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martes, 31 de mayo de 2011

Madre sobreprotectora por Alfredo Leuco





Hoy, como hace años, cuando advertían a Hebe de Bonafini sobre su lugarteniente, también hay quienes parecen ignorar las denuncias.


Querida Hebe.
Más allá de cualquier desavenencia actual, serás siempre para mí, como desde hace muchísimas años, mi querida Hebe. Hace apenas una semana, charlando fraternalmente, cuando te expliqué las verdaderas razones por las cuales me había ausentado de la universidad en el verano, y que no quería hacer públicas para evitar mayores problemas, me dijiste que no ibas a intervenir en la disputa entre Sergio Schoklender y yo. También me dijiste que considerás a Sergio Schoklender como un hijo. Yo lamento profundamente esta disputa con Sergio Schoklender, que no inicié. Tampoco soy responsable del agravamiento que tuvo. Bien te consta. Te ruego entonces que en honor a la responsabilidad que tenés como presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y rectora de la universidad y en memoria de mis compañeros, tus verdaderos hijos, mantengas tu palabra y no te involucres en la disputa, para que nadie se esconda bajo las polleras de las Madres. Hay momentos en nuestra vida en que los sentimientos no deben obstaculizar la búsqueda de la verdad. Todo esto es doloroso, querida mía. No tengo el menor deseo de lastimarte, ruego que esta situación se termine de la mejor manera y que más temprano que tarde volvamos a encontrarnos en la lucha, como lo hemos hecho tantas veces.”

Este es un fragmento de la carta que Vicente Zito Lema le envió a Hebe Bonafini en febrero de 2003. Vale la pena detenerse en la fecha. Hace más de ocho años que todos los militantes defensores de los derechos humanos tenían a su disposición una denuncia gravísima sobre quien en ese entonces y hasta hace apenas unos días era el lugarteniente de la presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, con el escudo tapa corrupción de “no darle pasto a las fieras ni hacerle el juego a la derecha”, muchos se obligaron a mirar para otro lado. Encima acusaron de traidores a los pocos periodistas que, como en mi caso, en aquellos días, hicimos públicas varias informaciones absolutamente rigurosas sobre este personaje que con lucidez analítica Zito Lema caracterizó en un párrafo: “Me resisto a que ningún infausto monje negro reviva en nuestra institución una suerte de lopezreguismo. Ya he sufrido demasiado (persecuciones, censuras, atentados, exilio), al igual que muchos compañeros, en manos de esos nefastos mesiánicos. Sean los clásicos represores, o los que impúdicamente, saliendo de la oscuridad, se suben a caballo de experiencias históricas de las que nunca han sido parte”.

En febrero de 2003, Zito Lema le decía a Bonafini que no iba a prestarse a ninguna diputa pública para no herirla (cosa que sigue cumpliendo hasta ahora) y en otra misiva de diez puntos aclaró su postura con el objetivo de “evitar confusiones de buena o mala fe”.
En ese texto se anticipa todo lo que ahora quedó en evidencia y eso que por aquellos tiempos a las Madres, un grupo pequeño de mujeres muy mayores, ni remotamente se les había pasado por la cabeza: transformarse en una de las mayores empresas constructoras de la Argentina.

Pero Schoklender ya se movía en autos sin papeles, con actitudes patoteriles, y no rendía cuentas sobre las valiosas donaciones internacionales que recibían las Madres para la construcción de un gran edificio donde iban a trasladar su universidad. Sobre el origen y destino de los fondos, Zito Lema decía: “Se nos habla de milagros y por eso no quiero formar parte de algo que en el futuro pueda dar cabida a responsabilidades judiciales y nuestra desacreditación pública”.
Es la crónica de un escándalo anunciado. Solo le faltó agregar: “Quien quiera oír, que oiga”. Y como si esto fuera poco, como si se tratara de un posible ataque mafioso, en el punto 9 de su carta, Zito Lema dice textualmente: “Con dolor debo advertir públicamente que todo atentado o ‘extraño accidente’ contra mi persona o contra mi familia caerá como responsabilidad sobre el administrador Sergio Schoklender, de quien ya conocemos perversas prácticas”.

Yo me hice eco periodístico de esta situación y Hebe Bonafini, con su creciente autoritarismo, no me dirigió nunca más la palabra. Juicio no, pero castigo a los culpables de decir la verdad. Asistí con asombro a las dimensiones que luego fue tomando el manejo discrecional y poco transparente de las fortunas que en dineros públicos el gobierno de los Kirchner le fue entregando a Hebe de Bonafini. Hoy Schoklender no puede explicar casi nada. Por eso no da la cara. No resiste una investigación seria ni de la AFIP ni de la Justicia independiente. Y salpica a muchos funcionarios, militantes y artistas populares que vienen siendo sus compañeros de ruta hace tiempo. El pañuelo no se mancha, por supuesto. La heroica lucha de las Madres, empezando por Azucena Villaflor y también las que rápidamente tomaron distancia, como Nora Cortiñas y la Línea Fundadora, es un ejemplo de ética que no merece desmoronarse en el abismo de la oscuridad moral. En todas las instituciones pasa lo mismo. Si no se separa a las manzanas podridas y no se castiga a los responsables de delito, se iguala en forma injusta. Son muy pocos los involucrados en este tipo de cosas. Pero no debe haber impunidad ni inmunidad para nadie. Ser familiar de las víctimas del terrorismo de Estado no convierte a nadie en un santo inmaculado. Las madres y los hijos son los que más deben defender la ética y la honradez a la hora de hacer política y de acusar a los genocidas.

Otra vez, nadie lo definió como Zito Lema: “No puedo dejar que la pasión perversa por el poder mesiánico, con prácticas autoritarias o un ‘sacerdote oficial’, como lo expresara en su reciente renuncia el coordinador de la carrera de Derechos Humanos, doctor Eduardo Barcesat, transforme un bello sueño cultural en una horrible pesadilla”. Vale aclarar que Barcesat es el mismo constitucionalista que hoy sigue colaborando con las Madres y que recientemente denunció ante la Justicia a Mauricio Macri.

Los medios y periodistas militantes todavía no han dicho una palabra de todo esto. Dirigentes que vienen de la izquierda o el progresismo y valoran los aspectos más elogiables del kirchnerismo se han plegado a la decadente idea de ocultar la megacorrupción y de llamarse a silencio en muchos aspectos claramente negativos. Algunos lo hacen por “disciplina partidaria”, muchos por temor a ser expulsados del rentable paraíso cristinista y otros por flagrante complicidad. El caso Schoklender es sólo una muestra.

Fuente : Perfil

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