"¡Escucha! o tu lengua te volverá sordo"
Autor: Adagio Cheroqui Hay que atender no solo a lo que cada uno dice, sino a lo que siente y al motivo porque lo siente.
Usualmente, nos limitamos a decodificar los
mensajes de nuestros interlocutores, dándonos por satisfechos y
creyendo haber establecido una óptima comunicación con ellos, si
logramos descifrar lo que, grosso modo, nos intentaban transmitir.
Sin embargo, en este conformarnos con una
comunicación superficial, obviamos algo crucial: sentir qué hay más allá
de las palabras que se nos transmiten, como si el tratar de descifrar
el cariz positivo o negativo de un mensaje excediera nuestras
atribuciones. Una parte sustancial de la comunicación no es solo lo
que nos dicen, sino cómo nos lo dicen y qué mensajes ocultos se deslizan
tras palabras que suelen ser políticamente correctas o de mera
cortesía.
Saber escuchar es un arte. Todos pensamos
que hacerlo es importante, pero, ¿cuántos de nosotros lo hacemos bien?
Por ejemplo, mucha gente fija su atención no en lo que le están
diciendo, sino en lo que responderá después de que termine de hablar su
interlocutor, y eso no es comunicación.
Al mostrar interés en la conversación
tendremos como ventaja, para el buen fin del diálogo, contribuir a
elevar la autoestima de aquel con quien hablamos, al mismo tiempo que
generamos un clima positivo para la comunicación y las relaciones
interpersonales. De tal forma, que estaremos contribuyendo a que la otra
persona nos trate con idéntico respeto y consideración y todo fluya
mejor.
Una investigación sugiere que nos acordamos de entre el 25 y el 50 por ciento de lo que oímos. Eso significa que cuando hablas con tu jefe, colegas, clientes o con tu cónyuge durante 10 minutos, prestas atención a menos de la mitad de la conversación. Deprimente, ¿no?
Una investigación sugiere que nos acordamos de entre el 25 y el 50 por ciento de lo que oímos. Eso significa que cuando hablas con tu jefe, colegas, clientes o con tu cónyuge durante 10 minutos, prestas atención a menos de la mitad de la conversación. Deprimente, ¿no?
En las tradiciones sagradas escuchar era
muy valorado, porque se interpretaba como sinónimo de aprendizaje. En la
antigua India, Mahavira, una figura contemporánea de Buda,
hablaba del camino del shravaka, o aquel que escucha como camino hacia
la iluminación. Escuchar resultaba esencial para convertirse en maestro y
para prestar toda la atención a los conocimientos que transmitían los
sabios, no en forma escrita, sino de forma oral.
Aprendemos más profundamente a través del
oído que de la vista. Nuestros ojos solo barren la superficie de la
realidad como una sucesión de formas. Cuando observamos al público que
abarrota un salón de conferencias, los ojos perciben la multitud de
arriba abajo y de izquierda a derecha. Apenas pueden capturar el
conjunto de la masa y solo ven fragmentos del todo. Por el contrario,
los oídos reciben los sonidos desde una perspectiva multidimensional, de
lejos y de cerca, de lado a lado. Mientras escuchamos recibimos datos
de múltiples direcciones. Por eso, cuando pensamos concentrados en algo,
tendemos a cerrar los ojos y escuchar a través de nuestros oídos.
OÍR LO QUE NO SE OYE
En
el siglo III después de Cristo, el rey Ts'ao envió a su hijo, el
príncipe T'ai, al templo a estudiar con el gran maestro Pan Ku. Debido a
que el príncipe T'ai tenía que suceder a su padre como rey, Pan Ku
tenía que enseñar al muchacho los principios fundamentales para ser un
buen gobernante. Cuando el príncipe llegó al templo, el maestro le envió
solo al bosque de Min-Li. Al cabo de un año, el príncipe tenía que
volver al templo para describir el sonido del bosque.
Cuando el
príncipe T'ai volvió, Pan Ku le dijo que describiera todo lo que había
podido oír. "Maestro -replicó el príncipe-, pude oír a los cuclillos
cantar, el ruido de las hojas, el zumbido de los colibríes, el chirrido
de los grillos, el rumor de la hierba, el zumbido de las abejas y el
susurro y el grito del viento".
Cuando el
príncipe terminó, el maestro le dijo que volviera al bosque de nuevo
para escuchar qué más podía oír. El príncipe se quedó perplejo por la
petición del maestro. ¿No había discernido ya todos los sonidos?
Durante
días y noches sin fin, el joven príncipe sentado a solas en el bosque
escuchaba. Pero no oía más sonidos nuevos. Una mañana, cuando el
príncipe estaba sentado en silencio debajo de los árboles empezó a
distinguir unos sonidos débiles diferentes de los que siempre había
oído. Cuanto con más atención escuchaba, más claros los percibía. Una
sensación de esclarecimiento envolvía al muchacho. "Estos deben de ser
los sonidos que el maestro deseaba que distinguiera", reflexionó.
Cuando el
príncipe T'ai volvió al templo, el maestro le preguntó si había oído
algo más. "Maestro –respondió el príncipe reverentemente-, cuando
escuché con más atención, pude oír lo que no se oye. El sonido de las flores al abrirse, el sonido del sol calentando la tierra y el sonido de la hierba bebiendo el rocío de la mañana".
El
maestro asintió con la cabeza aprobando. Oír lo que no se oye -observó
Pan Ku-, es una disciplina necesaria para ser un buen gobernante. Pues
solo cuando un gobernante ha aprendido a escuchar atentamente
los corazones de las personas, a escuchar sus sentimientos no
comunicados, las penas no expresadas y las quejas no proferidas, puede
esperar inspirar confianza en su pueblo, comprender cuándo algo está mal
y satisfacer las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. La muerte de
los estados llega cuando los líderes solo escuchan las palabras
superficiales y no entran profundamente en el alma de las personas para
oír sus verdaderas opiniones, sentimientos y deseos".
Reflexión final: "Algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto." (Khalil Gibrán)