El medio es el mensaje
Relatos salvajes del fin de una era
El garantismo que campea en cierta parte de la justicia argentina viene recibiendo un inesperado espaldarazo por parte de influyentes referentes del espectáculo local.
Las controvertidas declaraciones, el mes pasado, del director de cine Damián Szifron, enAlmorzando con Mirtha Legrand, al reconocer que de no haberle ido bien en la vida hubiese preferido salir a robar antes que trabajar de albañil, fueron refrendadas en el mismo programa, el domingo último, por el actor Pablo Echarri. "Como he tenido posibilidades de desarrollarme, no me he transformado en delincuente", insistió en la misma nefasta teoría.
Al menos, Szifron le bajó algunos decibeles a su desdichado exabrupto en una carta abierta posterior al autocriticar la "forma desafortunada" en la que se expresó. También consignó que no tuvo la intención de "sugerir que había que buscar la equidad por medio de la violencia".
Tal vez, Szifron no fue del todo consciente de que, al fundamentar lo que habría hecho de su vida si le hubiera ido mal, estaba justificando la venganza como método para solucionar las cosas de manera expeditiva y por mano propia.
Ése es precisamente el eje de su exitosísima y efectista película Relatos salvajes: las seis impactantes historias que cuenta se resuelven por la vía de la venganza. Szifron tuvo gran olfato marketinero para descubrir que la sociedad hipersensibilizada en la que vivimos se tiraría de cabeza a los cines para sublimar sus resentimientos acumulados atraídos por ese poderoso imán producido a todo trapo. No es un dato menor que Relatos salvajes cuenta con un andamiaje de exhibición y promoción digno del más puro capitalismo, que en su discurso políticamente correcto -"chetito culposo", lo caló Beto Casella-, Szifron dramatiza denostar. ¿Confusión o cínico pragmatismo?
En la semana que pasó también el trabajador N° 1 de la comunicación kirchnerista, Víctor Hugo Morales, aseguró que "las villas son lugares bastante dignos" para vivir.
Szifron, Echarri, Víctor Hugo. Declaraciones sueltas, banales, irresponsables, aparentemente inconexas entre sí. Sin duda, no se pusieron de acuerdo para emitirlas, pero la "sintonía" entre ellas va armando un mapa cuya lectura resulta por demás inquietante. Son los preparativos para lo peor.
Cuando la situación política y económica se presentaba menos conflictiva, bastaban unos ligeros toques para volver aún más idílico el "relato". Pero ahora que las papas queman, al "relato" hay que forzarlo hasta grados indecibles e indecentes. La propaganda oficialista se vuelve desaprensiva, distorsionada y hasta desopilante, en su afán descomunal -y bastante inútil- por ocultar todo lo que no funciona o funciona mal.
"La Argentina prácticamente ha erradicado los niveles de indigencia y el hambre", aseveró el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, en su informe de gestión ante la Cámara de Diputados el 3 de septiembre. Bastó que LA NACION viajara a su provincia para comprobar, en una rápida recorrida, el grado de miseria en el que vive una buena parte de sus coterráneos. A Capitanich también le irritó que este medio fuese el primero en publicar la medición del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la UCA, que dio cuenta de que sólo en el Gran Buenos Aires hay 1.300.000 chicos sumidos en la pobreza y 290.000, en la indigencia.
Y frente al principal título de este diario el martes último ("La población en villas porteñas creció 156% en los últimos 13 años"), el formidable locutor charrúa, confiado en que su relato por sí mismo crea realidad, resolvió audazmente dar vuelta el paradigma negativo de los asentamientos (insalubres, violentos, ilegales), para sugerir, en cambio, que se trata de alternativas adecuadas para los que viven lejos. Ahora bien: incitar a usurpar tierras, ¿no es apología del delito?
Muchos pensaron que se le aflojó algún tornillo. Error: Morales está en sus cabales; sólo que pretende naturalizar las villas. Ya que no se pueden esconder, invierte la carga negativa de la prueba, las presenta como opciones potables para vivir y se convierte, de paso, en su más entusiasta desarrollador inmobiliario. Como, por lo visto, seguirán creciendo, dispara el atrevido dispositivo argumental de hacer mutar lo que hasta ahora causaba vergüenza en motivo de orgullo.
Szifron, Echarri y Morales cachetean a la amplísima mayoría de la gente humilde que se desloma por una paga insuficiente sin apartarse un centímetro del camino de la legalidad. Sus dichos desaprensivos, en cambio, funcionan como la palmadita justificatoria que esperan aquellos que por desesperación o por simple mala entraña, están pensando en delinquir.
Ninguno de ellos explica cómo puede ser que en la "década ganada" (en verdad, ya once años), que tanto aplauden, esos niveles altísimos de injusticia del sistema que denuncian no fueron bajados a su mínima expresión por el Gobierno como para que ya a nadie se le pase por la cabeza abrazar la delincuencia para sobrevivir.
Por suerte, al irles bien a Szifron, Echarri y Víctor Hugo, la sociedad puede respirar más tranquila: al menos, hay tres delincuentes menos.