De no creer
El narcotráfico salvó la campaña
Con todo respeto, esta campaña fue un embole. La mayoría de los candidatos pareció regirse por la ley de "prohibido tirar una idea", y en las infumables tandas publicitarias no se advertía a la gente que el contenido era "sólo apto para personas de coeficiente intelectual módico".
Daniel lo logró: llegó a las PASO sin decir nada. Pero seamos justos. Si bien no dice nada, lo hace con vehemencia. Con convicción. Mensajes vacíos en los que, de tanto entusiasmo, da la impresión de que estuviese convocando a una revolución. Por ejemplo, esta semana dijo: "¡Si hay algo que deba ser cambiado, lo vamos a cambiar!" Perfecto, porque también pudo haber dicho: "Si hay algo que deba ser cambiado, nos vamos a resistir. ¡No lo vamos a cambiar!"
Mauricio también lo logró. Cree que sus ideas son invendibles, y cuando se hizo el kirchnerista le quedó espantoso. Su imitación de Cristina es incluso peor que su imitación de Freddie Mercury. Entonces preparó un par de sonrisas y salió al conurbano a tocar timbres. Terminó la campaña fiel a su consigna: "Si esperan definiciones, no cuenten conmigo".
Decía que la campaña fue un embole... hasta que apareció lo del narcotráfico. ¡Por fin un tema de fondo! Por fin un debate sobre una industria pujante que en los últimos 12 años no ha dejado de crecer, que genera tanta mano de obra -especialmente en los barrios más necesitados-, que impulsa el comercio exterior con importaciones y exportaciones de drogas, precursores químicos y muchos otros productos de alto valor agregado. Narcotráfico es diversificación de cultivos, creación de empresas, movilidad social, flujo de divisas. Cristina debería hablar mucho más del narco en sus discursos. Finalmente le ha encontrado un sustituto a la soja como creadora de riqueza.
Es verdad también que en algunos de sus pliegues esta actividad tiene cierto contacto con el crimen organizado. Desde el comienzo de la campaña, Domínguez y Espinoza se lo venían sugiriendo a Aníbal Fernández. Como que consideran que es un tanto descuidado a la hora de elegir sus amigos. Aníbal, cuya trayectoria demuestra que la intimidad con submundos tenebrosos no es un impedimento, si se le mete garra, para llegar a la alta política, de pronto lo tuvo claro. Cuando en el programa de Lanata le atribuyeron la autoría intelectual del triple crimen de General Rodríguez, dijo que detrás de esa denuncia estaban Domínguez y Espinoza. Y dobló la apuesta: los acusó de "comprarles merca a los transas". Urgente advertencia: por favor, no les hagan caso a nuestros candidatos. La interna del oficialismo en la provincia de Buenos Aires no es una competencia entre asesinos y faloperos. Hay que ser muy serios con esto. Tomemos los entreveros como lo que son: disputas al calor de una puja electoral. Al día siguiente los veremos tomados de la mano en amable confraternidad. Que la droga no separe lo que el kirchnerismo ha unido.
Además, bien podría hacerse otra interpretación de este enfrentamiento. Los súbditos de Néstor y Cristina somos, como ellos, apasionados, sanguíneos, transparentes. Frontales. Si creemos que un compañero dio la orden de cargarse a tres traficantes y tirarlos en un zanjón porque algo se había desmadrado en el negocio, pegamos el grito. Y más si uno de esos tres, Sebastián Forza, ayudó a financiar la campaña electoral de nuestra Presidenta. Si un funcionario del Gobierno está involucrado en cosas turbias con barrabravas del club Quilmes, le sacamos la tarjeta amarilla. Si vemos que uno de nuestros intendentes del conurbano recurre a productos no convencionales para enfrentar el estrés, no nos quedamos callados. Si comprobamos que Ramón Granero, zar antidrogas del Gobierno, de pronto es como que se le cambió la agenda y termina procesado en una causa por narcotráfico, lo dejamos caer. De los desprolijos que se ocupen los boga.
Fíjense la interna entre Rodríguez Larreta y Michetti: discutían sobre si el próximo Metrobus debía estar en Parque Chas o en Mataderos. Un escándalo de levedad. Igual que Massa, siempre obsesionado por poner camaritas buchonas en las esquinas. O Rodríguez Saá, con sus autopistas iluminadas. O Lilita, con eso de la corrupción. Nosotros nos peleamos por temas de fondo. Por el modelo de país. Por ejemplo, si vamos hacia una Argentina importadora de efedrina, y con qué volúmenes.
La lástima es que a veces nos trenzamos demasiado, la cosa se complica y el campo de batalla queda lleno de heridos. Es lo que pasó esta semana en la provincia, y Daniel lo pagó en carne propia. Cuando sus encuestadores le dijeron que el escándalo lo estaba perjudicando, inmediatamente tomó distancia de las dos fórmulas. Fue equidistante, un deporte que se le da muy bien. Hasta que el miércoles apareció la señora y, otra vez, le mostró el camino. En cadena nacional (todo tiene que ir por cadena, salvo que sea importante), furiosa como hacía mucho que no la veíamos, hizo una férrea y conmovedora defensa de Aníbal, que después de ese respaldo seguramente va a ganar cómodo mañana. Será un triunfo de la mesura y la racionalidad. Del buen hacer y el buen decir. Del bien sobre el mal.
Y si no gana, ya tiene un puesto asegurado: nuevo zar antidrogas.