Cambalache
"¿Usted sabe quién soy yo?"
Cuando llega ese momento en que alguien repite constantemente frases como ¿usted no sabe quien soy yo?, ¡usted no sabe con quien se metió! o una persona de mi importancia y nivel no puede ser tratada como si fuera un don nadie, es porque se ha perdido la importancia cacareada o quizás porque nunca ha existido realmente.
La supuesta importancia de cada uno de nosotros está originada en actos concretos, en conductas coherentes a lo largo de toda una vida y en la percepción de los otros. Es claro también que se viven épocas donde el respeto, la memoria y la educación no están pasando su mejor momento y donde valen más los aspavientos de celebridades mediáticas sin sustento real que las conductas y logros de los que han elegido el camino difícil del estudio, la creatividad y la fidelidad a principios de honestidad y altruismo. Son nuestras épocas espacios propicios para charlatanes, cuenteros, reyes de la sanata y seudofilósofos de cartón como pavos reales pagados de sí mismos. Exhibicionistas impúdicos de frases hechas y verdades mentirosas pululan por los medios de comunicación esparciendo banalidades disfrazadas de causas nobles, cuando no de estupideces lisas y llanas. Todo eso existe, pero no logra ni logrará eclipsar a los verdaderos talentos que con honestidad y trabajo bien intencionado hacen desde distintos ámbitos que nuestra vida sea un poco mejor. Ellos cumplen su ciclo y muchas veces son injustamente olvidados y pueden sentirse muy mal por ese ninguneo, y, según el carácter de cada uno de ellos, pueden reclamar con énfasis un mínimo de respeto y agradecimiento.
Eso es una cosa y otra muy distinta es vociferar pidiendo lugares y privilegios que no les corresponden, porque no se los han ganado; y cuando algo no brota naturalmente, el peor error que puede cometerse es reclamar desde el auto-bombo.
Otra cosa importante es que los que realmente hacen cosas grandes por sus semejantes no las hacen para que se las agradezcan reverencialmente con loas permanentes, sino que realizan esas obras por el simple y maravilloso motivo de contribuir al bien común, y en eso radica el sentido de su éxito, que es más la proyección de su espíritu hacia los otros que el regodeo ombliguista del orgullo personal.
A veces esas obras trascienden porque son muy notorios sus beneficios y otras quedan en el pequeño ámbito familiar y amistoso que honra la memoria de esos seres, que desde lo más humilde han aportado su dosis de afecto, protección y enseñanza a su grupo.
Esos no tendrán monumentos ni honras a nivel nacional, ni verán su nombre en las calles de sus ciudades, pero serán recordados desde el amor y el respeto mientras vivan sus beneficiados.
Nadie pasa por la vida sin dejar una estela que puede ser de alegría y bien vivir, o de horrores y dolor, y todo lo que hayan sembrado será su cosecha al final del viaje.
Por eso, no hay que forzar a los demás a agradecer, reverenciar y alabar si eso no nace espontáneamente. Es más, a veces la insistencia y vanidad de seres que han sido valiosos en otros tiempos es tan irritante que logran el efecto contrario, y son defenestrados aún por sus ex admiradores.
Me viene a la memoria una anécdota que me contaron amigos que residen en la dorada Hollywood, escaparate de gloria, talento y vanidades supremas. Una ex estrella de cine algo venida a menos quería alterar el frente de su casa en un barrio residencial y fastidiaba a las autoridades municipales para que le autorizaran el cambio. Las reglas eran estrictísimas y sin excepciones. No se podía efectuar ninguna modificación. La diva se encrespó, y a la tercera visita a las oficinas increpó a la empleada del mostrador tan veterana como ella y le gritó: "¿Ud. no sabe quien soy yo?" La mujer se dirigió a un micrófono y dijo: "¡Ayuda, acá hay una dama que no sabe quién es!" Le dijo una gran verdad: quien pregunta quién es, es porque ya no es nadie.