Domingo 26 de mayo de 2013 | Publicado en edición impresa
El medio es el mensaje
El peronismo fue, es y será histriónico
Agotada, la Presidenta se había ido a dormir. La fiesta del Bicentenario ya era tan sólo un recuerdo. En la trasnoche del 25 de mayo de 2010, Néstor y Máximo Kirchner todavía charlaban en el living de la residencia de Olivos. Inicialmente ambos le habían restado importancia a la celebración de los 200 años de la Revolución de Mayo. No pensaban que pudiese sumarle algo al inestable capital político del Frente para la Victoria, y se rendían ante la evidencia de que todo había salido mucho mejor de lo que esperaban.
"Los quebramos culturalmente", le dijo el padre a su hijo. Lo cuenta el mismo Máximo en la película Néstor Kirchner , de escasa repercusión cuando se estrenó en los cines el año pasado y con nimia audiencia, el jueves último, cuando la emitió Canal 7.
Kirchner tenía razón. La fastuosa celebración por el Bicentenario fue el segundo de tres grandes golpes de efecto comunicacional que el kirchnerismo supo anotarse a su favor. El primero había sido, a partir del conflicto con el campo, al elegir como enemigo público N° 1 al Grupo Clarín y al periodismo exitoso en general, una cruzada creciente que ya lleva cinco años y que le redituó en términos de militancia y como útil chivo expiatorio de todos los males de la Argentina, gran aspiradora de energías que distrae de lo esencial a funcionarios, periodistas, empresarios y oposición.
El tercer gran efecto tendría como protagonista involuntario e inesperado al mismísimo Néstor Kirchner, quien no pudo apreciar sus frutos, ya que implicaba su propia muerte. En la adversidad, el FPV se hizo aún más fuerte: la militancia cerró filas, el finado fue elevado a una suerte de rockstar por los sectores jóvenes del oficialismo, en tanto la sociedad se compadeció de su viuda, una presidenta de luto desde entonces, que fue variando su discurso de consenso antes de las elecciones de octubre de 2011 al "vamos por todo" cuando, tras los comicios, sinceró sus verdaderas intenciones.
Que en menos de un año, las clases media y alta fundamentalmente le hayan disputado la calle al kirchnerismo en tres ocasiones, con multitudinarias movilizaciones en todo el país, por la sola voluntad de sus manifestantes, sin necesidad de ser trasladados más que por sus propios medios, es una afrenta que todavía resiente el ánimo de la expresión política que gobierna la Argentina desde hace diez años. Ayer fue uno de esos días de desquite en que el oficialismo echó mano a todos sus recursos logísticos para que la Plaza de Mayo luciera repleta.
Al asumir el kirchnerismo el poder por primera vez el 25 de mayo de 2003 naturalizó el pase a un segundo plano de la evocación de ese día patrio para anteponerle su propia gesta y también puso fin a la tradición del tedeum en la Catedral para no tener que escuchar las homilías del actual papa.
Hasta lo que debió ser el aniversario más reverenciado -el Bicentenario de la Revolución de Mayo- terminó siendo la presentación en sociedad de un nuevo y muy rendidor formato de vistoso acto público que el kirchnerismo se fagocitó y que viene explotando en ocasiones especiales.
Javier Grossman, máximo responsable de las más ambiciosas puestas en escena públicas del kirchnerismo, volvió a desplegar ayer todos sus recursos en la maratón de artistas nacionales e internacionales que desfilaron durante largas horas, el mapping sobre el Cabildo, las danzas aéreas y los fuegos artificiales que levantaron los ánimos tras el opaco y frío discurso presidencial. Es que la cadena nacional hundió a pique el rating de la TV abierta y levantó abruptamente el encendido de los canales de cable, salvo los de noticias.
La Presidenta necesitaba que el megashow de ayer saliera bien para tener la ilusión de entrar más entonada en las cruciales elecciones de mitad de su segundo mandato, que se disputarán en octubre y, de paso, disipar el mal humor social que últimamente la rondan (los problemas económicos, el boom Lanata y las denuncias por corrupción en el entorno de empresarios amigos y asistentes).
Así como Raúl Alfonsín prefirió inaugurar su presidencia desde el balcón del Cabildo (y la multitud, por única vez, debió darle la espalda a la Casa Rosada), la Presidenta se siente más a gusto para hablar desde un escenario especialmente montado en la Plaza de Mayo. También dentro de la sede gubernamental, prefiere hacerlo desde espacios remozados bajo su auspicio (la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, los salones de las Mujeres Argentinas y de los Científicos Argentinos o, cada vez más, desde el aledaño Museo del Bicentenario).
A diferencia de otros mandatarios, es poco usual que dirija un discurso por TV desde la soledad de su despacho. Siempre busca públicos cautivos presenciales (sus propios funcionarios, los más aplaudidores, o eventuales, en sus presentaciones variadas en el conurbano o en otras zonas).
El peronismo tuvo su bautismo callejero el 17 de octubre de 1945, la concentración soñada por lo espontánea que pudo haber sido en aquella ocasión. Durante años, la recreación masiva de ese episodio le dio un poder similar al de las urnas. Pero mucho de esa épica se ha perdido y cada vez más se parece a una escenografía forzada, con miles de extras.