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martes, 3 de septiembre de 2013

Zombies por Ernesto Tenembaum

Zombies

 

 El espectacular triunfo de Cristina Fernández de Kirchner hace poco más de un año provocó en un sector del oficialismo la sensación de que nunca más será derrotado, o sea, que el 54 por ciento, poco más, poco menos, será eterno. La verdad sea dicha, es una mirada completamente comprensible. El kirchnerismo –su máximo líder– había sido derrotado dos años antes. Nadie daba dos mangos por la resurrección. Y finalmente esta se produjo, y de una manera avasallante, inapelable, abrumadora. Sin embargo, esa misma progresión puede alertar sobre ciertos riesgos. De hecho, si uno retrocede la historia un poquito más, lo que observa es otra cosa: en el 2007, Cristina Fernández de Kirchner fue elegida presidente también por una diferencia abismal, y dos años más tarde su proyecto fue derrotado por una oposición armada unos meses antes.
O sea, en la historia en general, y en la del kirchnerismo en particular, la suerte cambia, o puede cambiar. Derrotas catastróficas se convierten en victorias impresionantes. Y viceversa. Las mayorías son cambiantes. O no. Pero no se puede saber de antemano su conducta.
Por eso, ante manifestaciones de protesta de la magnitud que se produjeron el jueves pasado, quizá convenga –para cualquier gobierno– aunque más no fuera abrir la posibilidad de que la situación política esté cambiando.
Si fuera kirchnerista –y es obvio que no lo soy– observaría con cierta preocupación algunos rasgos, más en la reacción del Gobierno que en la realidad misma, parecidos a los del peor período que atravesó el oficialismo.
En aquel momento, luego de una construcción de poder y de consenso magistral, Néstor y Cristina Kirchner recibieron una derrota muy fuerte durante el conflicto por la 125. Se podrá discurrir eternamente sobre si esa derrota luego se transformó en victoria, si fue o no el comienzo de un movimiento histórico y todo eso. Pero lo cierto es que el Gobierno se proponía imponer una medida y fracasó, al menos, en ese aspecto puntual. El conflicto fue tan desgastante y largo que, en el medio, perdieron a un vicepresidente, un jefe de Gabinete, el ministro de Economía, a los radicales K y a la mayor parte del peronismo de Córdoba y Santa Fe. Todos los ex presidentes de la democracia, todos los gobernadores e intendentes de las zonas afectadas y hasta Diego Maradona opinaban que el planteo del Gobierno era desacertado.
El discurso oficial respecto del conflicto se apoyaba en una columna vertebral: se trataba de una lucha de los buenos, el campo popular, el Gobierno, contra la oligarquía golpista aliada a los medios de comunicación. Una y mil veces, en formatos diversos, Néstor y Cristina repetían eso.
Y, mientras lo repetían, su imagen iba cayendo.
Desde el voto no positivo de Julio Cobos, hasta la derrota electoral del 2009, eso no cambió: los medios, la oligarquía, el golpe del ’76, el golpe del ’55, los periodistas mercenarios, era el recurso recurrente, en tono exaltado –algunos dirían épico– de los líderes oficialistas. Curiosamente, era el discurso que había acompañado la derrota en la crisis de la 125 y el que marcó la campaña electoral del 2009. Y volvió a fracasar en las urnas. Una lista de estrellas conformada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa perdió con Francisco de Narváez.
La resurrección del kirchnerismo tuvo luego dos etapas. La primera, suave pero continua, se produjo hasta octubre del 2010. El repunte del consumo –del cual la Asignación por Hijo fue un elemento central– y las señales absurdas que daba la oposición permitieron que la imagen de Néstor y Cristina subiera a niveles un poco más competitivos. Luego, la muerte de Néstor Kirchner disparó una corriente de simpatía enorme hacia la Presidenta.
El año siguiente, Cristina cambió, al menos en lo discursivo. Difícilmente se encuentre en sus apariciones en el 2011 otra cosa que gestos de unidad. Era una mujer sufrida, estoica y serena a la vez. Les explicaba a los jóvenes que el desafío era construir una sociedad sin enemigos. El momento más fuerte de este cambio se produjo cuando un grupo de sus seguidores quiso impedir que Mario Vargas Llosa abriera la Feria del Libro y ella los desautorizó.
Esa Cristina ganó, como la anterior había sido derrotada.
Se podía ir hacia atrás y revisar la campaña victoriosa del 2007, cuyo lema era “Cristina, Cobos y vos”. El aviso más largo explicaba que la Argentina debía estar unida. A la luz de lo que vino después, uno no puede olvidar que uno de los fragmentos de ese clip decía “el campo, junto a la ciudad”.
Pese a lo que marca esta historia, el Gobierno vuelve a caer con recurrencia en la construcción real o ficticia de enemigos: Hugo Moyano, Daniel Scioli, los gendarmes, los fondos buitres, Daniel Peralta, Hermes Binner, los sindicatos y, por supuesto, los medios de comunicación y la oligarquía golpista.
Si se pudiera establecer un diálogo entre los manifestantes del 8N y la Presidenta de la Nación, se vería que unos preguntan por la inflación, la inseguridad y la prepotencia y del otro lado le responden con recuerdos de golpes de Estado que ocurrieron hace 35 años, o hace casi 60, y con acusaciones a los medios de comunicación. O con agresiones a la clase media.
Es lógico que un gobierno tenga grupos de fanáticos que repiten un libreto extremo. Ahora, cuando ese libreto se adueña de todo el mensaje oficial, y cuando ha tenido los efectos que ha tenido anteriormente, es probable que eso genere problemas.
Uno de los laderos de la Presidenta calificó esta semana como zombies a los cientos de miles de personas que manifestaron el jueves pasado. La Presidenta no lo dijo en esas palabras, pero casi. Es difícil no calificar como elitista al párrafo presidencial que sigue: “Hay muchísimos sectores de nuestra sociedad que carecen de la información y hasta diría de la formación, pese a que creen saber todo entienden muy poco. Formación no es ser instruido, formación es poder interpretar, es poder decodificar, es poder saber qué es lo que pasa”. De un lado, una vanguardia iluminada decodifica, interpreta, sabe. Del otro, los que protestan, son manipulados, son títeres, sus voces no son suyas sino de otros, mucho más tenebrosos.
 
Son zombies. Carecen de formación e información. No eligen un catzo. No pisan el césped. Les importa más Miami que San Juan. Son tilingos, clase mierda, gorilas, golpistas, destituyentes, oligarcas, cipayos, vendepatrias, derechosos, fachos, corporativistas, antidemocráticos, egoístas, ricachones, inconformistas, blanquitos, bienvestidos, señoras de Recoleta, clarinistas y procesistas. No tienen proyecto.
Son cacerolas de teflón, como los insulta el creativo Martín Sabbatella.
Miren: no sé si es la manera.
Eso es lo que quería decir.
El Gobierno apela a recursos que lo llevaron a la derrota dos veces seguidas.
Quizá la victoria esté asegurada para siempre.
Pero puede ocurrir, como a veces pasa, que no sea así.
Son riesgos que se toman.
Veremos.

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