará bastante entera como líder político y como factor muy influyente en las elecciones que vienen.

La pregunta, entonces, es: ¿tiene el kirchnerismo posibilidades de sobrevivir en el poder luego del 2015?. Eso depende de varios factores pero sobre todo de dos. 

El primero es que al Gobierno le funcione la nueva estrategia económica de conseguir fondos por vía del endeudamiento y de "arreglar" con los acreedores. Fracasado el blanqueo, el Gobierno decidió recorrer caminos que antes repudiaba. Eso puede darle aire para que la economía mejore las magras perspectivas para los dos próximos años, un poco más de nafta luego de haber gastado tantos recursos en la campaña. El problema es que, cada vez que desde el Ministerio de Economía se impulsaron estos arreglos, tarde o temprano, generaron contradicciones internas dentro del Gobierno y se frenaron. Ese stop-go entre la ideología y el pragmatismo fue un clásico de estos años, un componente del ADN kirchnerista. Superar, aunque sea temporalmente, ese tironeo es uno de los desafíos de los dos años que vienen.

El segundo factor que deben superar es la incapacidad kirchnerista para generar candidatos propios que no se lleven el apellido Kirchner. O sea: lograr que ocurra lo que pasó en Uruguay, donde a Tabaré lo siguió Mujica, o en Brasil, donde Lula logró instalar a Dilma en el poder. El kirchnerismo no logró poner un candidato propio ni siquiera en Santa Cruz. En general, sus relaciones con los candidatos que apoyan no son armónicas y terminan enfrentados aun con sus propios delfines: el caso Santa Cruz, donde se llevaron pésimo con todos los gobernadores, es muy categórico al respecto. Es otro rasgo del ADN. ¿Podrá Cristina cambiar eso a esta altura de la vida y respaldar con generosidad a Uribarri, por ejemplo? Más allá en el tiempo: ¿si esa experiencia es exitosa, sobrevivirá esa relación o un candidato de CFK en la Casa Rosada terminará rompiendo con ella como ella y Nestor lo hicieron con Duhalde?

O sea: si logra nafta para poner en el tanque de la economía y encontrar un candidato propio con el que no se peleen en dos meses, dado el repunte de estos días, el kirchnerismo tiene una posibilidad de continuar en el poder. Será una ruta escarpada pero no imposible. 

Cualquiera que siga este blog podrá ver que, desde agosto, aquí se sostiene lo mismo. CFK, aun debilitada, sigue siendo una líder de un importante sector de la población. Esas cosas no desaparecen de un día para el otro, ni de una vez para siempre. Aun fuera del poder --tras un triunfo de Scioli, o Massa, o Cobos, o Macri-- estará expectante. Kirchneristas y antikirchneristas deberán compartir el mismo país durante muchos años. No me parece que esa pelea se defina por Knock Out en el 2015.

Es lo más probable, bah.

No me tomen demasiado en serio.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Las miserias del fanatismo. Por Ernesto Tenembaum

Las miserias del fanatismo

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Entre las manifestaciones insólitas de la miseria humana en estos días se puede ver a alguna gente –entre ellos a algunos colegas– excitados y altisonantes ante la posibilidad, que perciben inminente, de demostrar que el Gobierno es inocente en las tragedias ferroviarias que sufrió la Argentina en los últimos años. El elemento central de su argumentación es que la pericia del funcionamiento de uno de los trenes en uno de los siniestros –el que menos muertes causó– determinó que los frenos funcionaban bien y, por lo tanto, el culpable habría sido el maquinista por no haberlos accionado. En el medio de esto aparece Gregorio Dalbón, abogado de algunas víctimas, para señalar que lo mismo se debe sostener respecto de la tragedia de Once. Hasta hace poco, Dalbón era más duro que nadie: pedía la comparecencia de Julio De Vido y de Cristina Fernández de Kirchner. De repente, opina que el Gobierno no tuvo nada que ver.
No es original la excitación que les genera a algunos la posibilidad de encubrir la responsabilidad oficial. Cada vez que se produce un accidente de trenes en algún lugar del mundo, algún sector de la prensa oficialista empieza a ironizar sobre aquellos que pidieron –pedimos– explicaciones al gobierno argentino por lo ocurrido aquí. El ejército de twiteros kirchneristas –algunos de ellos sin seguidores– festejan y envían mensajes ofensivos a los familiares de las víctimas.
En democracia todo se puede discutir y es natural que así sea. Los gobiernos, sus seguidores, sus periodistas, sus artistas, sus intelectuales, tienen todo el derecho del mundo de tratar de evitar responsabilidades frente a hechos que comprometen a sus líderes en la muerte de muchos ciudadanos y el dolor de muchas familias.
Pero me da que se están apresurando un poco.
En los últimos años se produjeron tres tragedias de magnitud importante en el servicio ferroviario, todas ellas en el ferrocarril Sarmiento. La que más muertos produjo fue el choque contra la estación de Once. La segunda, en términos de magnitud, fue el choque entre un tren y un colectivo que pasó una barrera que estaba alzada por la mitad en el barrio de Flores. Y la tercera, el choque de Castelar.
La única resolución novedosa que se produjo en estos días se refirió a esta última: la menor de ellas. A partir de una pericia que sostiene que los frenos funcionaban correctamente –algo que aún se resisten a creer algunos trabajadores–, el fiscal sostuvo que se debe procesar al maquinista por homicidio doloso. El juez adelantó que no cree que haya habido dolo. De cualquier modo, todo parece encaminarse, en este caso, hacia la culpabilidad del motorman.
La celebración de los que están más interesados en que zafe el Gobierno que en la resolución del caso es un tanto contradictoria. Suponiendo que el trabajador que conducía el tren quede procesado, y eso se tome como una demostración palmaria de quién es el responsable de esas muertes, entonces hay que notar que en la tragedia de Once hay una docena de procesados, entre empresarios K y funcionarios K. O sea que la misma resolución que exculparía al Gobierno en la tragedia de menores dimensiones, lo inculparía en la de mayores dimensiones. ¿O en un caso los procesamientos se toman como indiscutibles y en el otro no?
Vale agregar que en un caso hay sólo un pedido de procesamiento y en el otro los imputados fueron procesados en primera y segunda instancia y están aguardando el juicio oral.
Pero no es sólo eso lo que pasa. La verdad es que los familiares de las víctimas –el grupo mayoritario– nunca sostuvieron que los maquinistas eran inocentes en el asunto. Tampoco culpables. Lo que reclaman es que se investigue todo. Por ejemplo, la tragedia de Castelar sucedió un año después de la de Once. Si la teoría del Gobierno es que en Once también el responsable es el maquinista porque no accionó los frenos, entonces está claro que en el año que medió entre un episodio y el otro, debía extremar las medidas para evitar que otro maquinista causara una tragedia. Una de las formas consistía en instalar el sistema que se usa, por ejemplo, en subterráneos de Buenos Aires, para que el tren frene solo, cuando el motorman no lo hace en el momento adecuado. Además, no está claro cuál es la investigación que realiza la Justicia sobre el tren que recibió el impacto, que es donde se produjeron las tres muertes. ¿Esa formación estaba protegida para amortiguar los daños? ¿O era frágil, los vagones se montaron unos sobre otros y finalmente eso ocasionó daños humanos que, de otra manera, no se hubiera producido? En este último caso, las responsabilidades podrían subir desde el maquinista hacia funcionarios de otras jerarquías.
Naturalmente, no es lo mismo tener responsabilidades penales que responsabilidades políticas y eso es y será un motivo de discusión entre los jueces que deban tomar las decisiones finales. Son procesos que recién empiezan y mucha agua va a correr bajo el puente.
Lo que nadie ha desmentido, en ningún caso, es lo siguiente:
1. En los años previos al choque hubo por lo menos cinco revueltas populares de usuarios hartos de ser maltratados y de arriesgar la vida en el Sarmiento. En todas ellas, el Gobierno en lugar de reconocer lo que estaba pasando acusó y detuvo a inocentes. Altos funcionarios acusaban con su dedazo por televisión a militantes del Partido Obrero, o de Quebracho, o a Pino Solanas, o al Pollo Sobrero. En cada caso hubo inocentes detenidos que luego debieron ser liberados.
2. En los tres años previos a la tragedia hubo múltiples avisos de los organismos de control –la AGN, la CNRT– que advertían sobre incumplimientos, desvíos millonarios de fondos, condiciones deplorables de prestación del servicio y aplicaban multas, que luego el Ejecutivo perdonaba. En todos esos informes se advertía que la situación era terminal y que se estaba por producir una tragedia.
3. El periodismo hizo lo suyo. Reiteradas veces, por televisión, se mostraba lo que estaba pasando. El Gobierno no hacía nada para reparar la situación. Eran mentiras de la corpo.
4. Mientras todo esto pasaba, la Presidenta de la Nación anunciaba en campaña, junto con los empresarios que hoy están procesados, la puesta en marcha de vagones con doble piso y televisión. Parece irónico, pero era así.
5. En el auto de procesamiento, el juez describe con lujo de señales la cadena de empresas fantasmas del mismo grupo económico que se armó para derivar hacia la nada cientos de millones de pesos. Esa cadena se construyó en el 2004, apenas asumido el kirchnerismo, y cuando recién empezaba el festival de subsidios.
6. Por si faltaba algo, ahí están las declaraciones de Florencio Randazzo cuando dice: “En un año no podemos hacer lo que no se hizo en cincuenta”, “Este Gobierno hizo muchas cosas importantes pero en transporte está en falta”.
Eran tragedias anunciadas. La corrupción fue un elemento clave en ellas. Si eso alcanza para que la responsabilidad penal caiga o no sobre los funcionarios y empresarios, se verá con el tiempo.
Festejar la impunidad, hasta aquí es prematuro.
Lo que es difícil de entender es la decisión de abandonar a los familiares que ha tomado gran parte de los intelectuales, artistas y periodistas que, en otros casos, corren apurados a firmar solicitadas para defender a gente con poder. Es raro. Desde fines de los setenta hasta aquí, la sociedad argentina ha aprendido mucho de los familiares de víctimas de la dictadura, de la AMIA, de Cromañón, de Lapa, de los padres de María Soledad Morales o del soldado Carrasco o del hermano de Mariano Ferreyra. ¿Por qué no están al lado de los familiares de Once? ¿No estarían con ellos si el presidente fuera Macri? ¿Eso ocurre? ¿Se solidarizan con las víctimas sólo cuando el presunto responsable político es alguien a quien detestan y las abandonan cuando simpatizan con el Gobierno?
Si no es así, que lo expliquen porque parece bastante así.
Acompañarlos no significa acordar en todo, sino no dejarlos solos. O por lo menos tener la vergüenza de no sumarse a operaciones oficiales en su contra.
O, como afirmó María Luján Rey, la mamá de Lucas Menghini, una mujer tan conmovedora como tantas otras madres en las últimas décadas de historia argentina:
“Duele como ser humano descubrir tanta miseria. ¡La corrupción de algunos te mata un hijo y la corrupción de otros lo justifica!”

martes, 3 de septiembre de 2013

Zombies por Ernesto Tenembaum

Zombies

 

 El espectacular triunfo de Cristina Fernández de Kirchner hace poco más de un año provocó en un sector del oficialismo la sensación de que nunca más será derrotado, o sea, que el 54 por ciento, poco más, poco menos, será eterno. La verdad sea dicha, es una mirada completamente comprensible. El kirchnerismo –su máximo líder– había sido derrotado dos años antes. Nadie daba dos mangos por la resurrección. Y finalmente esta se produjo, y de una manera avasallante, inapelable, abrumadora. Sin embargo, esa misma progresión puede alertar sobre ciertos riesgos. De hecho, si uno retrocede la historia un poquito más, lo que observa es otra cosa: en el 2007, Cristina Fernández de Kirchner fue elegida presidente también por una diferencia abismal, y dos años más tarde su proyecto fue derrotado por una oposición armada unos meses antes.
O sea, en la historia en general, y en la del kirchnerismo en particular, la suerte cambia, o puede cambiar. Derrotas catastróficas se convierten en victorias impresionantes. Y viceversa. Las mayorías son cambiantes. O no. Pero no se puede saber de antemano su conducta.
Por eso, ante manifestaciones de protesta de la magnitud que se produjeron el jueves pasado, quizá convenga –para cualquier gobierno– aunque más no fuera abrir la posibilidad de que la situación política esté cambiando.
Si fuera kirchnerista –y es obvio que no lo soy– observaría con cierta preocupación algunos rasgos, más en la reacción del Gobierno que en la realidad misma, parecidos a los del peor período que atravesó el oficialismo.
En aquel momento, luego de una construcción de poder y de consenso magistral, Néstor y Cristina Kirchner recibieron una derrota muy fuerte durante el conflicto por la 125. Se podrá discurrir eternamente sobre si esa derrota luego se transformó en victoria, si fue o no el comienzo de un movimiento histórico y todo eso. Pero lo cierto es que el Gobierno se proponía imponer una medida y fracasó, al menos, en ese aspecto puntual. El conflicto fue tan desgastante y largo que, en el medio, perdieron a un vicepresidente, un jefe de Gabinete, el ministro de Economía, a los radicales K y a la mayor parte del peronismo de Córdoba y Santa Fe. Todos los ex presidentes de la democracia, todos los gobernadores e intendentes de las zonas afectadas y hasta Diego Maradona opinaban que el planteo del Gobierno era desacertado.
El discurso oficial respecto del conflicto se apoyaba en una columna vertebral: se trataba de una lucha de los buenos, el campo popular, el Gobierno, contra la oligarquía golpista aliada a los medios de comunicación. Una y mil veces, en formatos diversos, Néstor y Cristina repetían eso.
Y, mientras lo repetían, su imagen iba cayendo.
Desde el voto no positivo de Julio Cobos, hasta la derrota electoral del 2009, eso no cambió: los medios, la oligarquía, el golpe del ’76, el golpe del ’55, los periodistas mercenarios, era el recurso recurrente, en tono exaltado –algunos dirían épico– de los líderes oficialistas. Curiosamente, era el discurso que había acompañado la derrota en la crisis de la 125 y el que marcó la campaña electoral del 2009. Y volvió a fracasar en las urnas. Una lista de estrellas conformada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa perdió con Francisco de Narváez.
La resurrección del kirchnerismo tuvo luego dos etapas. La primera, suave pero continua, se produjo hasta octubre del 2010. El repunte del consumo –del cual la Asignación por Hijo fue un elemento central– y las señales absurdas que daba la oposición permitieron que la imagen de Néstor y Cristina subiera a niveles un poco más competitivos. Luego, la muerte de Néstor Kirchner disparó una corriente de simpatía enorme hacia la Presidenta.
El año siguiente, Cristina cambió, al menos en lo discursivo. Difícilmente se encuentre en sus apariciones en el 2011 otra cosa que gestos de unidad. Era una mujer sufrida, estoica y serena a la vez. Les explicaba a los jóvenes que el desafío era construir una sociedad sin enemigos. El momento más fuerte de este cambio se produjo cuando un grupo de sus seguidores quiso impedir que Mario Vargas Llosa abriera la Feria del Libro y ella los desautorizó.
Esa Cristina ganó, como la anterior había sido derrotada.
Se podía ir hacia atrás y revisar la campaña victoriosa del 2007, cuyo lema era “Cristina, Cobos y vos”. El aviso más largo explicaba que la Argentina debía estar unida. A la luz de lo que vino después, uno no puede olvidar que uno de los fragmentos de ese clip decía “el campo, junto a la ciudad”.
Pese a lo que marca esta historia, el Gobierno vuelve a caer con recurrencia en la construcción real o ficticia de enemigos: Hugo Moyano, Daniel Scioli, los gendarmes, los fondos buitres, Daniel Peralta, Hermes Binner, los sindicatos y, por supuesto, los medios de comunicación y la oligarquía golpista.
Si se pudiera establecer un diálogo entre los manifestantes del 8N y la Presidenta de la Nación, se vería que unos preguntan por la inflación, la inseguridad y la prepotencia y del otro lado le responden con recuerdos de golpes de Estado que ocurrieron hace 35 años, o hace casi 60, y con acusaciones a los medios de comunicación. O con agresiones a la clase media.
Es lógico que un gobierno tenga grupos de fanáticos que repiten un libreto extremo. Ahora, cuando ese libreto se adueña de todo el mensaje oficial, y cuando ha tenido los efectos que ha tenido anteriormente, es probable que eso genere problemas.
Uno de los laderos de la Presidenta calificó esta semana como zombies a los cientos de miles de personas que manifestaron el jueves pasado. La Presidenta no lo dijo en esas palabras, pero casi. Es difícil no calificar como elitista al párrafo presidencial que sigue: “Hay muchísimos sectores de nuestra sociedad que carecen de la información y hasta diría de la formación, pese a que creen saber todo entienden muy poco. Formación no es ser instruido, formación es poder interpretar, es poder decodificar, es poder saber qué es lo que pasa”. De un lado, una vanguardia iluminada decodifica, interpreta, sabe. Del otro, los que protestan, son manipulados, son títeres, sus voces no son suyas sino de otros, mucho más tenebrosos.
 
Son zombies. Carecen de formación e información. No eligen un catzo. No pisan el césped. Les importa más Miami que San Juan. Son tilingos, clase mierda, gorilas, golpistas, destituyentes, oligarcas, cipayos, vendepatrias, derechosos, fachos, corporativistas, antidemocráticos, egoístas, ricachones, inconformistas, blanquitos, bienvestidos, señoras de Recoleta, clarinistas y procesistas. No tienen proyecto.
Son cacerolas de teflón, como los insulta el creativo Martín Sabbatella.
Miren: no sé si es la manera.
Eso es lo que quería decir.
El Gobierno apela a recursos que lo llevaron a la derrota dos veces seguidas.
Quizá la victoria esté asegurada para siempre.
Pero puede ocurrir, como a veces pasa, que no sea así.
Son riesgos que se toman.
Veremos.

viernes, 23 de agosto de 2013

Carta a los que creen que viene el golpe. por Ernesto Tenembaum





 



por Ernesto Tenembaum




Es posible que usted haya leído o escuchado en estos días muchas denuncias sobre una especie del golpe de Estado en marcha. Quizás usted esté preocupado, angustiado, perseguido y le dé bronca que vastos sectores de la población no se hayan percatado de lo que pasa, de ese engranaje que, a usted le resulta evidente, ya se ha puesto en marcha. Bueno, tal vez estas líneas lo ayuden a tranquilizarse. Tal vez las cosas no sean tan graves como a usted le explican otros periodistas, o algunos de los líderes políticos del país.
Uno de los elementos más novedosos de la historia argentina contemporánea es la longevidad de la democracia que estamos viviendo. Nunca antes, en 200 años, el período democrático duró tanto tiempo. La democracia ha sobrevivido a desafíos impresionantes: dos hiperinflaciones, una crisis económica terminal, una renuncia presidencial anticipada, un atentado terrorista sin antecedentes, sublevaciones militares, declaraciones de default, el FMI, entre otras tormentas. Durante estos treinta años, los gobiernos democráticos oscilaron entre políticas pro mercado a otras, de carácter estatista, sin que se produjera el más mínimo intento de tomar el poder de hecho. Por ejemplo, se estatizaron los fondos de pensión. Por mucho menos, en los años ’60 era derrocado Arturo Illia. Se juzgó a la inmensa mayoría de los militares de la represión ilegal. No hubo ni un atisbo de inestabilidad. Nada. Cero.
Quizá, mire lo que le digo, no haya nada de qué preocuparse.
Hay varias razones para que la democracia esté fuerte. Una de ellas, seguramente, es el final de la guerra fría. El interés de Estados Unidos, y de la Unión Soviética –entre otras razones, porque ya no existe–, en la región es mucho menor y esto quita una causa fuerte de inestabilidad. Hay países con políticas más agresivas hacia la principal potencia –como Venezuela, El Salvador o Bolivia– y tampoco allí se ha interrumpido el proceso democrático. En la Argentina se le suma un hecho histórico: las Fuerzas Armadas ya no existen como factor de poder político. Es algo que se logró a principios de la década del ’90. Hasta entonces, eran una espada de Damocles para los gobiernos democráticos. Hoy están completamente subordinadas.
Además, la Argentina, desde el 2003 para acá, tiene una situación económica muy estable, si se la compara con cualquier otro momento desde 1952 para acá. No hay una fuerza política mayoritaria que esté proscripta. No hay enfrentamientos entre militares. No hay guerrilla que, créanme, en otros tiempos también fue un factor de inestabilidad.
Si usted lo mira con perspectiva histórica, y trata de salirse del ruido del momento, se va a alegrar: no hubo democracia tan estable en la historia del país. Además, el contexto regional tiene pequeñas excepciones a la regla, pero la regla no son, para nada, los golpes de estado. Los militares no gobiernan en ningún lado. 
O sea, puede tranquilizarse. Nada es imposible. Nunca. Pero hay cosas que son altamente improbables. Una de ellas es un golpe de Estado en la Argentina.
No hay un liderazgo militar rebelde. No hay ni siquiera un pedido de juicio político. No hay una estrategia opositora unificada. El Gobierno controla cómodamente el Congreso y casi todos los órganos legislativos provinciales y municipales del país. La inmensa mayoría de los gobernadores están alineados con él.
No hay nada.
Realmente, no hay nada.
Son fantasmas.
Sé que a usted lo intoxican. No deje que lo hagan. Juntan cuatro o cinco declaraciones de periodistas, las recortan a su antojo, les recuerdan un diálogo de Biolcati y Grondona hace unos años, lo pegan todo junto y parece que se viene un golpe de Estado. Mire: en democracia, esas cosas pasan. Claro que hay gente que intenta debilitar a los gobiernos: unos a algunos, otros a otros. ¿O usted no escuchó declaraciones muy duras de dirigentes kirchneristas contra Macri o Binner? ¿O no recuerda paros larguísimos en los subterráneos porteños o de los docentes bonaerenses? Por supuesto que hay grupos de presión. Naturalmente, los medios difunden información que incomoda y altera los nervios, y mucho más cuando hay, en nuestro país, un conflicto muy virulento entre el oficialismo y los principales medios. Eso ocurre. Es discutible, en esta dinámica, evaluar quién es más agresivo y esas cosas. Pero así es la democracia. Tormentosa, por momentos. Caótica, en otros. Es un sistema donde se expresan las presiones y quizás esa sea su fortaleza: tiene válvulas de escape.
Pero nada de esto quiere decir que haya un golpe de Estado en marcha, o que esa dinámica de presiones esté fuera del juego democrático. Seamos serios: la pelea por la presidencia de la Cámara de Diputados, en la cual la oposición va a perder, ya lo verán, está dentro de las reglas de juego de la democracia. Podrá ser cuestionable, pero no tiene nada que ver con un golpe de Estado.
Piense un poco en los antecedentes. Este gobierno denunció sin aportar una sola prueba que hubo un intento de asesinar a Alicia Kirchner –durante la primera campaña electoral provincial en Misiones–, un atentado con un camión contra la residencia de la familia Kirchner –durante el conflicto docente del 2007–, y resultó ser el acto desesperado de una persona con problemas psiquiátricos que ni siquiera apuntó contra la casa. Denunció también complots incendiarios contra trenes por parte de personas inocentes. Advirtió que se venía un golpe de Estado durante el conflicto con Gendarmería del año pasado, durante la crisis de la 125 y también cuando Hugo Moyano bloqueó por un día –¡por un día!– la distribución de combustible. Y eso sólo para no aburrir. Pero el golpe de Estado nunca se produjo. Nunca hubo un solo dato sobre el financiamiento de esos presuntos golpes de Estado, ni sobre los vínculos militares, ni sobre sus planes secretos, ni sobre quién sería el nuevo presidente.
Nada.
No hubo nada.
Cero.
Es cierto que el Gobierno emergió debilitado de las últimas elecciones. Y que las transiciones en la Argentina han sido siempre complicadas.
Pero una cosa es una transición complicada y otra un golpe de Estado.
No tiene por qué creerme. Pero evalúe la posibilidad de que, por ambición de poder, paranoia o lo que fuere, alguna gente le esté amargando la vida.
Y quizá pueda pensarlo de manera diferente.
Al fin y al cabo, vida hay una sola.
Es una pena malgastarla peleando contra fantasmas.
Va con onda.

jueves, 22 de agosto de 2013

Ahora viene lo peor. Por Ernesto Tenembaum




Por Ernesto Tenembaum





(La Comisión Provincial por la Memoria es una organización presidida por Adolfo Pérez Esquivel y Hugo Cañón. Está integrada además por Victor De Gennaro, Mempo Giardinelli, Aldo Etchegoyen, Daniel Goldman, Martha Pelloni, Leopoldo Schiffrin, Mauricio Tenembaum, Roberto Cossa, entre otros dirigentes, intelectuales, religiosos y artistas, Ayer emitió un comunicado en el que describe los antecedentes de Marambio. El ex menemista Julio Alak asoción las críticas de Perez Esquivel con "la derecha conservadora").

La CPM expresa su preocupación ante la designación de Alejandro Marambio como director del Servicio Penitenciario Federal, en virtud de los numerosos y documentados antecedentes de violaciones a los derechos humanos de las personas privadas de libertad en cárceles federales durante su anterior gestión.
Los años de trabajo del Comité contra la Tortura de la CPM dan cuenta de la grave y sistemática violación a los derechos humanos que padecen los privados de libertad en todas las cárceles del país, tanto en las provinciales como en las federales.
Durante la gestión de Marambio, entre los años 2007 y 2010, el funcionario no mostró ninguna voluntad de modificar el cuadro de situación en las cárceles federales sino todo lo contrario. Restringió de forma notoria las posibilidades de los internos de denunciar las violaciones a sus derechos, ya que obstaculizó o impidió el acceso a los penales de la Procuración Penitenciaria de la Nación y a las OnGs comprometidas con la defensa de los derechos humanos, y negó sistemáticamente la gravedad de las denuncias, amparando así las prácticas aberrantes. En ese mismo sentido propició la defensa corporativa de los agentes penitenciarios acusados de tortura, destinando incluso a sus letrados a la defensa de los denunciados. Además, ofició como interventor de la cárcel de Mendoza cuando se produjeron los hechos de tortura que se hicieron públicos a través de un video filmado por el propio personal penitenciario y violentó los derechos de los estudiantes privados de libertad en los Centros Universitarios de Ezeiza y de Devoto mediante prácticas de avasallamiento y traslados compulsivos.
En el mismo orden, durante su gestión fueron múltiples las protestas por el trato privilegiado que el SPF daba a los presos involucrados en causas por delitos de lesa humanidad.
Durante su gestión murieron al menos 180 personas privadas de la libertad, según los registros de la Procuración Penitenciaria de la Nación. Además este organismo realizó 600 denuncias penales por torturas en las cárceles bajo su dirección. La investigación publicada con el título “Cuerpos castigados” (de la PPN) da cuenta de una encuesta aplicada al 10% de la población encarcelada en 2007: el 64% había padecido agresiones físicas durante la detención. En el seguimiento y actualización de esos datos durante 2009-2010 las personas entrevistadas víctimas de agresiones físicas ascendieron a un 76%.
La asunción de la grave situación de las cárceles federales, que aún hoy se registra, implica poner en marcha todos los mecanismos del estado para erradicar la tortura y otras prácticas aberrantes. En este sentido, la designación de Marambio no es una buena señal, sino todo lo contrario.
Por todo esto instamos al Poder Ejecutivo nacional a reconsiderar la designación de Alejandro Marambio como jefe del SPF e iniciar las investigaciones pertinentes sobre los documentados casos de tortura y violaciones a los derechos humanos durante su gestión.

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