¿De qué color es el vestido de Cristina?
¿De qué color es ese vestido? Once millones de tuiteros y veintiocho millones de lectores de todo el mundo debatieron durante las últimas 48 horas sobre las tonalidades del vestido de la madre de una novia, y científicos de todas las capitales explicaron el extraño fenómeno óptico según el cual para la mitad de los seres humanos era azul y negro y para la otra mitad era blanco y dorado. Este viralizado revival del relativismo y de la añeja ley de Campoamor ("en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira") conviene a los kirchneristas. Que últimamente dejaron atrás el célebre apotegma de Perón según el cual la única verdad es la realidad, para abrazar consignas tácitas, pero un tanto lisérgicas como "las cifras son las que convienen a la política", "podemos construir la realidad con palabras" y "la vida sólo es lo que decimos de ella". Nadie sabe qué sorpresas nos deparará el largo discurso dominical de la Presidenta; la única certeza es que se dedicará a mostrar el esplendor de ese universo virtual en el que no hay estanflación ni default ni cepo ni narcos ni mafias ni pobres.
El miércoles había mucha inquietud en la Corte Suprema por esa alocución, dada la grave escalada verbal que Cristina Kirchner había desatado contra el Partido Judicial Destituyente. Los nervios de los supremos aflojaron un poco al conocerse el controversial fallo de Rafecas, que transmutó la cara crispada de la jefa del Estado en un rostro beatífico. Ese dictamen descomprimió la situación, pero neutralizó a su vez el nuevo relato. Trajo alivio pero también cierta contrariedad. ¿Cómo mostrarse felices por el fallo de un juez mientras les declaramos la guerra a los jueces? ¿Y ahora cómo encaja el hecho de que precisamente un miembro del partido golpista la exima a Cristina de una seria responsabilidad penal? ¿Será que hay azules y colorados en ese pelotón beligerante y subversivo?
Recordemos la secuencia de la denuncia. Hace una semana la Presidenta subió a su cuenta de Twitter una carta en la que acusaba de golpismo a la Justicia. Pero para sorpresa de todos, pocas horas después apareció en un acto público pletórico de anuncios, relajada y de excelente humor: del golpe ni noticias. En paralelo, alguno de sus muchachos llamó "general" a Lorenzetti, y el aparato de propaganda agitó de nuevo la idea del golpismo. Finalmente, acudió el bombero Rafecas y bajó la temperatura de la caldera con un baldazo de agua fría. Aunque, por supuesto, habrá que escuchar el monólogo presidencial para ver cuánto realmente impactó en el termostato ese fallo salvador, puesto que acorralada Cristina Kirchner es peligrosa. Pero eufórica suele sentirse habilitada para ser directamente letal. A propósito, un alto jerarca de este Gobierno reveló que la patrona de Balcarce 50 montó en cólera al escuchar una definición de Alberto Fernández: "Cristina ejerce un liderazgo cínicamente delirante". Esa idea alude a toda una lógica de poder, pero ayuda a entender específicamente el mecanismo mediante el cual ella convence a sus militantes de que están luchando contra una asonada inexistente y fantasmal, y logra, al mismo tiempo, que la oposición la ratifique en su cargo, puesto que tanto dirigentes críticos como periodistas independientes no desean ni íntima ni expresamente ninguna destitución e incluso toman el injusto calificativo de "golpistas" como el más lacerante insulto. Esta operación farsesca hacia adentro y hacia afuera paradójicamente la fortalece, y es por eso que en tantas oportunidades recurrió a ese truco: necesita cada tanto blindarse para seguir radicalizándose y hacer lo que quiere. Allí se anuda el delirio de un golpe que no existe, con el cinismo de quien busca un nuevo cheque en blanco. El peronismo, que sufre en silencio, reconoce esta prestidigitación perversa, pero opina que en retirada su jefa comete muchos errores de cálculo y también que, aislada en su cápsula de obedientes, algunas veces cae en galtierismos, entendiendo este concepto no como gesta malvinera ni afición etílica, sino como sobrestimación exagerada y a veces catastrófica de sus propias fuerzas. La Presidenta se indignó con ese concepto y "Wado" De Pedro se alarmó frente a otra comparación: salvando las trágicas distancias, ciertos ultrakirchneristas padecen en sus usinas una autosugestión alucinada y lúdica similar a la que tenían los militantes del MTP antes de La Tablada. ¿Cuánto de cinismo y cuánto de delirio hay en pensar este modelo feudal como revolucionario, y en creer que existe un golpe de Estado en ciernes del que justo participan todos los sectores que no comulgan con el movimiento nacional y popular? Los camporistas están cruzados por discursos endogámicos y disparatados, secretismo y confort de secta. Otros veteranos del setentismo reciclado comparten ese juego de PlayStation en el que se emprenden todos los días sangrientas batallas de ficción. La mayor épica se encuentra en abalanzarse sobre los cargos públicos y retenerlos después de diciembre.
El flamante secretario general de la Presidencia tiene una historia muy triste: es hijo de dos militantes montoneros asesinados por la dictadura militar. En el libro La Cámpora, la periodista Laura Di Marco revela una arenga que "Wado" realizó hace unos años durante un campamento al que asistió toda la cúpula de esa agrupación: "Cumpas, tenemos esta oportunidad histórica en nuestras manos, y no la vamos a volver a perder -les dijo. Esta vez no podemos fallar. Debemos meternos en cada resorte, en cada hueco, y aprender cómo funciona el poder real". De Pedro, como muchos otros hijos y nietos de setentistas, dice venir a realizar hoy aquella "revolución inconclusa" de sus mayores, aunque por supuesto con las actualizaciones de la época. Sus padres no creían en la democracia ni en la República ni en la libertad de expresión ni en la tolerancia, y usaron las armas para intentar asaltar el poder; a los herederos de aquel trauma se les regaló el Estado: sólo deben luchar para no perderlo. Y en eso están día y noche. Ayer mismo se supo que incorporaron a la Agencia Federal de Inteligencia más de doscientos militantes para ocupar el lugar de los agentes secretos que respondían a Stiuso. El próximo gobierno heredará, entre otros presentes griegos, estos espías sin experiencia, pero decididos a todo.
La saga del golpismo es una lamentable comedia que no cesará, y que al mismo tiempo no resiste ya el mínimo análisis. Cristina se despide hoy; es la pitada inicial de su tiempo de descuento. El objetivo para estos meses que le restan es claro, pero no muy sencillo: limpiar las causas que la acosan, infiltrar con incondicionales la administración pública, lograr que otros paguen su fiesta, convertirse en la ideóloga del próximo turno o al menos en una feroz jefa de la oposición y regresar después de unos años al estilo Bachelet. Hay muchas diferencias, sin embargo, con su colega: es inimaginable que la presidenta chilena acuse a los jueces y a los medios de golpistas por haber destapado un escándalo que protagonizan su hijo y su nuera. Por el contrario, Bachelet pidió disculpas públicas y mostró vergüenza cívica. Parece que Cristina y Michelle usan el mismo vestido, pero sólo se trata de una nueva ilusión óptica.