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sábado, 29 de marzo de 2014

Espasmos y gambetas Por : Pepe Eliaschev

 

Espasmos y gambetas

  
Por :  Pepe Eliaschev 

2803 Editorial Pp

by Pepe Eliaschev

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Buenos Aires, 28 de marzo de 2014 – Cada vez que alguien me interroga acerca de mi opinión por la llamada política exterior de Argentina respondo casi de manera sistemática: “¿qué política exterior?”. ¿Es que, acaso, la Argentina tiene algo que puede denominarse “política exterior”? En lo personal, considero que no. Los últimos acontecimientos ratifican que lo que se describe como política exterior argentina es un conjunto de espasmos, pasos cortos, gambetas y tiros hacia cualquier lado. En las últimas horas se ha consolidado la ya a estas alturas explícita alianza de Cristina Kirchner  con el autócrata ruso Vladimir Putin.
Cuando digo “autócrata” ruso no estoy ignorando que efectivamente Putin llegó a la presidencia de Rusia a través del sistema electoral. Es uno de esos casos en que la democracia electoral termina convirtiéndose en autoritarismo de hecho. La alianza explícita de la Argentina de Cristina Kirchner con el régimen de Putin establece automáticamente un nuevo distanciaiento no sólo con Estados Unidos, sino también con una cantidad muy importante de naciones latinoamericanas que han optado por tomar distancia de regímenes a los que consideran autoritarios, demagógicos o populistas.
El acercamiento a Putin tiene como excusa la situación de Crimea, la península que formaba parte de Ucrania y que se desgajó de esa república europea para ser anexada  por Rusia. Una vez más, al igual de lo que sucedió con la época de los zares y con la época comunista, Rusia se ha manifestado como lo que es: una potencia cuyas aspiraciones y apetitos geográficos y geopolíticos están más allá de toda consideración legal internacional.
Si bien es cierto que se habla de un plebiscito en donde el pueblo de Crimea habría votado incorporarse a Rusia, también es cierto que nadie puede defender la autenticidad, legalidad y sobre todo transparencia de ese plebiscito, hecho con la presencia intimidatoria del gran amo ruso, que mantenía de todas maneras desde la época de la soberanía de Ucrania, una importante flota en el puerto crimeo de Sebastopol. Esa flota rusa del Mar Negro es la misma flota de la época soviética, mantenida ahora en la época capitalista de Rusia.
Pese a que el gobierno argentino dice manejarse en función de criterios y valores, y pretende comparar los casos de Malvinas y de Crimea, al denunciar la presidente lo que ella llama “un doble criterio,” la situación de ninguna manera es comparable. Crimea era un territorio efectivamente integrante de Ucrania. Malvinas hoy no lo es. Malvinas sigue siendo, nos duela o no, las islas Falkland, en tanto y en cuanto están bajo soberanía británica, hasta que eso cambie, si es que algún día cambia.Imposible comparar, en consecuencia, el plebiscito de Malvinas con el de Crimea, que se hizo con la presencia intimidatoria y amenazante de las poderosas fuerzas armadas rusas.
¿Cuáles son los aliados y cuáles son los amigos de la política exterior cristinista? Es difícil de decir, sobre todo porque es errática, zigzagueante, oblicua y cambiante. Ahí está el caso de Irán. La Argentina inventó una fantasía enloquecida con Irán, imaginando que la destreza y astucia del ministro Héctor Timerman alcanzarían para doblarle el pulso a los iraníes, con sus 3000 años de astucia diplomática persa. Ese pacto, que se firmó supuestamente para generar un acuerdo que permitiría llevar a la justicia a los responsables del mayor atentado terrorista que se produjo en la Argentina,  la demolición de la AMIA, estalló de la peor manera. Fue una verdadera humillación para la Argentina y para el Congreso con mayoría kirchnerista que lo votó a brazo alzado siguiendo la orden de la Casa Rosada.
No hay, en consecuencia, coherencia ideológica que pueda ser mencionada, sino obstinación en una búsqueda desesperada y oportunista de amigos ocasionales. La Argentina anda por el mundo tratando de ver quién le presta atención y de quién puede ser amigo. Aún cuando en todo el mundo las políticas exteriores no necesariamente tienen que ver con principios morales –ingenuo sería pretenderlo- es evidente que la Argentina ha superado todos los récords de oportunismo y cambios frívolos en sus nortes y en sus aliados. Hoy la realidad es que nuestro país está más cerca del gobierno de Rusia de Putin que del de los Estados Unidos de Obama, cuya amistad la presidente procuró infructuosamente durante largos años.
Nada nuevo en un Gobierno que ha practicado el doble discurso permanentemente, como se vio con el caso del papa Francisco. Nadie puede negar, está en los archivos y es patrimonio del acervo documentado, que el gobierno argentino se sintió profundamente agredido por la designación de Jorge Bergoglio como papa Francisco.Pero en menos de 72 horas, advirtiendo el derrape que significaba acusarlo a Bergoglio de cómplice de la dictadura militar, cambió rápidamente de posición y se convirtió en un adorador del nuevo Papa.
Esto no es una novedad en gobiernos que proceden del riñón justicialista. Durante largas décadas, desde los años Cuarenta hasta hoy, el peronismo cultivó una particular predilección por su supuesta capacidad de hacer milagros de equidistancia. Fue Juan Perón quien acuñó la consigna “ni yanquis ni marxistas”. Fue el mismo Juan Perón quien pergeñó la consigna del “socialismo nacional”, palabras estremecedoras porque dichas al revés son nacional-socialismo. Siempre la pretensión de que la Argentina tenía la potencia, el espacio, la ambición y, sobre todo, la capacidad de generar una política propia al margen de los grandes debates mundiales. Cosa que no sucedió con países que han sido en esa materia más exitosos que la Argentina, como Brasil, que participó, por caso, junto a los Estados Unidos en la Guerra de Corea en la década del Cincuenta, y antes  participó de la Segunda Guerra Mundial junto a los Aliados, en la lucha contra el totalitarismo nazi-fascista, combate del que la Argentina se marginó, declarando la guerra a Alemania vergonzosamente en los meses finales de la contienda. Esto ha sido peronismo proverbial, como que sucede en la relación con Venezuela.
El mismo gobierno cristinista que en la Argentina se rasga las vestiduras diciendo que jamás avalaría la criminalización de la protesta y la represión a las manifestaciones, no abre la boca para condenar la furiosa represión del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Para el cristinismo, la represión chavista es buena. Acá en la Argentina, cualquier intento de establecer el orden democrático, es fascismo.
Por eso no hay política exterior en la Argentina. Hay una búsqueda desesperada de logros rápidos, amateurismo, una fuerte carga ideológica y una obsesión antidemocrática y cerril de buscar un lugar en el mundo, siempre al amparo de autocracias y regímenes de mano dura.Ésa es hoy la política exterior argentina: una verdadera pérdida de rumbo, una búsqueda que no tiene fin, para encontrar su razón de ser un gobierno que la va perdiendo cada vez más.

© Pepe Eliaschev

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