Descripción
Tras
sus 40 años de sacerdocio, Monseñor Paul S. Loverde, Obispo de la
Diócesis de Arlington, hace un profundo análisis sobre las graves
consecuencias que ha traído la propagación de la pornografía en la
sociedad actual, atentando no solo contra el ser humano como individuo,
sino contra el matrimonio y la familia. En esta artículo, monseñor
Loverde refuta los falsos argumentos que tratan de justificar la
pornografía y se dirige a los distintos grupos de la sociedad para que
unidos combatan este flagelo. Estos son apartes de su pastoral, escrita
en el 2006.
“En
mis cuarenta años de sacerdocio, he presenciado la propagación del mal
de la pornografía como una plaga a través de nuestra cultura. Lo que
alguna vez fue un vicio vergonzoso y poco frecuente de unos pocos, se ha
convertido en la principal forma de entretenimiento de muchos.
Esta plaga arruina el alma de los hombres, las mujeres y los niños,
destruye los vínculos del matrimonio y victimiza a los más inocentes
entre nosotros. Se ha justificado como un canal de libre expresión,
apoyado como una iniciativa comercial y permitida como apenas otra forma
de entretenimiento. No se reconoce ampliamente como una amenaza a la
vida y a la felicidad. No suele tratarse como una adicción destructora.
Cambia la forma en que los hombres y las mujeres se tratan entre sí a
veces de forma asombrosa, pero a menudo sutil. Y no va a desaparecer.
Una falta grave
En
una cultura que ve la pornografía apenas como una debilidad privada o
aun como un placer legítimo que debe protegerse por ley, es preciso
repetir aquí la enseñanza constante de la Iglesia Católica. En palabras
sencillas, el Catecismo de la Iglesia Católica condena la pornografía como una falta grave (CIC 2354).
La inmoralidad de la pornografía proviene, en primer lugar, del hecho de que distorsiona la verdad sobre la sexualidad humana. Desnaturaliza la finalidad del acto sexual (CIC
2354), la entrega íntima de un cónyuge al otro. En vez de ser la
expresión de la unión íntima de vida y amor de una pareja casada, el
acto sexual se reduce a una fuente degradante de entretenimiento y aun
de lucro para otros.
Por lo tanto, me permito recordar a todos los fieles que el uso de
pornografía, es decir, su fabricación, distribución, venta o
visualización, es un pecado grave. Quienes participen en esa actividad
con pleno conocimiento y consentimiento cometen un pecado mortal.
Entonces,
¿por qué sucumben tantos a una tentación tan obviamente contraria al
bien de la persona humana? Por lo menos en parte, es por causa de la
duda y la confusión ocasionada por los falsos argumentos de quienes
justifican este comportamiento. A esos falsos argumentos me referiré
ahora antes de ofrecer orientación.
Falsos argumentos
“No hay víctimas, por lo tanto, nadie sale lesionado” Esta
justificación de la pornografía, suele comenzar con una consideración
de la actividad como un intercambio privado entre los espectadores y los
productores y distribuidores del material. En esa consideración, hay
“libre” elección por parte de adultos que realizan un acto por su propia
voluntad para atender una “necesidad” y recibir compensación por ello.
La ilusión inherente en esta racionalización está en creer que todos los
participantes terminan el intercambio como las mismas personas que
entraron en un principio, sin sufrir ningún daño. Al igual que todas las
racionalizaciones, esta es una ilusión.
La
primera ilusión está en que la visualización de los hombres y las
mujeres en relaciones íntimas no los perjudica como personas. A menudo
eso no es verdad ni siquiera en un plano físico. Al aprovecharse de las
personas vulnerables y necesitadas, la industria de la pornografía a
menudo las incita a tener patrones de comportamiento más arraigados y
peligrosos hasta que el daño físico es inevitable. Con todo, la misma
naturaleza de la pornografía lleva a cometer un acto de violencia contra
la dignidad de la persona humana.
La
pornografía hace de la intimidad una mentira. Al distorsionar la propia
característica humana que promete poner fin al aislamiento, la
pornografía lleva al usuario no a la intimidad, sino a un alejamiento
aún más profundo. El propósito divino de la sexualidad humana es
satisfacer el anhelo de comunión con otro y traer a la persona al
vínculo del amor que da vida y la nutre.
“El uso moderado de la pornografía puede ser terapéutico” Algunos
defienden la posición de que los actos sexuales, en general, y el uso
de la pornografía, en particular, satisfacen la más básica de las
necesidades humanas. Esta posición plantea que la pornografía puede
proporcionar una cierta medida de satisfacción humana y de consuelo para
quienes encuentran que la intimidad en el matrimonio es imposible o,
por lo menos, inexistente.
Esta
opinión presupone que la actividad sexual en sí o el acto de ver a
otros que participan en ella es de alguna manera de la misma naturaleza
que la verdadera intimidad humana. De hecho, la intimidad a la que
aspiran todas las personas es la antítesis de la experiencia explotadora
y deshumanizante del uso de imágenes pornográficas. En lugar de
proporcionar consuelo o satisfacción, el uso de pornografía no sólo
conduce inevitablemente a experiencias insatisfactorias repetidas, sino
que exige una intensificación del estímulo. Cada intensificación y cada
experiencia degradan y desensibilizan al espectador con respecto a la
belleza y la nobleza de la persona humana.
No
puede haber un uso “moderado” de la pornografía como tampoco puede
haber un uso “moderado” del odio o del racismo. Presentar esa
posibilidad es aceptar una caída en el mal, paso a paso. Cualquier
alivio aparente será efímero y las consecuencias duraderas harán que la
resistencia futura sea aún más difícil y que posiblemente se
intensifique hasta convertirse en una adicción.
“La pornografía puede ser una ayuda para el proceso de maduración emocional y sexual”. A
menudo el uso de la pornografía se considera como una parte “natural”
del proceso de maduración, una forma mediante la cual los jóvenes pueden
llegar a entenderse como personas sexuales. Los padres, quizá al
recordar sus propias dificultades, pueden hacerse los ciegos en cuanto
al uso de la pornografía por sus hijos. En lugar de alentar a los
jóvenes a lograr dominio y respeto de sí mismos, esta actitud presenta a
los jóvenes un futuro que depende del capricho y de la oportunidad.
El
uso de pornografía por los jóvenes evita comprender la sexualidad
humana integrada con la propia expresión y la intimidad que es la plena
expresión de la persona humana. En lugar de crecer para apreciar la
santidad de la persona, los jóvenes atrapados en la red de la
pornografía comienzan a relacionarse con otros y consigo mismos como
objetos.
La
pornografía no puede ayudar a adquirir madurez porque todo lo que ofrece
es una mentira sobre la persona humana: la posibilidad de explotar a
una persona. El uso de la pornografía por los jóvenes dificulta más su
auténtico desarrollo sexual y emocional por la manera falsa de presentar
la interacción humana. Se debe orientar a los jóvenes para que luchen
por alcanzar la madurez del control propio y de la modestia y para que,
de esa forma, puedan convertirse en personas plenamente integradas,
respetuosas de otros y de sí mismas
“La oposición cristiana a la pornografía proviene del odio del cuerpo expresado por los cristianos”. Los
defensores de los derechos de “libertad de expresión” de quienes
practican la pornografía a menudo presentan la defensa de la pureza por
parte de la Iglesia como algo puritano más que pastoral. Los defensores
de esta empresa delictiva se presentan como defensores de un verdadero
humanismo y señalan que las enseñanzas cristianas sobre castidad son
“antihumanas”. La Iglesia se presenta como una entidad que odia el
cuerpo humano y, por lo tanto, reacciona contra la naturaleza humana.
Esta
mentira se ha enunciado tantas veces a lo largo de la historia de la
Iglesia que muchos la aceptan como un elemento central del pensamiento
cristiano. De hecho, la verdad es exactamente lo contrario. La Iglesia
siempre ha condenado la doble comprensión del espíritu como bueno y del
cuerpo como malo. Dios creó todas las cosas, tanto el espíritu como la
materia, y vio que su obra era buena (véase Gen.1). La resurrección del
cuerpo es nuestra esperanza, y nuestro reconocimiento del cuerpo como
parte integrante de la persona humana es la base de la castidad
cristiana.
Una palabra para el sector público
Las
autoridades públicas tienen la responsabilidad de defender y ennoblecer
las normas de las comunidades a las cuales sirven. La protección de una
empresa delictiva multimillonaria que destruye la vida de las personas
que aparecen en el material pornográfico y de los integrantes del
público previsto bajo la excusa de protección de la libertad de
expresión, no es un servicio, sino un acto de complicidad.
Las
autoridades públicas deben trabajar incansablemente para promulgar y
cumplir leyes que contribuyan a una cultura que respete la vida de todos
los ciudadanos.
Esta empresa delictiva conocida como industria pornográfica es un
delito contra las personas indefensas y carentes de apoyo a las cuales
destruye, y es una afrenta contra un pueblo civilizado. La continua
tolerancia de este tóxico veneno insidioso que se esconde bajo el
disfraz de libertad de expresión y libertad de conciencia contribuye a
la degradación de nuestra cultura y a la victimización de nuestros
propios niños.
Orientación para los jóvenes
Me
dirijo con particular preocupación a los jóvenes que son mis hermanos y
hermanas en Cristo. Temo que todo el peso de la rendición de nuestra
cultura a la pornografía recaiga sobre sus hombros, tanto en la
actualidad como en los años venideros. No solamente se han convertido
ustedes en blanco de esta empresa delictiva como fuente de lucro
financiero, sino que deberán sufrir el empobrecimiento de la noción de
intimidad proveniente de una cultura que ha confundido el amor con la
autogratificación.
Muchos
miembros de la sociedad han aceptado la falsa expectativa de que los
jóvenes no pueden controlar sus deseos naturales y practicar la virtud
de la intimidad casta. Esta creencia, de que es poco práctico o aun poco
natural evitar la impureza y la complacencia en la fantasía
pornográfica, es una mentira y está muy lejana del pensamiento de la
Iglesia. La aceptación de esa mentira de inmadurez se convierte en la
excusa para dejar de lado la vital importancia del fortalecimiento de
las virtudes de la modestia y la castidad, que ocupan un lugar central
en su futura felicidad.
Orientación para las parejas casadas y comprometidas
El
verdadero guardián y vigilante de la extraordinaria dignidad del ser
humano es la familia, en particular, los esposos y las esposas, que
ejercen una función tutelar de la santidad de la vida. La pornografía no
solamente presenta un peligro para la promesa de fidelidad que es el
elemento fundamental del vínculo matrimonial, sino que amenaza el
desarrollo moral y sexual de los niños cuya educación se confía al
cuidado vigilante de los padres. Los esposos y las esposas son los
combatientes más inmediatos y directos en la lucha contra la
pornografía.
Si
bien los esposos y las esposas comparten la misma dignidad como
personas, no comparten las tentaciones por igual, sobre todo la
tentación relacionada con el azote de la pornografía. Cabe reconocer que
el uso de la pornografía en gran parte, aunque No exclusivamente, está
relacionado con los hombres. Si un matrimonio comienza a desmoronarse
por la pornografía, esta última será introducida muy probablemente por
el esposo.
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