Ken
Wilber conoció a su segunda esposa en 1983, en una reunión que unos
amigos organizaron para presentarlos, suponiendo que ambos tendrían
mucha afinidad. Y no se equivocaron. Esa misma noche, aprovechando un
instante de intimidad en la cocina, Ken abrazó a Treya y le
pronunció las palabras con las que elegí comenzar este artículo. A
las pocas semanas se casaron.
Ken
cuenta en “Gracia y Coraje” que pudo ver claramente y desde el
principio que Treya era la mujer de su vida. Ni un atisbo de duda
surgió en su mente ni en su corazón aquella primera noche, ni en
las muchas subsiguientes, a pesar de la durísima lección que les
depararía la vida.
Apenas
a una semana de haber contraído matrimonio, a Treya le fue
diagnosticado un cáncer de mama. Fue un viaje difícil y profundo
que concluyó una tarde de enero de 1989.
-“Aloha
-hola/ adiós-. Y ve con Dios, mi querida Treya. Ya, por siempre te
encontraré -, le susurró Ken.
- ¿Me lo prometes?, preguntó Treya ya despidiéndose.
- Te lo prometo, mi queridísima Treya. Te lo prometo”, respondió Ken.
- ¿Me lo prometes?, preguntó Treya ya despidiéndose.
- Te lo prometo, mi queridísima Treya. Te lo prometo”, respondió Ken.
Reconocer
al amor de tu vida puede llevar tan solo un instante, un momento
ínfimo en el que miras sus ojos, sientes el roce de su piel en la
tuya, o el tono de su voz resonando en todo tu cuerpo. Toma tan solo
unos minutos saberlo y toda una vida encarnarlo plenamente. Y muchos
son los que no llegan, los que se pierden o distraen. ¿Se pierde
realmente el amor? ¿O se pierde la relación?
La
relación puede disolverse, y de hecho, nos sobran ejemplos acerca de
esta verdad inevitable. Toda creación objetiva está sujeta a las
leyes de la dualidad: Nacer y Morir. Hay relaciones que mueren en la
cama de un hospital y otras que mueren en los tribunales, pero todas,
absolutamente todas, mueren en algún momento.
Sin
embargo, el derrotero del amor es otro muy diferente. Pese a lo que
solemos creer, el amor no muere. La energía universal que llamamos
amor, puede comenzar a percibirse en forma diferente. Aún
distorsionado a nivel del Ego emocional-mental el amor permanece. La
diferencia entre relación y amor es similar a aquella existente
entre sanación y curación. Mucha gente que sana no se cura y mucha
gente que se cura no ha sanado. Del mismo modo muchos de los que
tienen relaciones no se aman y otros tantos que aman pueden no tener
una relación.
Son
muchas las formas en que deshacemos nuestras relaciones, pero todas
pueden reducirse a una fuerza que se opone directamente al Eros. Esta
fuerza es Fobos, el miedo. El miedo es el causal de la mayor parte de
las rupturas de relaciones. Miedo a perder al ser amado que se
traduce en celos, posesividad, ahogo, pérdida de la libertad, etc.
Miedo a perder la propia individualidad que se traduce en engaños,
falta de compromiso y entrega, mezquindad emocional. Miedo a ser
lastimados que se traduce en distancia, frialdad, etc.
El
miedo o Fobos es la fuerza opuesta al amor o Eros. Los seres que
temen no pueden amar. Por eso digo que para amar hay que convertirse
en un auténtico guerrero. Cuando somos capturados por fobos, nos
alejamos de Eros. Cuando capturados por Fobos, acabamos perdiendo una
relación, nuestro ego proyecta una sombra sobre Eros. Esa sombra se
llama a veces tristeza, otras veces resentimiento, otras tantas
enojo… Pero esta sombra nunca es indiferente. Detrás de este
disfraz, siempre está Eros disponible, brillante, dispuesto a
expandirse.
¿Quiere
decir esto que puede recuperarse la relación? No necesariamente, a
veces las relaciones quedan heridas de muerte… Pero el amor, su
fuerza esencial, sigue latiendo dentro nuestro como un motor que nos
impulsa a crecer y trascender.
Extraído
de “La Pareja Consciente”
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