Cambalache
Enemigos
La teoría del enemigo permanente como origen de la hipótesis del eterno conflicto es el combustible de numerosas guerras que con menor o mayor poder destructivo arruinan las vidas de muchos seres humanos.
Una cosa es mantener principios, defender pautas de vida que nos representen cabalmente, luchar contra los que no piensan igual tratando de imponer nuestras convicciones. Y otra muy distinta es oponerse violentamente a todo lo que no concuerde con nuestras nociones, cerrarse al debate y la discusión racional, creerse infalible y superior a todo bicho que camina. Lo peor de todo es ver enemigos por todos lados, envenenar el alma con teorías conspirativas y creer que si nos descuidamos un minuto y abandonamos la beligerancia permanente podemos perder el mundo que hemos construido.
Cuando los sistemas se derrumban, las razones para la caída son muchas y variadas. Pero básicamente son los errores graves de las superestructuras los que las hacen fallar y el desbarajuste se produce mucho más por factores internos que por los embates de los enemigos.
El enemigo avanza en proporción directa con la falta de cintura, la rigidez de conceptos y la pedante creencia de ser el único y el mejor. Por eso hay que estar atentos a los primeros síntomas de decadencia: suelen aparecer en los momentos más prósperos y exitosos, que nos dan la engañosa sensación de ser la panacea, el modelo a seguir y la suma total de la verdad.
No es ninguna novedad decir que la caída de los grandes imperios de la historia ha sido precedida por los excesos de la abundancia. También por el menosprecio frente a todo lo que no encajara en los rígidos conceptos de la soberbia del poderoso, lo que al fin y al cabo se transformaba en la fuerza del más débil.
La historia avanza, el tiempo corre más de prisa de lo que pensamos y el que no está atento a los cambios que la vida impone pierde su liderazgo más tarde o más temprano, por más fuerte que parezca.
Sin embargo, el hombre prefiere rodearse de fantasmas, desconfiar de lo que no entiende, recelar de lo distinto. Y, en lugar de tratar de comprender, opta por la paranoia del enemigo permanente. Nadie dice que en muchos casos no pueda tener una gran parte de la razón, pero lo que conspira contra su bienestar es la violencia que engendra ese constante miedo a ser atacado. No se trata de bajar los brazos y sumergirse en un dibujito animado de todos son buenos, todos son santos; es, simplemente, no odiar irracionalmente y renunciar de antemano a soluciones pacíficas.
Esta teoría del miedo al apocalipsis se ve muy claramente en los productos cinematográficos pochocleros (muchas veces dirigidos por auténticos maestros), que en forma alevosamente violenta y con una frecuencia cada vez mayor insisten en mostrar la destrucción del mundo en los próximos diez o quince años con catástrofes más y más espectaculares. Guerra mundial Z, con el heroico Brad Pitt y su familia de cuento de hadas sumergidos en un embotellamiento en una gran ciudad (más o menos como en Buenos Aires), pero debido a una pandemia de zombies que arrasa con la humanidad, es un ejemplo. Otras superproducciones de Hollywood que caerán con bombas de espanto sobre los consumidores de pochoclo y gaseosa también hablan de invasiones, apocalipsis, ciudades arrasadas y dinosaurios herederos directos de Godzilla y los zombies del cine de terror bizarro: como siempre, para Hollywood el peligro viene de afuera. Cuando este vejete era pequeño eran platos voladores; hoy son engendros del mal, aliens de aspecto repugnante. Pero la idea es la misma: el enemigo acecha desde galaxias lejanas. Luego, la realidad muestra otra cosa: la naturaleza violada y transgredida, los calentamientos globales debidos a la ambición suicida de lobbys bien terrestres, nuestras conductas de dudosa sanidad ecológica y los resentimientos sociales provocados por medidas de gobierno que no están en Marte sino en el atribulado planeta Tierra, son los verdaderos malos de la película. Pero en la burbuja del cine de acción siempre aparece un Bruce Willis, un Brad Pitt o un Superman que salva a la humanidad. ¡Qué lindo si fuera cierto!.