Por Rolando Hanglin | Para LA NACION
Nuestro hombre lleva trabajando ya 40 años. Está cerca de la jubilación pero, como sospecha que puede resultar escasa, ha ahorrado durante toda su vida. Como buen descendiente de gallegos y/o italianos, no confía en los bonos, las acciones, las martingalas financieras, las mesas de dinero y demás. El señor González cree en el ladrillo. Un buen departamento sirve, vale, dura. Nadie te lo puede quitar. Resiste la inflación, las devaluaciones, las crisis políticas. Siempre hay algún inquilino dispuesto a pagar un alquiler razonable para dar techo a su familia. O para tener un "rinconcito secreto". O lo que sea.
Se podría decir que González nunca escribió dos líneas (ni para el boletín del club), jamás habló en público, no sabría precisar si la luna es un satélite o un planeta. No tiene muchas luces. Pero es una persona legal que tampoco pisó una comisaría o un juzgado. Enemigo de las avivadas, las ventajitas y las cosas turbias. Un hombre decente y honrado a carta cabal.
En fin. Juntando peso sobre peso y dólar sobre dólar, el señor González es ahora el propietario legítimo de dos departamentos, cada uno de dos ambientes. Uno en la calle Curapaligüe y otro en la calle Estomba. No es pleno Barrio Norte, pero se alquila, y siempre son unos pesos que se suman el día 5 de cada mes.
Una vez comprados los inmuebles (expensas, impuestos y servicios al día) González los puso en manos de su sobrina Vanessa. Es una chica muy despierta y dinámica que está en la cosa inmobiliaria. En menos de un mes los tenía alquilados, con el contrato certificado por escribano y demás. Para González, esa pequeña renta mensual (cada departamento rinde unos 1500 pesos) era una bocanada de aire fresco. La sensación de haber triunfado, el alivio de remar con viento a favor.
El propietario estaba en el mejor de los mundos cuando recibió la carta documento del Consorcio de Curapaligüe: "Estimado Propietario de la Unidad Funcional 16, señor José González, queda usted notificado de esta comunicación e intimado a cesar en la sistemática violación de la ley 12.331 de Profilaxis, que se ejerce en el inmueble de su propiedad. Accionaremos judicialmente y daremos difusión nacional a este escándalo". Pálido, González leía las firmas de los consorcistas sin poderlo creer. Y antes de que pudiera reaccionar, estaba recibiendo un documento similar, remitido por el Consorcio Estomba.
Temblando, llamó a su sobrina Vanessa:
- ¡Vane! ¿Quién está viviendo en los departamentos míos? Vos me dijiste que el de Estomba era un estudiante, tucumano, que venía a estudiar acá. Y el de Curapaligüe, un gerente de banco, de una sucursal de Liniers. Parece que están pasando cosas horribles...
- ¿Cual es el problema, tío?
- ¡Me llegan cartas documento diciendo que estoy violando la Ley de Profilaxis! No sé qué es, pero suena parecido a profiláctico.
- Bueno, tío, eran los inquilinos con las mejores garantías. A veces pasa que después le dejan el lugar a unas chicas, que atienden hombres. ¡Bueno, pero estamos en un país libre, che!
- Oíme Vane, me están acusando de violar la ley. Es una vergüenza. Yo conozco a la gente del consorcio. Voy a salir en los diarios.
- ¡Pero tío, no te asustes, si hay chicas trabajando en todos los barrios de la capital! No pasa nada. Deciles que te hagan juicio, si quieren. Yo ahora no te puedo atender, tío, porque estoy por entrar al banco. Después te averiguo bien, en una de esas le podemos aumentar el alquiler al doble o al triple. Si las chicas trabajan bien... Bueno, te dejo, tío. Chau.
González se quedó mirando el teléfono. Violación de la ley... escándalo público... Profilaxis...
Por la tarde, ese mismo día, se sentó a tomar un café con su abogado, el doctor Comet, quien escuchó sus preocupaciones y respondió.
- Fijate vos lo que son las cosas. La prostitución no está prohibida, pero sí el proxenetismo. A vos te van a acusar de proxeneta. La ley 12.331 dice, te leo: "Queda prohibido en toda la República el establecimiento de casas o locales donde se ejerza la prostitución o se incite a ella... serán castigados con penas de prisión quienes administren, sostengan o regenteen ostensible o encubiertamente casas de tolerancia". A vos te agarran en este último párrafo, porque la estás organizando de manera encubierta, ya que facilitás el inmueble donde se realiza el comercio sexual. Tratá de negociar, gordo.
González se dirigió inmediatamente al edificio de la calle Curapaligüe. Recibió el testimonio de la portera: "Esto es un despelote, señor. En el departamento de usted hay seis chicas. Algunas duermen ahí, otras vienen a trabajar. Los vecinos se quejan mucho por los gritos, la música, los hombres que entran y salen. Hay varios tipos que tienen llave. Además, algunos vienen borrachos, y me vomitan en el pasillo. ¿A usted le parece que una tiene que aguantar esto, señor? Después, las chicas despachan al cliente, que no encuentra la salida y anda caminando por el edificio. Y muchos aprietan el timbre de abajo del tercero A o del cuarto B, por equivocación. ¡Están subiendo y bajando hasta las tres de la mañana! Imagínese, aquí viven familias. Aparece cada tipo en el ascensor...
- ¿Y el inquilino que yo tenía? ¿Aquel gerente de sucursal bancaria de Liniers?
- Ese no vino nunca. Vinieron las chicas.
Desesperado, González corrió hasta su departamento de la calle Estomba, donde la situación era aún peor. El portero no le ahorró ningún detalle: "Perdóneme la franqueza señor, el departamento suyo se ha convertido en un verdadero quilombo. El estudiante tucumano se fue al segundo mes. Ahora hay dos travestis y dos chicas. Se pelean a gritos, se agarran de los pelos y una vez hubo una cuchillada, aquí en el segundo piso. Vino la policía, pero por suerte, al final no pasó nada. No sé, señor, la gente quiere ir a la televisión o cortar la calle con un piquete...
El señor González recorrió los dos edificios y visitó uno por uno a todos los vecinos. Les pidió perdón por la imperdonable torpeza de su sobrina Vanessa (sin nombrarla) y puso el asunto en manos de su abogado. Ahora sí, la cosa va en serio: demanda judicial, orden de desalojo, amenazas telefónicas. Todo.
Con estas complicaciones, el señor Gonzalez ha dejado de cobrar los alquileres. Hace meses. Pero no le importa. Es una persona decente. Tiene la conciencia limpia. Nunca olvidará el día en que una vecina le dijo: "Aquí hay chicas dominicanas y paraguayas que, para mí, son menores. El otro día, una morochita me dijo que la habían traído engañada".
¡Trata de personas!¡Y para colmo, los departamentos de González figuraban en algunas páginas web y en los avisos clasificados del Rubro 59!
Algún día, González podrá volver a alquilar sus departamentos a honrados empleados del correo, o a pudorosas viudas con dos hijos. Mientras tanto, se ajusta el cinturón y sufre en silencio. Es una persona correcta, a quien sólo le importa no molestar a nadie. Me ha rogado que, a través de esta columna, implore disculpas a todo el vecindario por los inconvenientes causados. Cumplo en transmitir su pedido, cambio y fuera.
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