El peronismo en la cabina, y Cristina en el camarote
Obligado a realizar un primer balance del nuevo gobierno argentino, me sentiría tentado a declarar que el peronismo ha copado la cabina y se ha hecho cargo del timón. Me refiero al peronismo troncal, libre de humo progre y de infatuación revolucionaria. La prosaica liga de gobernadores, para ser más exactos. Porque miren que la liga esta vez ligó: mientras la gran dama se recupera con sales en su camarote, el peronismo puso a uno de sus hombres más ortodoxos en el vértice máximo del poder y le pidió que hiciera de urgencia un massismo exprés con cama adentro: si no puedes con tu enemigo, al menos trata de imitarlo.Capitanich, Massa, Gioja, De la Sota y Scioli son animales (políticos) de una misma manada. Digamos que son cebras, y que Cristina era cabra. La Presidenta convenció en su momento a su tropa de que Insaurralde ejercía la política como un heraldo sublime de lo nacional y popular, y que Massa era un infame neoliberal que atrasaba. Insaurralde, pocas semanas después, se convirtió en un Fariña: una celebridad viajera de las revistas del corazón a quien hasta sus propios compañeros vapulean. Y las aborrecidas intenciones del intendente de Tigre son de pronto llevadas a cabo con exactitud y esmero por quienes hace cinco minutos vomitaban ante la sola idea de arreglar con el Club de París, negociar con los holdouts , congraciarse con el Fondo, reformular el Indec, detener la hemorragia de las reservas, buscar inversiones extranjeras, retornar al crédito internacional, amigarnos con Europa y pagarle unos morlacos aRepsol. También sentían náuseas ante la sola idea de despedir al prócer del rabanito y del pan a diez pesos: carne para todos, pescado para todos, cerdo para todos, y si quiere importar medicamentos o libros, exporte bombachitas de La Salada. Un homenaje para ese gigante de la Patria que parecía intocable. Hasta que lo echaron por la borda.
Recuerden que todavía en julio éramos un modelo sin ajuste que le daba lecciones al mundo, aquellos viejos y constipados países que se derrumbaban frente al éxito impensado de la inventiva argentina. Una vez más, podíamos demostrarle a Occidente cómo se gobernaba con diseños telúricos y absolutamente originales, igual que predicábamos en los 90 con el milagro de la convertibilidad. Qué raro que al mundo no se le ocurrieron antes estas ideas geniales, y que lástima que jamás nos llevó el apunte.
El tremendo revés de las primarias de agosto despertó al petit comité de Olivos: parece que hay un cierto problemita con las finanzas públicas, mi capitán. El grumete Lorenzino salió disparado entonces hacia los Estados Unidos a hacer buena letra, pero no se dijo, porque en campaña jamás hay que decir la verdad (y si es posible no hay que decirla nunca) que el agujero en el casco se estaba agrandando. Pasadas las elecciones de octubre y la convalecencia presidencial, había que hacer de tripas y corazón, y meterle parches al buque, porque el agua salada empezaba a entrar por todos lados. Zafarrancho de combate y vuelta de 180 grados a toda máquina que nos hundimos. Se puede deducir qué dimensión tiene esa perforación midiendo la enorme magnitud del giro ideológico que debió efectuar un grupo cristalizado y lleno de prejuicios. Esa fue precisamente la palabra que utilizó Cristina en su primer mensaje a la militancia: "Nos vamos a asociar con quienes tengamos que asociarnos, porque no tenemos prejuicios". Les estaba articulando, en lenguaje cifrado, la consigna del momento: a tragar sapos, chicos, que viene la mala, y, por favor, no hagan olas.
El objetivo del nuevo gobierno, parafraseando una antigua metáfora náutica del maestro Nun, es reparar el barco en alta mar y en medio de la tormenta. ¿Podrá hacerlo esta vez? ¿Es posible pegar un volantazo brusco y ganar contra reloj confianza interna y externa, ser creíble después de haber sido increíble? He aquí la madre de todos los enigmas. Un veterano economista que ha militado en el peronismo de todas las épocas, un hombre extraño y bien intencionado, me confesó esta semana: "Tengo esperanzas en que estos muchachos se iluminen, aunque la cosa no es fácil y no tienen mucho tiempo para enderezar el barco. Lo que me preocupa es que doy charlas en todo el país y cuando formulo estas tímidas ilusiones, por primera vez en diez años me saltan al cuello y me aseguran que vamos directamente a una crisis. Esto me parece muy complicado, porque la economía es gestión y política, pero también es percepción ciudadana. Y la percepción se volvió tan pesimista que me asusta".
Hace dos años, cuando uno tenía el mal tino de quejarse ante personas despolitizadas por los horribles avances que el Gobierno realizaba sobre las instituciones y también por los desaguisados económicos, se encontraba invariablemente con la misma respuesta: relativización e indolencia. Parecía que quienes pensábamos así vivíamos en un invernadero, en un microclima irreal. Mientras el consumo se mantuviera alto, podían quemar en plaza pública a Sarmiento y a la ley Sáenz Peña, y escupir sobre la tumba de Montaigne, que a nadie se le movía un pelo. Hoy cuando uno peca de cierta ingenuidad y se atreve a asegurar, ante esas mismas personas, que no redoblar la apuesta y regularizar nuestra situación con España y los países centrales es una positiva señal de realismo político, se encuentra directamente con la furia: "¿Sabés lo que subió la nafta, sabés cómo viene el ABL, sabés cuánto cuestan las cosas? ¿Dónde vivís? Ahora sí que vamos mal, y vos hablándome de YPF y de Brufau". Es el bolsillo, estúpido. Y el ajuste indisimulable que avanza y que se siente y sentirá, por más que lo disfracen con semántica neosetentista y contabilidad creativa.
Después de producir alta inflación, sobrecalentar el consumo y ponerle un cepo al dólar, quien podía ahorraba gastando, y ahora llega el momento de apretar el cinturón y pagar la factura. Habrá recortes en el gasto público: el Estado nacional terminará el año con un rojo de más 120.000 millones. Subirán las tarifas, y es posible que en lo inmediato crezca la inflación. Las paritarias intentarán paliar un poco el trago amargo, aunque nadie sabe cómo se desarrollarán. De todos modos, los vastos sectores del empleo en negro y la informalidad no tienen ni siquiera ese paragolpes abollado. En los segmentos más humildes los incrementos son arrolladores y generan un caldo de cultivo inquietante. Esta semana hubo saqueos en Santa Fe: puede que lo hayan encabezado marginales provenientes del narcotráfico, pero se plegaron por desesperación tres mil personas en una secuencia que nadie pudo prever ni controlar. Todo un síntoma.
La Presidenta ha demostrado una fuerte dualidad interna, entre incendiar Roma o tomarse unas vacaciones. Una doble pulsión que siempre la ha perseguido: ir por todo y ser Evita, o darse un largo respiro y arreglar su jardín de rosas en El Calafate. La salud y sus riesgos le dieron la excusa pública y personal para tomar distancia. Llamó al peronismo para que le sacara las papas del fuego y puso al exquisito Kicillof para que el progresismo no huyera. Algunos analistas de la política creyeron ver en esa jugada a una estadista magistral y en la dupla que ahora gobierna, hasta un tándem presidenciable. La realidad es que Cristina rompió el vidrio en la emergencia y que los dos bomberos voluntarios andan tratando de apagar el incendio en la sala de máquinas. Ojalá puedan, amigos. De todo corazón. Viajamos todos nosotros en ese barco.