Cambalache
Miserables de hoy
Meses atrás, durante la ceremonia de la entrega de los Oscar la actriz Anne Hathaway, ganadora del premio a la mejor actriz de reparto por su inolvidable actuación encarnando a la infortunada Fantine del clásico de Victor Hugo Los miserables en versión musical, dijo en su discurso de agradecimiento: "Ojalá que en el futuro las desgracias y abusos que sufre mi personaje sean sólo ficción". Así, volvió a poner sobre el tapete que si los clásicos siguen siendo clásicos es porque esos grandes creadores hablaron del ser humano, con sus defectos y virtudes, desde las entrañas de sociedades impiadosas e indiferentes al dolor que la pobreza, al grado de lo miserable, produce en los individuos, que, según cada personalidad, reaccionarán con abatimiento, violencia, locura, suicidio o venganza, agregando más caos al caos y más muerte a la muerte. Es remarcable que alguien desde las mieles del éxito, en una alfombra roja hollywoodense de esta segunda década del siglo XXI, con soirée de marca y zapatos lujosos, mencione con seguridad y firmeza que las injusticias y abusos que el gran novelista del siglo XIX denunció se siguen cometiendo en una Francia tan poderosa como hoy lo es Estados Unidos. Quizás la maravillosa partitura de ese musical, su producción súper espectacular y los ropajes de una época lejana, junto a una recreación de un París de set cinematográfico, atenúen un poco la dolorosa radiografía de la injusticia de una justicia que castigó al pobre más que al rico, al que no tiene abogados mucho más que al que los tiene, y que además, ostentando una crueldad disfrazada de igualdad legal, no tenga la más mínima piedad para el que cae en el delito por necesidad, acorralamiento y marginación social.
Es lamentable que la palabra garantía se haya convertido en sinónimo de protección al delincuente, ocultamiento de pruebas incriminatorias y vista gorda ante crímenes aberrantes cometidos una y otra vez por reincidentes. La garantía es un paso adelante que las sociedades dieron para evitar las causas armadas que existieron y existen, y que pueden hundir a personas inocentes o al menos no culpables de los crímenes específicos, de los que son acusados en años de cárcel que por más que luego se aclaren las cosas no pueden pagarse con nada, y que producen traumas y desarreglos psíquicos muy difíciles de curar. La garantía es la protección del inocente y no el ocultamiento del culpable. Está claro también que pueden beneficiarse delincuentes que con la ayuda de algún leguleyo tramposo usen esas garantías para su propio provecho. Pero aún así siempre será preferible tenerlas para ser bien usadas y no anularlas como muchos piden desde el dolor de ser víctimas de delincuentes reincidentes que gozan de una libertad inmerecida. El problema comienza desde la cuna, desde la familia y desde la educación a la que no todos tienen acceso, y existen también factores ajenos a esas carencias producto de la pobreza material, pero que también tienen que ver con la educación, aunque esos delincuentes hayan tenido a su alcance buenas posibilidades de obtenerla en condiciones mas favorables que el miserable paupérrimo con hambre y furia acumuladas. No se trata de justificar el crimen, sea este robo, homicidio, violación o violencia familiar; se trata de separar la paja del trigo y de estar atentos a las posibilidades de redención que por supuesto también dependen del interés real que los propios descarriados tengan.
Nada es fácil, pero sólo un equilibrio de justicia sin burocracia ni subterfugios, con firmeza pero sin ensañamiento, y sobre todo, sin prejuicios ni haciendo valer cosas como la etnia, clase social o apariencia física del sospechoso por sobre los hechos concretos. Sólo así los miserables podrán ser juzgados por hombres de bien y no por la otra clase de miserables que la acepción más popular de esa palabra define.
Tiene razón Anne Hathaway, muchas Fantines hoy día sufren la misma crueldad de la ficción, abusadas, maltratadas, embarazadas abandonadas, señaladas, acosadas por jefes y capataces, prostituidas para mantener a sus hijos y tratadas como basura por sociedades indiferentes y mezquinas. Y hay muchos Jean Valjean que comienzan su carrera delictiva robando para comer; y no todos ellos encuentran la piedad del cura que, ante el robo de los candelabros de plata de su propiedad, prefieren decirle a la policía que él mismo se los regaló, arriesgándose a que el ladrón siga robando pero también a la posibilidad de la redención..