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domingo, 14 de abril de 2013

¿Qué hacer? Por Enrique Pinti

Cambalache

¿Qué hacer?

Por Enrique Pinti  | Para LA NACION
 

Cómo encontrar el equilibrio en un mundo desequilibrado? ¿Cómo encontrar racionalidad en un mundo irracional? ¿cómo encontrar la verdad en un mundo lleno de mentiras?
Nadie encuentra respuestas coherentes a estas preguntas.
Buscar certezas en el reino de la incertidumbre suena muy poco lógico, y se necesitaría tener la sagacidad de un Sherlock Holmes, la sensatez de su ayudante Watson y el ingenio de Agatha Christie para intentar dilucidar estas cuestiones.
Lobbies, guerra de medios, intereses de todo tipo, conveniencias que alejan y/o acercan a grupos aparentemente opuestos pero que de pronto cambian de eje y convierten amigos en enemigos o viceversa, no ayudan precisamente a clarificar las cosas.
¿A quién creer? ¿A quién seguir? ¿Con quién consultar? A veces ayudan la propia memoria y la experiencia personal, pero en otras ocasiones la subjetividad extrema no es la mejor solución. Hay momentos en la historia en que los seres humanos nos sentimos como simples marionetas en un tinglado diseñado por artífices astutos y mentirosos y son esos momentos cuando muchos seres humanos optan por descreer de todo lo que les ordenan creer. No siempre ese extremo escéptico es favorable para resolver problemas, ya que muy pocas cosas en la vida son tan fáciles y nítidas como para adoptar posiciones en blanco sobre negro. Yo no me caso con nadie, es la frase que uno adopta en esos momentos de incertidumbre, pero no casarse no debe implicar la carencia de opinión o, peor aún, la indiferencia. Nadie puede vivir en un aislacionismo total, porque los problemas sociales nos incluyen a todos, los sufrimos todos y los pagamos todos. También es cierto que nuestra vida se compone de muchos elementos; no todos pasan estrictamente por los avatares de las políticas de los gobiernos. Están nuestros afectos, nuestros amores, nuestras peleas cotidianas y nuestros enfrentamientos familiares, el cuidado de nuestra salud y la de nuestros seres queridos, pero aun esos aspectos, más tarde o más temprano, serán salpicados por el caos social o beneficiados por medidas acertadas.
De vez en cuando, en medio del fragor de la batalla existencial, aparece como un relámpago a veces y como un rayo otras la conciencia de la fragilidad de nuestra vida corporizada en la muerte de seres queridos, odiados, cercanos, lejanos, entrañables o indiferentes, conocidos o desconocidos. Y ahí, al desplomarse como un castillo de naipes esa vida humana, nos ponemos a pensar y nos preguntamos a dónde van a parar las ambiciones, las luchas, discusiones, peleas, reconciliaciones y el poder material, y por un ratito nos proponemos seriamente disfrutar de la vida, no desperdiciarla en vanos enfrentamientos, y dejamos de hacernos mala sangre enredándonos en relaciones tóxicas y amistades peligrosas.
Pero, claro, hay que seguir viviendo.
Y al subirse nuevamente a la calesita imparable el mareo vuelve a ser habitual. Sería bueno que esos momentos de reflexión que surgen a raíz de la toma de conciencia de lo vulnerables que somos y de que lo único que quedará de nosotros será el recuerdo de los actos cometidos, de los ejemplos que hemos dado y de lo que hayamos construido, sean cada vez más profundos y actúen como bálsamo de tanta enajenación. Sólo así podemos enfrentar los abusos y desaguisados que el poder comete irrumpiendo en nuestras vidas como un tsunami. El que sabe quién es y qué quiere corre con ventaja, no se deja seducir por cantos de sirenas que disfrazan con discursos victoriosos y promesas desmesuradamente optimistas, mezquindades y chanchullos dignos de figurar en la antología del disparate. Quien se conoce y no se auto-engaña debe tener en claro sus objetivos y sobre todo los métodos para llegar a concretarlos, y ahí en los métodos es donde tienen que estar concentrados los mayores esfuerzos para no arrojar querosén al incendio, para no hacer de la ira nuestro pecado capital y para no ejercer violencia para combatir a la violencia ni exigir la muerte de los que nos estorban ni hacer de la crítica racional un no sé de qué se trata, pero me opongo. Es difícil calmarse en un mundo revuelto, es difícil razonar en tiempos irracionales, pero no hacerlo es lo que lleva a las peores catástrofes, ésas que no tienen retorno..

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