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domingo, 19 de marzo de 2017

El gran pogo de un régimen rancio que nunca se fue, por Jorge Fernández Díaz

El gran pogo de un régimen rancio que nunca se fue

por Jorge Fernández Díaz
Jorge Fernández Díaz

La Pasionaria del Calafate acaba de anotarse un triunfo espectacular. Los potentados de la CGT, esos estadistas resabiados y cancheros, no pensaban lanzar todavía un paro general, pero el carapintadismo kirchnerista les copó el acto, les ganó el palco y los corrió a botellazos. Los manuales de la infantería napoleónica explican muy bien cómo un pequeño grupo de vanguardia con determinación y sorpresa puede poner en fuga a todo un ejército regular. Ese mismo grupo de agitadores religiosos (hoy aliados con el trotskismo que tanto los había combatido) opera en todas y cada una de las manifestaciones, cortes y piquetes, y presta volumen a la batalla docente en la zona metropolitana. La arquitecta egipcia emite desde el sur órdenes tajantes y consignas abnegadas, y aquí sus soldados la obedecen ciegamente: todos están excitados y exultantes. Gran protectora de maestros y de empleados públicos, Cristina no hace, sin embargo, lo que predica: Pedro Cormack, secretario general de la Asociación Docente de Santa Cruz, me contó esta semana que allí todavía no les ofrecieron ni la mitad de un peso, que les han quitado licencias gremiales, que los han hostigado con la policía, que el año pasado no los llamaron a paritarias y que luego les hicieron un ofrecimiento en negro, que las escuelas se caen a pedazos y que el ministro de Educación tuvo que renunciar. Refiere Mariela Arias, periodista residente en ese paraíso de la inclusión, que hace seis noches miembros del gremio judicial durmieron dentro del Palacio del Tribunal Superior; sólo así lograron levantar la suspensión de las paritarias: desde el primero de marzo en Santa Cruz no funciona la Justicia, sus empleados mantienen retención de servicios por tiempo indeterminado hasta cobrar. Tampoco funciona la obra social provincial, que está desfinanciada y que atendía al 90% de la población, aunque con una prestación lamentable: irónicamente se dice que "el mejor médico es Aerolíneas", porque si estás enfermo lo mejor es tomarte un avión. El kirchnerismo les paga con atraso a los jubilados, pero Alicia Kirchner y sus brillantes ministros se aumentaron los sueldos por decreto: hasta ahora la oferta salarial para los estatales es cero. Nada de nada. Y la excusa es (adivinen) "la herencia", aunque este año se cumplirán 25 años ininterrumpidos de administración nacional y popular en esa bendita tierra arrasada. Venezuela resulta una imagen de lo que pudimos ser; Santa Cruz es una apoteosis actualizada del desastre y de la hipocresía nacional. Quienes trabajan día y noche para la ingobernabilidad de Balcarce 50, gestionan allí un desgobierno de pesadilla.

Poco hubiera podido lograr este carapintadismo militante sin la asombrosa cobardía política del peronismo clásico y sin la inestimable torpeza de Cambiemos. Para los peronistas próximos a renovarse habría que pedir un hábeas corpus porque no aparecen por ningún lado en estas horas de asedio, y corren por lo tanto el riesgo de terminar bajo las faldas de su reina vengativa. Si así fuera, que Dios se apiade de sus almas. Y para los muchachos de Cambiemos habría que pedir tantas cosas, para empezar un despertador ruidoso, una autocrítica sin indulgencias y una bebida energizante. Ni la izquierda clasista y combativa ni el cristinismo destituyente ni los burócratas sindicales se saldrían con la suya si no fuera porque el rebote económico tiene la contundencia de una pistola de agua, el programa de inversiones es más pobre que ropero de Tarzán y el Gobierno rifó diez puntos de popularidad con los Precios Transparentes, que tuvo a bien anestesiar el consumo cuando se estaba despertando. Esta última medida es interesante para analizar con cierto detenimiento, porque a pesar de su buena factura técnica fue resuelta y anunciada sin timing político y sin explicaciones contundentes, como si se tratara de un hecho evidente y objetivo, y no mereciera ningún esfuerzo pedagógico. Según los encuestadores, muchas personas que entendían dolorosamente la necesidad de aumentar las tarifas, encajaron muy mal una noticia tergiversada: se acabaron las compras en cuotas. Y fue la gota que rebasó el vaso. El caso confirma, por lo tanto, que los chicos del Excel siguen subestimando la acción política y que ésta no puede ser suplantada por mensajes descafeinados en la Web ni por conferencias de prensa anodinas. El kirchnerismo es una eficiente fábrica de mentiras verosímiles y de argumentaciones falsas, que van penetrando la opinión pública y que a veces logran instalarse como verdades indiscutibles. Como el oficialismo no tiene argumentadores y renunció a las escaramuzas culturales, los apóstoles de Cristina consiguieron fijar en vastos segmentos de la sociedad que es un gobierno para ricos, que abrieron de manera indiscriminada las importaciones y que reencarnan a Menem y a Martínez de Hoz, informaciones apócrifas que nadie se toma el trabajo de refutar, que producen enorme desprestigio y que horadan la fe de cualquiera.

También resulta ilustrativo examinar lo que sucede con el Indec recuperado: el cristinismo amplificó con alegría indisimulable las cifras nuevas como evidencias contundentes de la catástrofe macrista, hasta que los estadísticos demostraron esta semana que el desempleo había bajado. Fue entonces cuando la patota interna comenzó con los sabotajes y los insultos, y los medios de Máximo iniciaron una campaña para desacreditar la performance hasta ahora incuestionable de Jorge Todesca. Porque a pesar de que la recuperación va en cámara lenta y hubo errores de cálculo, es también cierto que están creciendo las inversiones y las exportaciones, aunque muchos empresarios nacionales y extranjeros observan la amenaza de Cristina Kirchner y el desfile histérico de protestas y bloqueos, y se vuelven cada vez más fríos y cautelosos. ¿Alguien podría culparlos? Hay algo real: Cambiemos le pone la proa tímidamente a una corporación parasitaria, ineficiente y adictiva que vive de las prebendas y favores del Estado, que ha logrado apropiarse de todos sus curros y palancas, y que está dispuesta a incendiar el país con tal de mantener sus privilegios. No está probado que una coalición no peronista pueda domar ese potro salvaje, alimentado de manera irresponsable durante 24 años por quienes gobernaron inescrupulosamente las administraciones públicas. Es por eso que además del descontento social frente a una mediocre gestión económica, vemos estos días en las calles y en las pantallas el gran pogo nacional, resistencia de un régimen rancio que nunca se ha ido.

La tragedia de Olavarría también constituye una maqueta lúgubre de nuestros vicios y pecados: allí el Estado siguió brillando por su ausencia, el intendente del cambio falló de manera vergonzosa, las masas orgullosamente degradadas y entregadas al descontrol (repudian a la policía y luego la reclaman a los gritos) provocaron muertes y heridos graves, y el líder y organizador de este aquelarre resultó todo un paradigma del kirchnerismo: pobrista, demagogo y contestatario, pero en realidad millonario, hipócrita y codicioso. Borges escribió en 1946 un texto donde afirma que los argentinos no denunciamos un crimen porque nos sentimos delatores y que no somos ciudadanos sino apenas individuos. Para los europeos, el mundo es un cosmos; para los argentinos, un caos. En estos días caóticos no están en juego únicamente asuntos prosaicos, sino también una cuestión de fondo: ¿seremos capaces de luchar contra nuestro largo y fatal destino decadente?


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