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domingo, 17 de julio de 2011

Cuando coleccionar se transforma en una pasión por Jorge Ene

Cuando coleccionar se transforma en una pasión

Algunos juntan monedas y otros estampillas. Historias de vida que se cruzan atrás de una misma pasión.

Buscar, encontrar, clasificar y guardar. Compartir. Rastrear las historias detrás de las cosas y aprender. De eso y mucho más se trata el coleccionismo, un pasatiempo que aquí en la región cuenta con numerosos adeptos.

"Yo empecé jugando. A los 6 años encontré tirados en la chacra unos cajones que tenían unas monedas". Así empieza el relato de Néstor Serrano, un vecino de Roca a quien la numismática se le apareció durante su infancia, sin pedir permiso, una tarde cualquiera en el patio de su casa. "Para mí eran soldaditos y los hacía jugar a la guerra: las plateadas contra las otras. Después empecé a juntar más para agrandar el ejército".

Néstor tiene ahora 36 años. Desde que se mudó de su chacra en Mainqué hasta esta ciudad, a los 17 años, comenzó a tomar "más en serio" su afición por coleccionar.

A medida que su colección creció, creció también su familia y sus obligaciones. Una esposa y tres hijos hicieron que este numismático decidiera "guardar todo" durante 8 años. Una emisión especial del Bicentenario argentino y la apertura del Cefinuro en Roca le devolvieron, renovada, su pasión. Ahora cuenta con un arsenal de 800 unidades.

Otra historia de casualidades -o fatalidades- es la de Néstor Herrero. Él se hizo filatélico un poco por gusto, y otro más porque así lo quiso el destino: "El comienzo mío fue por algo muy triste. El que era filatélico era mi hijo, que había empezado a los 12 años y desgraciadamente a los 15 falleció".

Herrero comenzó en el 83, tras un año de dolor en el que no supo bien si continuar la colección de su hijo o abandonarla para siempre. Hoy tiene 71 años, dos hijos grandes fuera de casa y un dormitorio invadido por las miles de estampillas que ha recolectado, con cariño y perseverancia, a lo largo de dos décadas. "Para mi mujer son figuritas. Siempre me dice: el día que te mueras vas a estar aún calentito y yo voy a meter todo a la parrilla", comentó Néstor.

No quiere hacer alarde de su colección, pero advierte que si dice que tiene 100.000, probablemente se quede corto. No hay un solo ejemplar que guarde con menos cariño que el resto: "¿Favoritas? No, a mí me gustan todas. Conmigo, si quieren quedar bien, regálenme una estampilla".

Hugo Carballo, en cambio, colecciona de todo. A diferencia de sus pares filatélicos o numismáticos, este roquense de 58 años junta objetos de toda época, tamaño, forma y estilo.

"Yo empecé a los 18. Pero no con algo específico sino con todo tipo de antigüedades", explicó Hugo. De chico se pasaba el tiempo en una chatarrería, juntando objetos que la gente despreciaba, salvando reliquias del vertedero.

Tanta cosa guardada lo llegó a convertir en un importante coleccionista privado, hasta que pensó que era momento de compartir sus antigüedades. Devolverlas a su estado de huella identitaria, patrimonio histórico.

Ése fue el inicio de su museo, primero ambulante, después asentado en un pequeño local en México 1015. "Lo tuve abierto como museo por cuatro años, pero no funcionó". Para salvar su colección del olvido, la convirtió en compraventa. "Hice un duelo personal para desprenderme de mi museo. Las primeras cosas que vendía las lloraba", confesó Hugo.

Su vida pasó a ser hoy la de un proveedor, pero podría decirse que Hugo sigue coleccionando. Para él, para sus clientes. Y para la memoria colectiva.

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