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martes, 24 de julio de 2012

Política y deseo: ¿hagamos el amor y no la guerra?

Política y deseo: ¿hagamos el amor y no la guerra?

Por: | 23 de julio de 2012
 
“Yo siempre me acuesto en la primera cita”, espeta Baya, el personaje protagónico de Los nombres del amor, la ingeniosa comedia francesa de Michel Leclerc que se estrenó hace un par de semanas en España. “Es demasiado liberal para mí: es una pesadilla”, argumenta Arthur, la contrafigura masculina.
Leclerc kasmi
El director de 'Los nombres del amor', Michel Leclerc, y su pareja y coguionista Baya Kasmi, cuando recibieron el César al mejor guión original.
Él se llama como la mitad de los hombres en su país, tiene más de 40, es veterinario y votante socialdemócrata ('jospinista', de Lionel Jospin, aclara a cada paso), un tío con un muro defensivo de miles de tabúes y secretos de familia. Ella, una veinteañera entusiasta de nombre árabe, hija de argelino y activista de izquierdas, se enrola en todas las causas sociales y, por sobre todo, en la oposición acérrima a Sarkozy.
Pero antes de que el pequeño Napoleón del siglo XX llegara al Eliseo, para rubor de buena parte de la Galia bienpensante, Baya ya tenía un plan: iba a convertir a los señores de la derecha en ciudadanos solidarios y libérrimos… a fuerza de unas cuantas dosis de buen sexo.
Entonces, surgen las preguntas: ¿Cuánto afecta la política al erotismo? ¿Y el sexo a la política?
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Otro tono: imagen de 'Eros + Massacre', de Kiju Yoshida (Japón, 1970), vía cineclub La Quimera.
La espléndida película de Leclerc (escrita a cuatro manos con su pareja, Baya Kasmi, y libremente inspirada en su propia historia romántica) actualiza aquel lema que tanto nos gustó alguna vez: “Hagamos el amor y no la guerra”. Por cierto, nada más apropiado que el humor sentimental, con sarcásticos guiños a la política, en este tiempo europeo muy revuelto, que no es la guerra pero…
Tráiler de ‘Los nombres del amor’ (o de 'los genes', en el original francés), de Michel Leclerc, hoy en las salas españolas.
No sé a ustedes, pero a mí la misión ‘evangelizadora’ de Baya se me daría fatal. Me resulta muy difícil compartir cama con alguien en las antípodas ideológicas.
Un día confesé aquí mismo cuánto me baja la libido descubrir un libro de Ken Follet en la mesilla de noche del partenaire; bueno, con el asunto sociopolítico me sucede algo parecido. También es cierto que si alguna vez que me ha gustado mucho alguien de quien he sospechado podía ser un ‘adversario’ político, antes de infligirme el castigo de la abstinencia he intentado convencerlo.
Absurdo, me dirán, pero así somos algunas mujeres: no estamos dispuestas a perder al galán, pero tampoco queremos que vote a los que no queremos que ganen. Entonces, cuando las palabras para seducir han  quedado atrás, ya entre caricias algo más subidas de tono, ahí es cuando llega el instante oportuno para esta suerte de chantaje erótico (en frases entrecortadas para que no suene tan duro): “(…) solo si me prometes que no votarás a tal…”, por ejemplo.
En uno de esos momentos de negociación me ha ocurrido que me digan: “Está bien, no voto a tal, pero tampoco a los tuyos”, y yo creo que eso ya es suficiente demostración de cariño, deseo o el sentimiento que a ti te guste asignarle a la relación en cuestión.
Todo fluye mejor (los líquidos corporales externos y los cefaloraquídeos) cuando coincides en principios con la pareja circunstancial o estable. Pero hay que averiguarlo. Al menos yo tengo que saberlo antes del amor, con el riesgo que eso implica para mi voluble deseo.
Una vez conocí a un extranjero que vivía en una región en la que la población votaba mayoritariamente a gente que me parecía en extremo nociva, políticamente hablando. La atracción con el chico era tan fuerte y, al mismo tiempo, yo tenía tanto miedo de que me decepcionara en el plano político, que me lancé a la piscina más pronto que lo habitual: “Tú que vienes de ahí, no serás partidario de…” .  Él sonrió y sacó un carnet que daba cuenta de su militancia en la oposición. Uf, no saben cómo allanó el camino aquella credencial.
Otra vez, un amigo hermoso, científico de los de las ciencias duras él, poco afecto a los devaneos políticos y prosaicos, en general, me habló de unas investigaciones que sugerían que ser de izquierdas o de derechas tenía que ver con la configuración cerebral, y yo sentí que esa sola frase humedecía zonas muy distantes de las cerebrales. De cómo es que una sentencia semejante puede hacer que uno muera de deseos instantáneos por quien la pronuncia es un misterio sobre el que seguiré indagando.
Cuando pienso en estas convicciones del alma que se vuelven ansias bastante carnales, me acuerdo de la desconfianza que le provocaba la falta de definición política a la esposa del miembro de la Resistencia francesa (interpretada por Dolores Morán) en Tener y no tener (1944), el clásico de Howard Hawks sobre libro de Ernest Hemingway, y en cuyo guión participó nada menos que William Faulkner.

En 'Tener y no tener' de Howard Hawks, la esposa del miembro de la Resistencia tiene contradicciones con Harry,  el marinero que 'solo hace su trabajo'. Estupenda Lauren Bacall.

Los memoriosos recordarán que la acción transcurre en Martinica y que Humphrey Bogart interpreta a un marinero que se declara neutral en plena II Guerra Mundial. De ahí el resquemor de la mujer frente a un hombre que, viendo el avance de los nazis y las persecuciones de Vichy, asegura que él solo trasladará a los resistentes en su barco porque va a cobrar el trabajo. Esto, hasta que ella se deja seducir por el lado profundamente humano del bueno de Humphrey, reservado hasta la extenuación.
Por fin, concedo que, digamos lo que digamos, el deseo es inexplicable. Y así como, según me consta, algún señor neocons ha confesado su fascinación por las chicas con rastas de la Puerta del Sol, también ha de haber morbos al revés: por ejemplo, el que le provoca el empleado de la corbata más recta, en la sucursal del banco, a la chica con falda hindú.
Y tú: ¿puedes irte a la cama con alguien en total desacuerdo político?

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