una goleada para la gente
Cuando cree en sí misma, la Selección puede escribir las mejores partituras
El 4 a 0 a Ecuador tuvo dos caras: un primer tiempo excelso, con la batuta de Messi y el brillo del ataque, y una segunda parte en la que el equipo repitió errores del pasado.
Lo que ellos disfrutan, padecen y analizan cada semana del año no sólo se convierte en pesadilla de este lado del océano, sino que nos hunde en esa profunda paradoja con mucho de sinsentido que dice que los mismos señores por los que los nuevos ricos del planeta –rusos, árabes, algún flamante empresario de medios argentino, quizás el próximo conductor de “Legislando por su Sueño”– ofrecen millonadas se convierten en vulgares víctimas de un seleccionado vacío de ideas y de audacia cuando se disfrazan de celeste y blanco.
No había demasiados motivos para esperar algo muy diferente en el primer partido oficial del año del equipo de Sabella. Por cierto, el solo hecho de volver a tener en casa a Messi después de los setenta y pico goles de la temporada, a Higuain y a Di María campeones con el Real o a Agüero, aun con la pilcha del superhéroe del City a flor de piel, obligaba a la ilusión. Además, la Argentina acaba de jugar su primer partido oficial en el año. Difícil acordarse automáticamente de cómo nos sentíamos hace siete meses, cuando un cuasimilagroso repunte en Colombia ayudó a disimular el peor comienzo argentino desde que se instaló este sistema de eliminatorias.
Entonces, cuando cae la ficha de que después del gran debut con la goleada ante un increíblemente ingenuo seleccionado chileno llegaron los bochornos históricos de la derrota ante Venezuela y el empate de local ante Bolivia, tiene cierta lógica abrir el paraguas aun un sábado sin una mísera nube.
Con esa sensación me llegó la hora del partido. Con la ilusión de que Gago, Di María, Agüero, Higuain y Messi se parecieran lo suficiente a sí mismos para darle buen destino a una apuesta que Sabella hizo claramente en contra de su naturaleza. Algo que Alejandro no sólo dejó en claro en las declaraciones de la previa, sino que salió de ella casi como un alérgico cuando a los 15 del segundo tiempo puso a un Sosa inexplicable –salvo por el gran pase del cuarto gol– por Agüero y desactivó la poca expectativa que había dejado la impecable y contundente demostración del primer tiempo. Nada quedó poco después, cuando sustituyó la sagacidad y la jerarquía de Higuain por el proverbial barullo de Lavezzi.
Injusto sería quedarse con la segunda mitad del partido; la del vaso semivacío. De todos modos, es imprescindible tenerlo en cuenta por varios motivos. Entre ellos, para dejar en claro que fue una pena que un equipo necesitado de certezas y de revincularse con su hinchada haya dejado escapar la ocasión para establecer durante 90 minutos las diferencias que,
efectivamente, es capaz de establecer respecto de la gran mayoría de los rivales de la región. Sí lo hizo durante la primera mitad, pero la falta de continuidad y la vehemencia con la que el entrenador desarmó el esquema que lapidó a Ecuador merecen constar en actas a cuenta de la próxima fecha ante los paraguayos. Esta fue otra razón para no ignorar el lado malo de una linda tarde/noche. Entiendo que cuando la Argentina juega con Messi, Higuain y Agüero no juega con tres delanteros, sino que, antes que eso, hace una utilización integral y urgente de recursos que la mayoría de los grandes equipos del mundo no dudaría en poner en la cancha. Y Argentina necesita sentir que es un gran equipo si aspira a trascender y ya no a transcurrir contemporánea al mejor futbolista del planeta.
No fue casual, al fin y al cabo, que Argentina haya entrado en los diez últimos minutos del juego sin tres de los cuatro hombres más influyentes que puso de entrada.
La mitad del vaso lleno justifica plenamente el repudio ante la sensación de que aquella mitad vacía fue tan responsabilidad argentina como aquella. Quiero decir que fueron 45 minutos plenamente disfrutables como desde hacía rato no se veía por estos pagos. Tanto como para prescindir de que seguimos sin resolver las limitaciones de los laterales –como Román es el mejor agente de prensa de Clemente, siento necesario ser prudente en mis conceptos al respecto– y que Mascherano no mintió ni un poco cuando dijo que ya pensaba más como zaguero que como volante central. A propósito, parece de una ingenuidad sin límites haber perdido ante Paraguay por dos amarillas a Javier y al Kun en un partido ya liquidado.
Es imposible determinar la influencia de un primer gol mal sancionado en un partido entre un equipo vergonzosamente replegado y otro que cuenta con fenómenos hechos a la medida de un contragolpe lleno de espacios. Sólo por eso elijo ser medido para calificar aquel gran rato del seleccionado. Pero aun antes del gol en offside de Agüero, Argentina había hecho lo suficiente como para asegurarse un buen pasar por Núñez.
Ojalá la cara y la contracara de anoche ayuden a Sabella a confiar en el camino que menos le gusta a la hora de armar el equipo para la próxima. Porque con una de ellas se jugó el mejor fútbol desde que Alejandro llegó a la Selección, y con la otra nos parecimos a Ecuador. Porque Lionel Messi lo necesita. Y porque el fútbol argentino lo merece.