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domingo, 18 de mayo de 2014

Eterna regurgitación por Pepe Eliaschev

 

Eterna regurgitación

1505  EDITORIAL Pp
Pepe Eliaschev

La Argentina es una repetición constante de sí misma: nuevas manifestaciones que, en lugar de comprometer a los Gobiernos de Ciudad o de la Nación, solo perjudican al ciudadano corriente. 


Foto: DyN.
Foto: DyN. |
Hay dos aspectos a encarar a propósito de lo que aconteció este jueves 15 de mayo en la Ciudad de Buenos Aires. Pero, antes de hincarle el diente a ambos, déjenme decirles, tal como anunciaba al comienzo del programa de hoy, que de algo podemos estar seguros en la Argentina: el carácter reiterativo, circular, repetitivo. Si regresáramos a la época del papel carbónico, tiendo a pensar que la Argentinaes un país que se escribe así mismo con papel carbónico. Repite métodos, criterios, reacciones, y lo sigue haciendo más allá del éxito o del fracaso de esta metodología.
Tenemos piquetes en la Argentina hace por lo menos 15 años. La metodología ya está instalada, se ha diseminado de manera brutal. Fue convertida en algo tan absolutamente natural y perteneciente a la vida cotidiana, que ya resulta imposible diferenciarla de lo que sería una sociedad normal. Entendámonos: protestas, reacciones, peticiones masivas, las hay en todo el mundo. En función de la historia de cada país, de su cultura política, de su desarrollo cívico, de sus propios valores culturales. Durante la mal denominada “primavera árabe”, la receta fue bala: Hubo bala en Egipto, en Túnez, en Qatar, en diferentes países, a las manifestaciones de la gente que pedían algo que en la Argentina existe: libertad política. 
En otros países, la protesta, aún cuando puede ser fiera e intensa, recorre los andariveles de los criterios compartidos, como por ejemplo que mi derecho termina en donde empieza el derecho del otro. Si algo llama la atención de este llamado Frente de Organizaciones en Lucha, que cortó hoy la 9 de Julio, es que todos ellos patrocinan un cambio cambio revolucionario en la Argentina. Movimiento Territorial de Liberación Rebelde, Agrupación Clasista Lucha y Trabajo, Movimiento Sin Trabajo Teresa Vive, Tendencia Piquetera Revolucionaria, Asamblea Charrúa, Polo Obrero, Asociación Gremial de Trabajadores Cooperativistas, Autogestivos y Precarizados, son algunos de los nombres de los grupos que hoy estuvieron casi nueve horas ahorcando a la ciudad al bloquear el neurálgico centro de Avenida de Mayo y la 9 de Julio.
Es un dato importante y nada menor que bloquearon el Metrobús, quizá el elemento de su gestión más notorio y más exitoso que ha tenido la administración del ingeniero Mauricio Macri. Los manifestantes sostienen que sus ingresos están siendo comidos por la inflación y acusan por igual a los gobiernos de la Ciudad y de la Nación de promover leyes represivas, como la de antipiquetes. En verdad, ese proyecto de ley no fue del gobierno de Macri: fue y sigue siendo del oficialismo kirchnerista. Dicen que “desde hace más de 8 meses una decena de organizaciones sociales y varios miles de vecinos de los barrios más marginados de la Ciudad, venimos intentando desarrollar un diálogo”. Bueno, lo de “varios miles” es un exceso de lenguaje. No había “varios miles”.  Había 150 personas. Lo cual no es un descrédito. Pero pone las cosas en su lugar. No se trató de una pueblada: se trató de una actividad a la que fueron varias decenas de personas encuadrados por grupos militantes.
Hablan del flagelo de la desocupación, de problemas estructurales, piden urbanización, obras en escuelas, hospitales; lo hacen de manera muy genérica. Advierten que la inflación les come el poder adquisitivo, “porque el ajuste aprieta”, dicen que no quieran que los atienda “funcionarios de segunda línea, queremos trabajar, mejorar nuestros barrios”. Por eso resolvieron este acampe, que como toda movida de esta naturaleza necesita logística, infraestructura, carpas, bebidas, encuadrar a las personas. No se trata de un episodio espontáneo, ni se trata de gente que marcha una hora y luego se retira, como pasó con los cacerolazos. Se trata de una gente que ha descubierto que el “acampe” -otro neologismo argentino importante- es una herramienta fantástica para generar la reacción oficial.
A eso le sigue el otro gran argumento, que escuchamos hace ya muchos años. Para estos piqueteros, de esta manera el reclamo cobra entidad pública porque se hace presente la televisión. ¿La televisión es culpable? ¿La televisión no debería cubrir estos eventos? Por supuesto que sería un disparate reclamarle a la televisión que se autocensurara o dijera “no, no lo vamos a mostrar para que no cunda el ejemplo”, porque que esté bloqueo del microcentro de la Ciudad, es un dato periodístico irrefutable. A la búsqueda de la visibilidad, dicen ellos que van, porque de otra manera los dirigentes, el poder, no los recibe.
En segundo lugar: ¿es que acaso, la única manera de que una sociedad funcione con una dialéctica de reclamos y atención de reclamos es generando este caos? Los grupos que integran el llamado Frente de Organizaciones en Lucha, ¿tienen claro que el transporte público y la vida pública son los espacios populares por antonomasia? ¿Saben que están complicando hasta la locura la vida a la gente que se gana su existencia yendo y viniendo de sus ocupaciones? ¿Lo han pensado estos militantes? ¿Verdaderamente, lo han reflexionado? ¿Creen que “cuanto peor, cuanto mejor”, como sus antecesores políticos decían en los años 70? ¿Piensa que generando esta suerte de crispación permanente, de sofocamiento y desdén por la población, se va a suscitar una reacción acorde con lo que ellos necesitan y de tal modo, el Gobierno saldrá perdedor?
Acá no pierde ningún gobierno. Ni en el de la Nación, que tiene la suprema responsabilidad de conducir un país desde hace ya once años, ni el de la Ciudad, que no está en condiciones de atender de esta manera, casi de modo intimidatorio, las demandas de estas organizaciones, todas ellas muy pequeñas y extraordinariamente radicalizadas en lo ideológico.
La polémica de siempre: ¿Es que acaso estoy pidiendo “represión”? Claro que no. La sociedad argentina no ha logrado evolucionar a un punto de cultura política que le permita garantizar de manera irrestricta el derecho a la protesta, el derecho a la manifestación pública, en igualdad de condiciones y paralelamente, a la preservación de los derechos, en este caso, una vez más, las abrumadoras mayorías que por cierto no estaban en las carpas del Obelisco.
¿Qué es lo que no quieren ver estos dirigentes radicalizados? Que, con todo lo legítimo que pueda tener el reclamo de estos grupos, el de ellos sigue siendo un reclamo extraordinariamente minoritario que no debería utilizar la extorsión y el chantaje de la carambola – corto las calles para que me atiendan – a los fines de que se conozcan sus demandas.
Por eso, la Argentina regurgita. Se repite a sí misma. Esto que pasó hoy, ha venido pasando y seguirá pasando. Uno de los grandes, por no decir el principal responsable de esta situación, ha sido el Gobierno, que durante largos años, con la excusa inicialmente atendible – repito: inicialmente atendible – de la necesidad de no criminalizar la protesta estableció al piquete y al acampe como herramientas legales y legítimas que no se podían tocar. El caso emblemático es el de Gualeguaychú: ese piquete, que duró cuatro años, implicó el cierre de una frontera internacional. Desde ahí en adelante, nunca más el Estado pudo decir “esto no se puede hacer porque va en contra de la ley”.
La ley no es reaccionaria; el estado de derecho no es represivo; la mantención del orden no es una consigna fascista. Las consignas que levantan de reivindicación social estas personas son totalmente legítimas en muchos casos; la manera de aplicarlas las desdice completamente ante la cínica pasividad de un Gobierno Nacional que sólo atina a decir: “que se hagan cargo los otros”.

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