El medio es el mensaje
Tu hijo, mi hijo, nuestro hijo
Era muy chiquito y me hundí en la espesura marrón del río, en el Tigre. Un descuido que podría haberme costado la vida hace más de medio siglo. La mano salvadora de mi padre me rescató.
Sin embargo, no es esa mano tensa y mojada la que más recuerda mi memoria emotiva sino su versión cálida y seca dentro de la cual se acurrucaba feliz la mía en nuestros paseos por el zoológico los domingos por la mañana. Cuando el tiempo pasó fueron mis propias manos las que cobijaron a otras más pequeñas y yo mismo me convertí en mi padre y en todos los padres del mundo.
Por eso, la desoladora imagen del pequeño Aylan Kurdi, dormido para siempre en una playa turca, nos duele tanto, aunque el planeta desborde de crueldades todos los días. Es que se convirtió en tu hijo, en mi hijo, en el hijo de todos. Y no supimos salvarlo.
"El fotógrafo -escribió Susan Sontag- saquea y preserva, denuncia y consagra a la vez." Pero la toma de la reportera gráfica de la agencia Reuters Nilufer Demir va mucho más allá del testimonio político. Interpela, a lo más profundo de nuestro ser.
Lo masivo de aquellas horrendas fotos de los campos de concentración nazi o de las apocalípticas postales de la caída de las Torres Gemelas, por supuesto impactan y electrizan, pero hemos aprendido a establecer cierta distancia con ellas.
Las historias individuales nos llegan más hondo que las desgracias multitudinarias. Aunque no todas tampoco.
Pocos días antes de esta nueva tragedia de los inmigrantes vimos en vivo y en directo por TV cómo mataban a una periodista norteamericana y a su camarógrafo. Fue de gran impacto mediático, pero estuvo muy lejos de resquebrajarnos por dentro.
Sontag también teorizó sobre las paradojas de la "estética del dolor" cuando, aun quitándole ciertas asperezas y "pasteurizando" un mensaje visual, se logra una determinada puesta en escena que desemboca casi por casualidad en una imagen hasta más "perfecta" del dolor que la real.
Pasa con algunas secuencias de dramas humanitarios o de la pobreza: una luz que subraya determinados claroscuros o el énfasis puesto en un punto de vista forzado, pero que "facilita" que en el espectador detonen determinados sentimientos o sensaciones.
No hay truculencias ni las horrorosas deformaciones de la muerte en la foto de Aylan. A pesar del fallo inapelable marítimo que lo separó de las manos de su padre y de la vida, no ha perdido ninguna de sus vestimentas ni su calzado. Yace sobre la arena como si sólo estuviese dormido y el agua encima se burla devolviéndolo muerto, pero peinado. Hay cierta armonía indecible en el conjunto que termina por desacomodarnos del todo.
Nunca como en estos días hubo tantos debates en las redacciones periodísticas de todo el mundo con el fin de resolver el dilema de si se debía publicar o no esa foto.
Si se recorren las primeras planas de los principales diarios del planeta -incluido LA NACION- se verá que una abrumadora mayoría se inclinó por editar una imagen colateral: la del policía que lo lleva en brazos y que voltea su mirada hacia otro lado porque él tampoco soporta esa tremenda situación. En esa toma, lo único que se ve del niño son sus piernitas colgando.
El dilema sigue pendiente aunque hayan pasado algunos días. La primera foto, y no la segunda, es la que más conmovió al mundo, la que puede empujar con su absurdo contenido a apurar algunas soluciones parciales de la tragedia humanitaria que sacude al mundo en estas horas.
Ahora que gracias a Internet y las redes sociales, cualquiera puede buscar rápidamente la foto que desee ver, ¿era necesario que una publicación se la impusiera desde su tapa a sus lectores, incluso a tantos que no querían ni verla? Por el contrario: ¿teníamos derecho a retacearla? No hay una sola respuesta y todas las opiniones son válidas.
Así somos los seres humanos: contradictorios, dudosos, indefensos, apenas un puñado de frágiles emociones errantes, un fugaz destello de luz que se enciende entre dos insondables oscuridades, la que nos precedió y hacia la que vamos. Aylan sólo se nos adelantó de la peor manera. Por eso nos duele tanto.
psirven@lanacion.com.ar
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