Cambalache
Humanidad
Somos humanos y eso presupone y abarca múltiples significados, desde la fragilidad de nuestras vidas ilustrada por aquella expresión resignada de velorio de barrio, hoy estamos, mañana no estamos, hasta las enormes variantes en las que se demuestra nuestra humanidad, es decir, la posibilidad de ser piadosos, inflexibles, permeables, obtusos, generosos, avaros, santos y demonios. Todos son aspectos humanos, sólo que la costumbre popular identifica la cualidad humana con los aspectos positivos y olvida los negativos, que también forman parte de nuestra esencia. Cuando se producen hechos agresivos, desagradables o aberrantes suelen ser calificados como acciones inhumanas, y aunque todos sabemos lo que se quiere decir, no es exacta la denominación. Mal que nos pese esos horrores son cometidos por seres humanos monstruosos, perversos y repelentes, pero humanos. Tenemos que hacernos cargo de esas anomalías como integrantes de un colectivo que responde al nombre genérico de seres racionales. Nuestra psiquis es tan compleja que muchas veces podemos tener brotes, accesos y descompensaciones que nos pueden llevar a cometer actos que parecen venir de alguien extraño y que no conocemos, y sin embargo somos nosotros. Si tenemos cerebro sano, podemos corregir esas conductas, consultar con nuestra conciencia y con terapeutas para tratar de entender cuál fue la razón real del arrebato, sin olvidar que muchos de nosotros pasamos por la vida con una conducta estable y medianamente equilibrada, otros con altibajos y otros sumergidos en confusiones y angustias que pueden derivar en psicopatías más o menos agresivas. Y todos somos humanos.
La realidad muestra en muchas ocasiones conductas colectivas de pueblos aparentemente cultos y evolucionados que exteriorizan un salvajismo y una ignorancia poco comunes. Siempre se carga la culpa de esos excesos a supuestos monstruos carismáticos y dañinos que influyen sobre sectores importantes y clases sociales de diversa composición. A lo largo de la historia y desde épocas muy lejanas hemos visto la creación de mitos y leyendas para justificar acciones de nefastas consecuencias. Para citar un ejemplo entre muchos otros, podemos recordar las creencias en monstruos marinos que devoraban naves a partir de ciertas latitudes. Bestias salvajes con aspecto de dragón mezclado con dinosaurios alados de largos colmillos y gigantescas garras daban sostén a las teorías de que la tierra era plana y por lo tanto volvía imposible la navegación más allá de los límites conocidos. La ignorancia y el atraso convertía a los epilépticos en poseídos por Satanás, a los leprosos en maldecidos por el Señor y a las mujeres en instrumentos del diablo para incitar a la lujuria. Quizás de esos monstruos deriven las manías de las sociedades modernas que para justificar sus yerros y equivocaciones necesitan poner en alguien superior la responsabilidad absoluta de hechos nefastos y repudiables. Pero nunca debemos olvidar que cuando se encaraman en el poder determinados seudolíderes casi nunca ha sido y es por casualidades, sino por causalidades. Llegan a ese lugar por apoyo de mucha gente que confunde autoridad con autoritarismo y que es capaz de enajenar sus libertades individuales so pretexto de salir de una crisis económica, reforzar la nacionalidad fijando la supremacía de una raza, una clase social o una casta determinada, o simplemente por canalizar instintos racistas y/o clasistas que yacen en el interior inconfesable de cada ser humano. Sí, humanos, con todo lo que la palabra implica y significa. La lucha por superar esas fallas de fábrica o esa marca en el orillo que ostentamos todos los habitantes de este atribulado planeta es la verdadera historia de nuestra vida. Si logramos dominar nuestros bajos instintos (que no son los instintos de abajo, como algunos santurrones creen), habremos logrado dar forma a una buena humanidad..