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domingo, 21 de abril de 2013

La curiosidad Por Enrique Pinti

Cambalache

La curiosidad

Por Enrique Pinti  | Para LA NACION

La curiosidad mató al gato. El que esto firma ignora de dónde ha salido esa frase-refrán, pero coincide en la creencia de que, como todo en esta vida, la curiosidad practicada con exceso puede ser muy molesta. Ya se sabe que los niños son los reyes de la curiosidad y que con sus constantes preguntas vuelven locos a sus padres, madres, tíos, abuelos y maestras. Una apacible tarde de verano en una playa tranquila donde todo es paz y sosiego puede ser perturbada por una vocecita infantil que, en un castellano todavía vacilante en su sintaxis, pregunta señalando el mar: "¿Quién puso toda esa agua ahí?" El adulto contesta: "Esa agua se llama mar". Y el enanito insiste: "¿Pero quién la puso?" La contestación más frecuente es: "La puso Dios". El chico asimila la respuesta y contraataca: "¿Dónde vive Dios?" "En el cielo", es la respuesta. Y el pequeño dice: "¿Y desde el cielo mandó tanta agua al mar?" El adulto ya no sabe qué decir y contesta: "Claro, en forma de lluvia". Pero el nene no para: "¿Y por qué cuando llueve por casa no tenemos un mar?" El supuesto adulto, que a esas alturas se siente mas chico que el niño, desvía el problema con una frase que suele rendir un buen resultado: "¿Querés un helado?" La mayoría de los nenes acepta el convite y la explicación de la creación del mundo queda postergada, pero hay monstruitos que siguen a muerte la inquisitoria investigación. Esa curiosidad es positiva e indica inquietud y deseos de superación. No debe ser censurada, sino motivo de felicidad al ver que esa mente en formación está en perfectas condiciones.
Cuando crecemos nuestra curiosidad se vuelve más invasiva y puede llegar a la indiscreción e incluso a la mala educación. Es muy bueno interesarse por el prójimo, ayudarlo a resolver problemas, aportar nuestra mirada que, al ser objetiva, puede ver con más claridad el fondo de las cuestiones y, por lo tanto, contribuir a solucionarlas o al menos a reflexionar sobre los porqués y los orígenes del problema.
Los científicos canalizan su curiosidad en sus investigaciones, que muchas veces producen importantes adelantos en la previsión y cura de enfermedades.
Los artistas y creadores hallan en la observación de los comportamientos humanos la fuente para producir obras que luego servirán para enriquecer el conocimiento y para esclarecer los vericuetos del alma.
Todos estos fenómenos, más que positivos, son el fruto de una curiosidad bien entendida.
El chisme, la maledicencia, el rumor de cosas no confirmadas pero echadas a correr sin medir las consecuencias y la malsana fiebre de meterse en la vida de los otros forman parte de los muchos aspectos negativos de la curiosidad. Y a medida que nos vamos poniendo viejos, la tolerancia para esas indiscreciones va bajando a niveles que rondan el cero. Es como si fuéramos alejándonos cada vez más de aquel niño de la playa que preguntaba por el origen del mar y los habitantes del cielo, y como efecto contrario cada día nos molestan más las preguntas, incluso las más inofensivas y rutinarias como esa que nos volvía locos en la adolescencia cuando al volver del colegio y entrar en casa alguna madre o abuela decía: "¿Llegaste?" Y uno, con el mal humor del péndex-adulto, contestaba insolente. "¡No! ¡Estoy por llegar!" Hoy, ya un poco cascarrabias, nos ponemos de mal humor cuando alguien nos llama por teléfono mientras estamos viendo televisión con volumen alto (porque, claro, estamos sordos), y el que llama, antes de decir hola, qué tal, como estás, pregunta: "¿Qué estás viendo?" "¿Quién se pelea en la tele?" o "¿Qué música es esa?" Y como el pedazo de adulto que llama no tiene el encanto de aquel bebe playero, tu parte más cascarrabias quisiera contestar: "¿Qué te importa lo que estoy viendo? ¿Para eso llamas?" Pero la buena educación no nos permite más que un evasivo: "No sé, no estaba prestando atención".
La curiosidad no sé si mató al gato pero a algunos preguntones de estupideces debería darles un susto..

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