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sábado, 23 de julio de 2016

Cristina presa, por Jorge Lanata

Cristina presa

por Jorge Lanata

La columna de Lanata

Estamos tan acostumbrados a que el cumplimiento de la ley sea discrecional que, inocentes, preguntamos: “¿Cristina irá presa?” El periodismo le pregunta al Presidente. El Presidente no opina, dice, previsible, que la-Justicia-es-independiente y bla-bla-bla-bla.
Y la gente insiste: “¿Irá presa?” Graciela Ocaña y Diana Conti coinciden, desde las antípodas: “Irá presa”.
Felipe Solá disiente: “Yo no creo, pero sería una pésima noticia para el país. Y no soy cristinista, pienso en la Argentina”, dice Felipe Sola, no cristinista, antes cafierista, menemista, compañero de Ruckauf, duhaldista, diputado K, ex K, ahora massista. “Hay una especie de cacería”, agrega.
Lo que nos preguntamos, no tan en el fondo, es si se debe cumplir la ley: nadie se pregunta si es inocente o culpable, sino si debe ir presa. La oportunidad, la conveniencia de tal estado de privación de la libertad. ¿Le conviene al gobierno Cristina presa? ¿Le conviene a Cristina? Quizás encantada con ponerse el disfraz de Juana de Arco (qué mejor capítulo para la Mentira Setentista que Santa Cristina, sacrificada por los oligarcas en la hoguera. Exterior noche: el pueblo con velas alrededor de la cárcel de Ezeiza, reportero gráfico que saca, en blanco y negro, a una niña que rompe en llanto mientras sostiene un cartel que exige la libertad de la Santa. Crédito del INCAA para la segunda parte de la saga del Topo Devoto que bien podría llamarse “El sacrificio”, si Tarkovski no lo hubiera plagiado).
Cuando nos preguntamos si Cristina irá presa nos preguntamos si se debe cumplir la ley. Y está bien que lo formulemos así: lo normal con la ley es que no se cumpla, o que esté sujeta a una ley mayor, la del más fuerte. La pregunta es normal: ¿por qué los mismos jueces que ignoraron durante una década a la ley, ahora deberían cumplirla? Este es el país del corralito, donde los bancos le robaron a los ciudadanos; el de las amnistías y las excepciones, el de los blanqueos. El país en el que los conventos no dependen de la Iglesia y las monjas se visten en casas de cotillón. “Sería pésimo para el país”, sentencia Solá. Para el país es obviamente mucho mejor que los ex secretarios de Estado carguen bolsos con millones, o la ex presidente oculte bienes en cajas de seguridad de su hija. Y es en este país donde, cándidos, esperamos sentados la llegada de inversiones extranjeras. En la ciudad donde cinco personas tomadas de la mano como muñequitos de papel pueden cortar a diario la avenida 9 de Julio. Aquí es un argumento político el “derecho al fútbol”, y frente al robo se actúa por comparación.
Doscientas lucas de Gabriela Michetti perdidas en un robo es igual a cinco millones de dólares de “la Nena” tratando de ocultar el patrimonio familiar blanco de un embargo judicial. El mismo país que tiene en negro, en el exterior, veinte veces más recursos que los que sale a pedir prestado a los demás. Nosotros no confiamos, ellos deben hacerlo. Macri es culpable por ser millonario, Cristina es inocente por ser millonaria. ¿Y por qué entonces, en Disneylandia, es importante que Cristina vaya presa? Por el valor simbólico que tendría para empezar a volver a la normalidad, por lo importante que sería para nuestros hijos que a los buenos les vaya bien y a los malos, mal. Perdón por la obviedad. Pero en la Argentina, la obviedad es revolucionaria. Si Cristina va presa, si se cumple la ley con ella, significaría que, por consecuencia, también se cumpliría la ley con los demás y más abajo. Esta es, quizá, la única opción que hoy permitiría, realmente, cambiar la historia. Si se hiciera justicia, Argentina tendría una lejana –tampoco certera, hay mucho trabajo por hacer– posibilidad de cambiar. El segundo semestre ya llegó, y no cambió demasiado, y aunque el optimista del Presidente tuviera asidero, aunque llegaran algunas inversiones y en efecto el año que viene se estuviera un poco mejor y el otro un poco más, nada de eso recompondría las enfermedades del alma del país. A lo sumo un poco el bolsillo, que nunca fue aquí un bien durable. Hace falta que sintamos que vivir aquí vale la pena, que también lo vale trabajar más y ser mejores, y que eso tendrá una recompensa justa. Quiero decir: empezar a ser menos cínicos. Sólo la justicia podría devolvernos eso. Por eso Cristina tiene que ir presa.

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