"La búsqueda de un chivo expiatorio es la más fácil de todas las expediciones de caza"
Autor: Dwight D. Eisenhower Reírse de nuestros errores puede alargar nuestra propia vida. Reírse de los de alguien más puede acortarla, decía Cullen Hightower. Y es que en la vida de cada uno, siempre hay un montón de culpas que repartir.
Esta reflexión me ha traído a la memoria, luego explico el porqué, el llamado Síndrome de Estocolmo. El 23 de agosto de 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo, tuvo lugar un atraco con rehenes. Jan Erik Olsson,
un presidiario de permiso, entró en el banco Kreditbanken de
Norrmalmstorg, en el centro de la ciudad. Olsson tomó cuatro rehenes y
exigió tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas.
El
gobierno se vio obligado a colaborar y concedió llevar al banco a un
amigo del delincuente. Así comenzaron las negociaciones entre atracador y
policía. Ante la sorpresa de todos, una de los rehenes no solo mostraba
su miedo a una actuación policial que acabara en tragedia, sino que
llegó a resistirse a la idea de un posible rescate.
Tras
seis días de retención y amenazas del secuestrador, de cuyo lado se
puso la rehén citada, la policía decidió actuar y cuando comenzaron a
gasear las instalaciones, los delincuentes se rindieron. Nadie resultó
herido. Jan Olsson, tras cumplir 10 años de cárcel, salió de prisión
totalmente rehabilitado y con una legión de fans.
Durante
todo el proceso judicial, los secuestrados se mostraron reticentes a
testificar contra los que habían sido sus captores y aún hoy manifiestan
que se sentían más aterrados por la policía, que por los ladrones que
les retuvieron durante casi una semana. El criminólogo Nils Bejerot acuñó
poco después, y a consecuencia de aquel caso, el término "Síndrome de
Estocolmo" para referirse a los rehenes que se sienten identificados con
sus captores.
La
cooperación entre el rehén o víctima y el autor del secuestro, se debe,
en gran parte, a que ambos comparten el objetivo común de salir ilesos
del incidente. De esta manera, se produce una identificación de la
víctima con las motivaciones del autor del delito y un agradecimiento al
captor.
Bien, pues sinceramente creo, y vuelvo al principio de la entrada, que casi
todos padecemos un peculiar Sindrome de Estocolmo, que nos mantiene
reos de nuestros hábitos y que nos hace perdonar y disculpar,
consecuentemente, todo lo malo que hacemos o que hayamos podido hacer. Contemplamos
con absoluta magnanimidad a nuestro secuestrador (el ego) y
justificamos así nuestras cobardías, malos humores, rencores, venganzas,
torpezas, etc.
Encontrar
escapatorias cuando no se quiere mirar hacia dentro de uno mismo es lo
más fácil del mundo. Siempre hay culpas exteriores o ajenas y hace falta
mucha valentía para aceptar que la responsabilidad es únicamente
nuestra. Pero reconocerlo es la forma más clara de avanzar.
Como
seres humanos, a ver cuándo y de una vez nos damos bendita cuenta,
estamos sujetos a cometer errores, a equivocarnos, y tenemos la
obligación de asumir esos fallos y de ser humildes en aceptar la culpa
sobre nuestras acciones, nuestras relaciones o nuestro comportamiento.
Nadie
es dueño de la verdad. Muchas personas creen que aceptar los propios
errores rebaja su estatura; algo falaz y de consecuencias demoledoras. Aceptar el fallo es engrandecerse, ser más justos y tolerantes frente a las adversidades de la vida.
Desarrollar la capacidad de reconocer y aceptar nuestras equivocaciones amplía nuestra visión de la realidad, nos impulsa a asumir nuestra responsabilidad. Oímos a diario frases como: "Cometer errores es humano", "Un error lo comete cualquiera", etc., pero lo más importante es que tengamos la disposición de asumir el compromiso de hacer cuanto sea necesario para paliarlos y enmendarlos.
Desde
luego que no es sencillo aceptar errores, ya que hiere nuestra
autoestima, pero saber que tenemos derecho a confundirnos y estar
dispuestos a aprender de ello, nos da la libertad de ser auténticos, de
tomar decisiones futuras más acertadas y nos concede el permiso para
atrevernos a llevar a cabo actividades nuevas con mayor seguridad y
confianza.
Reflexión final: "Cada vez que cometo un error me parece descubrir una verdad que no conocía." (Maurice Maeterlinck)