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miércoles, 10 de agosto de 2011

En el simulacro del próximo domingo se definirán las diferencias


El resultado electoral se definirá por la parcialidad de la memoria de los argentinos: ante candidatos que acarrean un pasado que los condena, sólo resta ver cómo funcionará esta vez el curioso mecanismo nacional de recuerdos y omisiones.
Debería haber voces de alerta en la dirigencia política. Hace unos días nomás que se lanzó oficialmente la campaña, y ya está generando un peligroso hartazgo en la ciudadanía.

Es cierto que la sociedad argentina no es sencilla, máxime los sectores medios donde abundan las conjeturas y contradicciones. Esa franja social suele criticar denodadamente a la Presidenta, resalta los escándalos en el seno del Gobierno y despotrica contra los opositores por no haber sabido sacar rédito de aquellos. Van a sufragar, admitiendo que lo harán por descarte o para limitar el “estilo K”.

Sin embargo, el asunto es más complicado todavía, porque todo el conjunto social, en definitiva, deberá ir a votar eligiendo qué olvido priorizar. Todos los candidatos acarrean historias que no pueden usar precisamente para promocionarse en la campaña. Hay más debilidades que fortalezas en sus carreras.

Al resultado electoral, de esta manera, lo definirá la parcialidad de la memoria. Para votar por la reelección presidencial es menester dejar atrás la proclama de 8 años de crecimiento, de lo contrario los recientes sucesos de Jujuy y Tucumán deberían evitar que el sufragio favorezca al Gobierno. Pocas imágenes ilustran con tanta claridad la creación de Estados paralelos con líderes sociales cuyo fin es la compra de voluntades.

La cuestión, pues, gira en torno a dilucidar qué tipo de memoria se ejercitará. Si acaso la amnesia ataca el corto plazo, el kirchnerismo saldrá beneficiado. Por el contrario, si el tiempo ha cooptado al olvido, hay chance para un Alfonsín o un Duhalde.

Lo grave es que hay jurisprudencia abundante sobre las deficiencias de la memoria de los argentinos. Esta es un tribunal arbitrario en demasía, puede premiar con generosidad o castigar con dureza sin previo juicio.

Es fácil enumerar el sinfín de errores que ha cometido el oficialismo. El pus aflora desde todos los puntos cardinales. Pese a ello, nadie puede asegurar que el Gobierno obtendrá una derrota electoral en las presidenciales.

¿Cómo se explica que, a sabiendas de la magnitud de los problemas, vaya a votarse a quienes los han generado y, consecuentemente, no tienen respuestas para solucionarlos? En casi 70 días que restan para los comicios todo o nada puede pasar. Cualquier acontecimiento es capaz convocar o espantar los recuerdos. También es verdad que hay inconsistencias severas que hacen mella en el inventario social.

Un ejemplo elegido azarosamente: aparece Elisa Carrió en televisión y, al rato, las redes sociales y demás medios de comunicación se hacen eco de sus opiniones porque, en general, sus palabras se corresponden con el pensamiento de esa clase media insatisfecha, que aún consume información y se vale de las nuevas tecnologías para manifestarse.

“Lilita tiene razón”, confiesan. No obstante, escasos o ninguno de quienes distribuyen sus declaraciones por la red y aplauden su coraje está dispuesto a votarla el próximo 23 de octubre. Así, la figura más escuchada es, simultáneamente, la menos agraciada a la hora de indagar a quién se ha de votar.

Podría decirse que esta situación surge de la certeza de que no es Carrió quien secunda a la Presidenta. Sin embargo, esa “certeza”, amén de no hallar argumentación concreta, grafica cuán compleja es la idiosincrasia nacional.

No se olvida el crucifijo gigante colgando del cuello de la líder del viejo ARI, pero sí se esfuma el desencanto que ayer arrojaron las encuestas. Nadie cree en ellas, aunque no se duda que Ricardo Alfonsín o Eduardo Duhalde saldrán en el segundo lugar. Ese es un dato relevante a rescatar tras las peculiares primarias abiertas y simultáneas.

En el trayecto, ni el actual tsunami de ollas destapadas puede definir el escenario político posterior a los comicios. Especulaciones sobran, todo lo demás escasea. Pareciera, de pronto, que la elección fuera una suerte de ballottage entre dos únicos aspirantes a reemplazar a Cristina Fernández de Kirchner: Alfonsín y Duhalde.

En el simulacro del próximo domingo se definirán las diferencias y se corroborará hasta qué punto la evocación popular avala el primer puesto en que se situó, caprichosamente, la Presidenta; ese “ya ganamos” que nos venden a diario…

Lo cierto es que los mencionados candidatos afloran como las alternativas con mayor posibilidad de ser elegidas para competir con el “modelo”, aunque apenas puedan garantizar salir del negro para ofrecer, acaso, algún grisáceo. A esta altura, cualquier matiz, por mínimo que sea, resulta un avance para frenar la gangrena que provoca esta cirugía sin anestesia.

El convencimiento del voto, de todos modos, no se traduce en posturas férreas como aquellas que defendían, en comités o unidades básicas, ciudadanos comprometidos con arquetipos de conductas y liderazgos. Padres, abuelos, ancestros varios, se retuercen en sus tumbas frente al desdén de sus vástagos. De los demócratas desangrados a los democráticos apáticos… Quién más, quién menos, todos guardamos alguna anécdota de un antepasado que dejó alma y vida en esos ámbitos donde la política diferenciaba claramente a exégetas de apologistas.

Hoy en día, todo es arbitrario. Un candidato puede ubicarse indistintamente de uno u otro lado. ¿Cómo diferenciarlos? Aquello que puede inclinar la balanza surge, inevitablemente, de una variable ajena a las razonables: el olvido insoslayable. La opción no emerge de la evaluación de posibles horizontes delante, sino del más débil ayer: ese capaz de omitirse y perdonarse.

Así, es factible que se opte por Alfonsín, a pesar del mito de la dudosa gobernabilidad de los radicales. O que se vote a Duhalde porque se ha perdido conciencia de las consecuencias que acarrearon la pesificación asimétrica y la apoteósica frase “Quién depositó dólares recibirá dólares”.

Nos redime, ante los demás, ampararnos en lo secreto del sufragio. Justificarlo implicaría adentrarse en un laberinto donde habita el Minotauro.

A su vez, es necesario apelar al olvido para mantener la sanidad en un contexto donde prevalece lo inexplicable. Obsérvese si no cómo, frente a las cámaras, el mismísimo exponente de la UCR le ofrece su confianza a Francisco De Narváez, quien se ufana de ser peronista a ultranza.

Mientras, Eduardo Duhalde se acerca sagazmente a las huestes de Mauricio Macri, a pesar que éstas dicen ser la renovación política requerida por la ciudadanía. Cualquier oveja es buena si suma al rebaño aunque le espere el brete, tarde o temprano.

En el 2001, no hace tanto, la consigna social clamaba para que todos se fueran. Paradójicamente, fue Duhalde-Presidente quien, al poco tiempo, rubricó junto a Daniel Scioli un libro en el cual manifestaban su compromiso de retiro una vez cumplidos sus mandatos. Hoy, ambos no sólo son candidatos sino que se perfilan como “preferidos”. Está claro entonces qué es lo que privilegia la mente de los argentinos. Convengamos algo: entenderlo es tarea de Sísifo.

En ese trance –y para seguir con el mismo ejemplo, aunque pudiese optarse por varios– es como aparecen quienes comparten las palabras de Carrió, pero piensan votar a quien ella impugnó al relacionarlo con la drogadicción, o a aquel otro del cual se abrió por relacionarlo con oportunistas sin principios morales.

Posiblemente, la imagen de la Lilita mística y apocalíptica sigue pesando, y se alivianen –por razones irracionales– casos como el de Schoklender, Bonafini, el juez Zaffaroni, aquella alianza inicial de Kirchner con Duhalde, y hasta la herencia alfonsinista en el final de los ochenta.
Es extraño cómo funciona el mecanismo de recuerdos y olvidos en los argentinos. A la elección no la ha de ganar lo memorable, sino lo desdeñable. Tal vez ello explique el afán de gran parte de la sociedad por evitar que se perpetúe el kirchnerismo en el Ejecutivo. Como decía Octavio Paz, la democracia no es el régimen de las mayorías absolutas sino el de las relativas… Y vivimos en un exasperante mar de relatividades.
FUENTE: Gabriela Pousa, para ©www.economiaparatodos.com.ar

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