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domingo, 22 de julio de 2012

Idas y vueltas Por Enrique Pinti

Idas y vueltas

Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Los malos de hoy muchas veces son los buenos de ayer. La política mundial tiene un muestrario variopinto de alianzas disparatadas. Surgen de estrategias coyunturales que muy poco tienen que ver con las necesidades elementales de los pueblos pero mucho con conveniencias económicas de los grandes grupos de poder y su endiablada trama de intereses y supremacías (esas que generan grandes ganancias a minúsculos cenáculos de poderosos titiriteros del tinglado mundial). Ronald Reagan fue de los primeros líderes que, haciendo gala de un pragmatismo mezcla de Hollywood clase B con astucia demagógica clase A, definió el tablero de ajedrez político de su época en buenos muchachos contra malos muchachos. Igualito al universo de los westerns que él protagonizó con escaso talento actoral. Pero los buenos y los malos de aquellas películas respondían a moldes inalterables; podía haber ocasionalmente sheriffs malos e indios nobles, pero eran excepciones a la regla.
Los buenos defendían valores fundamentales de la sociedad americana oficial, los malos conspiraban contra esos valores con artimañas de todo tipo. Y el colmo del traidor taimado y despreciable era el blanco que les vendía rifles a los indios, o sea, el que era capaz de atentar contra su propia raza pactando con los malos muchachos enemigos de Dios y la Patria. Reagan daba un concepto más sofisticado y más acorde con los 80. Los malos podían servir para combatir y vencer a otros más malos. Así se convertían transitoriamente en buenos, hasta que los más malos eran derrotados y allí volvían a ser los malvados de otrora. Eso justificaría sus alianzas con los talibanes en contra de los soviéticos en Afganistán, los acuerdos tácitos con Sadam Husein y más tarde los negocios en común de Bush padre con la familia multimillonaria de Ben Laden. Esto no era nuevo ni mucho menos. A lo largo de la historia las alianzas entre opuestos fueron cosa común, pero a partir de Reagan y Thatcher todo se verbalizó sin eufemismos ni metáforas, sino a los gritos y con foto de familia sonriendo a cámara.
En las internas de las políticas locales, el esquema ha sido y es muy similar. Primero se pacta, luego se actúa y después viene la lucha a muerte por ver quién es más fuerte. Ahí se borran los antiguos elogios y aparecen los flamantes insultos. Los buenos pasan a ser malos y los que criticaban a los malos por malos ahora criticarán a los buenos-malos y elogiarán a los ex malos (ahora menos malos por el simple hecho de haberse puesto en contra de los que se hacían los buenos pero eran mucho más malos que los ex-malos). Si a esta altura el lector ha entendido algo es porque es argentino y ve día a día cómo esta coreografía del poder se repite con las mismas rencillas de Bailando por un sueño. Es por eso que a los más veteranos nos resulta tan machacantemente monótona la historia. Y optamos, si somos sabios y memoriosos, por no darle más trascendencia que la que realmente tienen esas idas y vueltas de amigos-enemigos, defensores-detractores y santos-diablos. Antinomias que ofician como cortinas de humo tapando las verdaderas motivaciones de tanta parafernalia. Motivaciones que nunca se conocen a ciencia cierta mientras las cosas están en caliente: sólo podrán evaluarse cuando pase el pico de conflicto y las aguas se calmen para dar lugar a un nuevo oleaje... que traerá a las playas de nuestras existencias los restos del naufragio anterior.
Lo que la prudencia aconseja es comprometerse pero no casarse, creer hasta ahí y no apresurarse a emitir juicios definitivos hasta que no transcurra un tiempo prudencial. Y no duden, los buenos volverán a ser malos, los malos se convertirán en buenos y el resto de los mortales que no somos ni tan buenos ni tan malos asistiremos al reparto del botín sin recibir una moneda..

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