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viernes, 23 de agosto de 2013

Carta a los que creen que viene el golpe. por Ernesto Tenembaum





 



por Ernesto Tenembaum




Es posible que usted haya leído o escuchado en estos días muchas denuncias sobre una especie del golpe de Estado en marcha. Quizás usted esté preocupado, angustiado, perseguido y le dé bronca que vastos sectores de la población no se hayan percatado de lo que pasa, de ese engranaje que, a usted le resulta evidente, ya se ha puesto en marcha. Bueno, tal vez estas líneas lo ayuden a tranquilizarse. Tal vez las cosas no sean tan graves como a usted le explican otros periodistas, o algunos de los líderes políticos del país.
Uno de los elementos más novedosos de la historia argentina contemporánea es la longevidad de la democracia que estamos viviendo. Nunca antes, en 200 años, el período democrático duró tanto tiempo. La democracia ha sobrevivido a desafíos impresionantes: dos hiperinflaciones, una crisis económica terminal, una renuncia presidencial anticipada, un atentado terrorista sin antecedentes, sublevaciones militares, declaraciones de default, el FMI, entre otras tormentas. Durante estos treinta años, los gobiernos democráticos oscilaron entre políticas pro mercado a otras, de carácter estatista, sin que se produjera el más mínimo intento de tomar el poder de hecho. Por ejemplo, se estatizaron los fondos de pensión. Por mucho menos, en los años ’60 era derrocado Arturo Illia. Se juzgó a la inmensa mayoría de los militares de la represión ilegal. No hubo ni un atisbo de inestabilidad. Nada. Cero.
Quizá, mire lo que le digo, no haya nada de qué preocuparse.
Hay varias razones para que la democracia esté fuerte. Una de ellas, seguramente, es el final de la guerra fría. El interés de Estados Unidos, y de la Unión Soviética –entre otras razones, porque ya no existe–, en la región es mucho menor y esto quita una causa fuerte de inestabilidad. Hay países con políticas más agresivas hacia la principal potencia –como Venezuela, El Salvador o Bolivia– y tampoco allí se ha interrumpido el proceso democrático. En la Argentina se le suma un hecho histórico: las Fuerzas Armadas ya no existen como factor de poder político. Es algo que se logró a principios de la década del ’90. Hasta entonces, eran una espada de Damocles para los gobiernos democráticos. Hoy están completamente subordinadas.
Además, la Argentina, desde el 2003 para acá, tiene una situación económica muy estable, si se la compara con cualquier otro momento desde 1952 para acá. No hay una fuerza política mayoritaria que esté proscripta. No hay enfrentamientos entre militares. No hay guerrilla que, créanme, en otros tiempos también fue un factor de inestabilidad.
Si usted lo mira con perspectiva histórica, y trata de salirse del ruido del momento, se va a alegrar: no hubo democracia tan estable en la historia del país. Además, el contexto regional tiene pequeñas excepciones a la regla, pero la regla no son, para nada, los golpes de estado. Los militares no gobiernan en ningún lado. 
O sea, puede tranquilizarse. Nada es imposible. Nunca. Pero hay cosas que son altamente improbables. Una de ellas es un golpe de Estado en la Argentina.
No hay un liderazgo militar rebelde. No hay ni siquiera un pedido de juicio político. No hay una estrategia opositora unificada. El Gobierno controla cómodamente el Congreso y casi todos los órganos legislativos provinciales y municipales del país. La inmensa mayoría de los gobernadores están alineados con él.
No hay nada.
Realmente, no hay nada.
Son fantasmas.
Sé que a usted lo intoxican. No deje que lo hagan. Juntan cuatro o cinco declaraciones de periodistas, las recortan a su antojo, les recuerdan un diálogo de Biolcati y Grondona hace unos años, lo pegan todo junto y parece que se viene un golpe de Estado. Mire: en democracia, esas cosas pasan. Claro que hay gente que intenta debilitar a los gobiernos: unos a algunos, otros a otros. ¿O usted no escuchó declaraciones muy duras de dirigentes kirchneristas contra Macri o Binner? ¿O no recuerda paros larguísimos en los subterráneos porteños o de los docentes bonaerenses? Por supuesto que hay grupos de presión. Naturalmente, los medios difunden información que incomoda y altera los nervios, y mucho más cuando hay, en nuestro país, un conflicto muy virulento entre el oficialismo y los principales medios. Eso ocurre. Es discutible, en esta dinámica, evaluar quién es más agresivo y esas cosas. Pero así es la democracia. Tormentosa, por momentos. Caótica, en otros. Es un sistema donde se expresan las presiones y quizás esa sea su fortaleza: tiene válvulas de escape.
Pero nada de esto quiere decir que haya un golpe de Estado en marcha, o que esa dinámica de presiones esté fuera del juego democrático. Seamos serios: la pelea por la presidencia de la Cámara de Diputados, en la cual la oposición va a perder, ya lo verán, está dentro de las reglas de juego de la democracia. Podrá ser cuestionable, pero no tiene nada que ver con un golpe de Estado.
Piense un poco en los antecedentes. Este gobierno denunció sin aportar una sola prueba que hubo un intento de asesinar a Alicia Kirchner –durante la primera campaña electoral provincial en Misiones–, un atentado con un camión contra la residencia de la familia Kirchner –durante el conflicto docente del 2007–, y resultó ser el acto desesperado de una persona con problemas psiquiátricos que ni siquiera apuntó contra la casa. Denunció también complots incendiarios contra trenes por parte de personas inocentes. Advirtió que se venía un golpe de Estado durante el conflicto con Gendarmería del año pasado, durante la crisis de la 125 y también cuando Hugo Moyano bloqueó por un día –¡por un día!– la distribución de combustible. Y eso sólo para no aburrir. Pero el golpe de Estado nunca se produjo. Nunca hubo un solo dato sobre el financiamiento de esos presuntos golpes de Estado, ni sobre los vínculos militares, ni sobre sus planes secretos, ni sobre quién sería el nuevo presidente.
Nada.
No hubo nada.
Cero.
Es cierto que el Gobierno emergió debilitado de las últimas elecciones. Y que las transiciones en la Argentina han sido siempre complicadas.
Pero una cosa es una transición complicada y otra un golpe de Estado.
No tiene por qué creerme. Pero evalúe la posibilidad de que, por ambición de poder, paranoia o lo que fuere, alguna gente le esté amargando la vida.
Y quizá pueda pensarlo de manera diferente.
Al fin y al cabo, vida hay una sola.
Es una pena malgastarla peleando contra fantasmas.
Va con onda.

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