El medio es el mensaje
Usar a Alfonsín de Chirolita
Sin pudor, el oficialismo salió a usar, una vez más, a Raúl Alfonsín como lo hacía Mister Chasman con Chirolita. En efecto, al recortarlo y descontextualizarlo, pretenden hacerle decir lo que ellos quieren y necesitan. No es la primera vez. Ya el 4 de noviembre de 2012, en esta misma página, se trató el fenómeno de apropiación que cíclicamente hacen los K del líder radical (ver "El kirchnerismo malversa a Alfonsín" en tinyurl.com/q4jq42n).
Es que el gran chiste de la semana fue que los kirchneristas pretendieron dar cátedra de alfonsinismo a los radicales. Se autoproclamaron sus exégetas más autorizados, en una cruzada mediática que atravesó con intensidad canales de TV, radios, diarios y redes sociales, y que aún no ha cesado.
Actuando preocupación por la pureza partidaria y democrática de la centenaria agrupación, el oficialismo, que gobierna de manera absolutista y sin consensuar nada con nadie desde hace doce años, ocupó todos los espacios mediáticos posibles para rasgarse ruidosamente las vestiduras y expresar su inquietud ante la decisión mayoritaria de la Convención de la UCR de integrar un compacto frente electoral entre esa agrupación, Pro y la Coalición Cívica. La persistencia en las críticas escondería un afán menos altruista: el temor a que ese cierre de filas opositor termine complicando las posibilidades del candidato presidencial del Frente para la Victoria, cualquiera que sea, incluso en la primera vuelta, como se atrevió a pronosticar, demasiado entusiasta, Elisa Carrió.
Fue increíble que las críticas sobrevinieran, tan luego, de quienes jamás se atreven a expresar ni en voz baja la más mínima disidencia hacia la jefa máxima, a la que prefieren dedicarle sus palmas enrojecidas de tanto aplaudirla en señal de aprobación incondicional, como claque obsecuente de cada cadena nacional.
Aníbal Fernández dijo que el primer presidente de la democracia recuperada en 1983 habría llorado al ver que su partido acordaba electoralmente con Mauricio Macri . Por lo visto, se olvidó que Alfonsín firmó el Pacto de Olivos que le dio la reelección a Carlos Menem y que también hizo muy buenas migas con Eduardo Duhalde, que el kirchnerismo tanto desprecia, aunque le deba la vida.
Es sintomático: el kirchnerismo reinventa y lo usa a Alfonsín cada vez que lo necesita como lo botan al tacho de basura cuando no les sirve; 6 7 8 se cansa de pasar una y otra vez las contadas veces en que el ex mandatario se enojó con Clarín y La Rural. Luego, por supuesto, se olvidan de que mandó a juzgar a las juntas militares y que creó la Conadep -con el fin de que brille como exclusivo acto fundacional de los derechos humanos la nimia orden teatral de Néstor Kirchner, de bajar el cuadro de Videla-, pero siempre recuerdan el punto final y la obediencia debida para subrayar que le faltó la fortaleza que a ellos supuestamente les sobró cuando los represores ya alimentaban geriátricos y cementerios.
Además de los enfáticos actings en los medios de los reinterpretadores K del Alfonsín deseado, las usinas de comunicación oficial y paraoficial le dieron generosa vidriera al gran perdedor de la convención radical, Julio Cobos, al que se cansaron de insultar cuando los defraudó como primer vicepresidente de Cristina Kirchner al emitir su famoso "voto no positivo", que mandó al archivo la polémica resolución 125 que desató el conflicto con el campo.
Luego también abrieron micrófonos, cámaras y páginas oficialistas a radicales que parecen más K que los propios militantes cristinistas. En este renglón ganó por varios cuerpos el senador y cómico Nito Artaza, que no para de disparar tuits envenenados contra la voluntad soberana de su propio partido y que se trenzó con su correligionario Facundo Suárez Lastra en el gallinero deIntratables.
Otro enemigo acérrimo de la estrategia de Ernesto Sanz es el radical converso Leopoldo Moreau y su yerno, Leandro Santoro, líder de la agrupación radical Los irrompibles, habitué del ciclo 6 7 8 y único invitado extrapartidario a la visita presidencial al papa Francisco en el Vaticano, donde posó para la posteridad con un brazo sobre el hombro del actual secretario general de la Presidencia, el camporista "Wado" De Pedro, y con el otro, sobre el de Victoria Montenegro, perteneciente a la agrupación Kolina, que lidera Alicia Kirchner.
Aunque reivindican algunos valores comunes, no hay nada menos parecido que el peronismo y el radicalismo. El primero es un "movimiento", más que un partido, según le gustaba decir a su fundador, un militar que supo imponer el verticalismo castrense a rajatabla a sus seguidores, algo en que lo imitaron quienes lo sucedieron en la conducción de ese ecléctico conglomerado. El radicalismo, en cambio, siempre ha apuntado a mayores consensos internos y la última prueba fue la asamblea de Gualeguaychú.
Fue una pena que existiendo tantos canales de noticias, sólo transmitiesen muy fragmentariamente esas deliberaciones, quitándole al público la posibilidad de contrastar esa rica pluralidad de voces y posturas, con el dogma único y supremo de la Presidenta, tan alejado del estilo y las formas del auténtico Raúl Alfonsín.