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jueves, 2 de junio de 2011

Jorge Vocos Lescano - Biografía por Jorge Ene

Se alejó un día de Córdoba, a la que siempre volvía y la llamó “ciudad donde inauguro/ la sangre fervorosa y el desvelo”, donde pudo crecer y sentirse bueno.

Nació en 1924 en Córdoba. Estudió en el Colegio Monserrat. Las vacaciones del muchacho, transcurrieron en Río Segundo, en la quinta de su familia. Allí se enamoró, naturalmente, por primera vez. En ese tiempo, bajo las altas galerías del verano, que dispuso esa especie de ocio tan suave, nacieron sus palabras de poeta, su visión estética del mundo y el afable recuerdo de la luz, las flores, las voces escogidas. El amor tuvo para él “la dulzura secreta de la piel”, Como si el mundo fuera natural (1971), cuando en nada se piensa , nada más que en querer. De estas cosas escribe Vocos Lescano, con placiente fluidez, con la misma inquietud natural del pájaro que canta. Su libro más célebre El tiempo más hermoso, alcanzó la duodécima edición y le valió el ingreso a la Academia Argentina de Letras en 1976. Vocos Lescano parece escribir con modestia y no es menos típico de su prosa y de sus versos, cuando evoca con lirismo distinguido, la casa paterna, la madre, los hermanos, los amigos, los caballos, los plátanos de inquieto tornasol. Amaba los ríos, como el río distante de Vicente Barbieri, que nunca muere. Quizás los ríos de cada provincia, de cada país, son los que determinan el paso de la vida y el sentimiento, como vivir el tiempo y la hondura del tiempo, en aquel libro suyo Un río es muchos ríos (1974).

Escribió en Insula y Correo Literario de Madrid, en Sur y Criterio de Bs. As. y en Laurel de Córdoba. Creó y dirigió el suplemento literario dominical del diario El Liberal de Santiago del Estero. Ha dado conferencias en el País y en Paraguay. Actuó como jurado en numerosos concursos en representación de la Sociedad Argentina de Escritores.

Por su manera poética de ser, Vocos Lescano era nominalmente elegíaco, romántico de pudorosísima escritura, jamás crispada. En 1979 la Academia publicó su Obra Poética, por él mismo seleccionada, mundo de tiernos cuadros cordiales, hasta prosaicos, pero precisos y elegantes. Había publicado una veintena de libros, cuando falleció en Buenos Aires, el 19 de octubre de 1989. Aunque ausente lejanamente, su voz, como la del ilustre Capdevila, puede ser enlazada a la memoria azul de nuestro cielo.

Publicaciones

Sonetos anteriores (1949); Tres Lamentaciones ( 1950); El Alma hasta la Superficie ( 1954); Los Aires y el destello ( 1956); Día tras Día (1957); El tiempo mas hermoso (1959); Un canto a la Argentina ( 1960); Y Dios dirá después (1962); Como si el mundo fuera natural (1971); Queriendo y en la Vida (1972); Que es olvido que se junta (1977); entre otros.

OBRA POETICA

Academia Argentina de Letras, Buenos Aires 1979



Y Dios dirá después

1962


El tiempo es un camino

1.

Ni mas

ni menos.

Porque el tiempo es un camino

que lleva conforme vas,

si vas hacia algún destino

todos los días son buenos

pues andando llegarás.

Ni menos,

ni mas.

2.

Tal vez no tenga sentido

mas yo no se distinguir

- como otros- amor de pena.

Pero es que todo esta unido

por la misma cosa llena

de milagro que es vivir.

3.

Triste o dichoso,

como sea, lo que existe

siempre por ser es hermoso.

4.

¿y la alegría

que es

si no una siembra de melancolía

para después?

¿y acaso el alma

no empieza

precisamente a conseguir la calma

con la tristeza?

5.

En verdad, hermoso es todo

mas si notas diferencia

no investigues su existencia

mira mas bien a tu modo

de ser y tener conciencia

6.

Por eso en la relación

con cualquier cosa hay remedio

basta con poner en medio

la adecuada condición

7.

Pero si así no ocurriera,

Si no fuera como digo,

Recuerda y lleva contigo

De ejemplo a la primavera:

que si ella es tan verdadera

es porque en su itinerario,

por lo mismo que es precario,

para darse en luz y aroma

todo ella acepta y lo toma

sabiendo que es necesario.

8.

Eres, eres.

- No me explico que mas quieres.

9.

Claro que esta bien que pidas

si tienes necesidad.

Mas porque alguno, no olvides,

tendrá que dar lo que pides,

bueno será que te midas.

Pide entonces la mitad.

10.

Por otra parte,

como lo enseña el viajero

que conoce bien el arte

de partir y de llegar,

quien de carga va ligero

no solo arriba primero

sino que habrá de arribar.

11.

Si quieres que sea cierta

de algún bien tu posesión,

guárdalo en el corazón

pero no cierres la puerta.

12.

Cuando se interrumpa a veces

la huella

o empieces de ti a dudar,

señal será de que creer,

de que ya firme en su estrella

tu ser se empieza a encontrar.

13.

en cambio, si de pronto un día

creyeras que llegando estas,

del propio juicio desconfía

dado que siempre falta mas.

14.

y ahora, mientras vamos,

con el alma dispuesta,

nuestras voces unamos

al coro de la fiesta:

- Yo soy:

demos gracias por hoy.

-Tú eres:

vivamos nuestros seres.

- Él es:

y Dios dirá después.


Como si el mundo fuera natural

1971


Canciones

De un sueño

1.

De haber soñado

contigo la noche entera,

cantando me he despertado.

Cantando como si hubiera

dormido en medio de un prado

con toda la primavera

y todo el cielo estrellado.

2.

Dicen que el sueño es nada.

Yo de soñarte, sin embargo, vengo

que ya no sé ni cómo me sostengo

de tanta luz que traigo en la mirada.

3.

Igual que con el sol y con el mar,

para hablar

de este sueño

no hay por donde comenzar.

Igual que con el sol y con el mar,

mucho mejor es callar

y no tener otro empeño

que andar sintiéndose dueño

de todo,

nada mas que por soñar.

Igual que son el sol y con el mar.

4.

Amor mío, amor mío,

soñar contigo es como haber

ido en la tarde a contemplar un río.

Amor mío, amor mío,

es como haber ido y volver

trayendo a Dios, cortado en una flor.


Que es el olvido que se junta

1974

Y todo, todo lo que quise…

Y todo, todo lo que quise o tuve,

vuelve ahora en tus aguas oh memoria

mas es otro el afán que cae historia

trae a la superficie cuando sube.

Vuelven las dulces calles donde anduve

todo el amor, pero el lugar de gloria

lo que ellas traen es la obligatoria

pregunta de porqué no lo retuve.

De los recuerdos que en el curso aflora

también mi ser, el ser que en cada asunto

fui por entonces, por entonces era.

Desde él pregunto donde estoy ahora,

dónde estoy, dónde, y a lo que pregunto

nadie contesta nada en la rivera.

El tiempo más Hermoso

Editorial Lozada S.A, Buenos Aires, 1976

El pueblo

Cuando las sierras todavía no se habían puesto de moda y eran verdaderamente las sierras; cuando el camino de asfalto no existía y todo el mundo viajaba en tren, como siempre se debe viajar; cuando en Córdoba los anteojos de cristales oscuros eran poco menos que desconocidos y la gente miraba sin temor a la luz, como siempre hay que mirarla; cuando las mujeres andaban a caballo montadas a lo mujer, que es tan fácil como montar a lo varón, y mucho mas elegante, según decían en casa; cuando, en una palabra, todas las cosas eran como debían ser, entonces, en aquel tiempo, Río Segundo era también el pueblo mas hermoso de la tierra.

Teniendo a la margen izquierda del río que e ha dado el nombre que lo separa de Pilar, cruzado de extremo a extremo por las vías del ferrocarril, a uno de cuyos costados se levantaban los inmenso galpones de cereales, donde a toda hora se veían camiones cargando y descargando bolsas, el pueblo contaba con una fábrica de aceites y con una cervecería que por aquellos años, hacían la vida y la felicidad de sus habitantes. Por las mañanas, temprano, los almacenes y las tiendas del primer bulevar, que así lo llamaba, mostraban una gran animación. Las puertas de las casas de ramos generales, y también las del edificio de correo, eran verdaderos racimos de sulkies y caballos y chatas, venidos de la colonia, de todas partes. Hacia la tardecita, las mesas de los cafés, en la vereda, se llenaban de hombres que bebían y que hablaban de la política, del estado del tiempo, de la cosecha, de recuerdos, de lo que siempre se habla. Y había algunos médicos, que eran naturalmente los que mas sabían, y cuyos nombres, hacia la época de las elecciones, adquirían un prestigio especial. Y dos o tres comisionistas que todos los días iban a la ciudad y volvían, cargados de valijas y de bultos. Y un comisario, que tenía un caballo moro y una linterna. Y carros llenos de sandías y de melones. Y, des cuando en cuando en las afueras, algún campamento de gitanos. Y muchas, muchísimas historias de fantasmas. Y una iglesia, donde el domingo se rezaban dos misas y donde el párroco, durante el sermón, siempre se las arreglaba para dar contra el baile del sábado. Y había de todo, de todo. Y la gente, con sus afanes y sus sueños, vivía segura y contenta, bendecida por Dios.

Del otro lado de las vías, unas diez o doce cuadras adentro, hacia el sur, comenzaban las quintas. Cercanas al río, llenas de sol y de sombra, de frutas y flores, con sus rumorosas y dulces acequias, con los caballos y la transparencia del aire, ellas fueron alguna vez, lo mismo que las quintas de Pilar, el lugar mas codiciado de Córdoba para el verano. En tanto las clases terminabas, las familias empezaban a llegar. Y llegaban los Tagle, los Ferreyra, y los Garzón, y los González y los Palacio y los Luque y los Villarruel y los Sueldo y tantos, tantos otros. Y los Vocos, por supuesto, que éramos de los primeros. Y cada familia traía sus amigos y sus invitados. Y cada casa era un mundo.

La vida se iniciaba nuevamente. Y cada una de esas quintas, cada uno de esos mundos, iba ajustando su aliento, iba adaptando su ritmo al del conjunto, y lo hacía con una naturalidad y una armonía tales que el sistema, a poco de inaugurarse, funcionaba maravillosamente, como ordenado por los ángeles. Y no podían ser otros que los ángeles quienes por allí anduvieran, porque las leyes que sostenían a la hermosura se daban del modo mas imprevisible pero también mas exacto. Y si de pronto alguien, en alguna parte, tocaba el piano, o si hacia el mediodía se improvisaba una cabalgata, o si en el jardín conversaban las visitas, o si lo chicos jugábamos, y en un instante nos poníamos a pelear y nos revolcábamos por el suelo entre la lluvia de trompadas, y volvíamos luego llorando, con la ropa hecha pedazos, o si en las noches de luna los mayores salían con las guitarras y se iban a dar serenatas, y eran capaces de cantarle hasta el mismísimo Don Cuevas, el sepulturero, todo estaba muy bien y era justo y necesario que así fuera, porque todo, todo a su tiempo y a su manera, contribuía al milagro.

Es ésta, es ésta la palabra. Por eso, al pensar en el pueblo, en aquellas quintas y en aquellos veranos, yo me he puesto a hablar y a decir cosas, no he podido quedarme en silencio. Pero no me engaño, no, y me doy cuenta de que cuanto digo y cuanto podría seguir diciendo, nace del gran dolor que me embarga y sobre todo del miedo, de este miedo que siento porque los años han pasado y porque ahora soy grande. Porque cuando uno es grande y se enfrenta a lo milagroso, sabe perfectamente que está perdido, las rodillas se aflojan y no hay nada que hacer. Y entonces, por grande que sea, uno es igualito, lo mismo que un niño que se pone a silbar en la oscuridad.

Las hojas

Como la de tanto árboles, las hojas de los plátanos tiene un acara superior suave, lustrosa, intensa, y la inferior, la otra, donde se inerva el tallo, áspera, opaca, y también más clara. Y cuando el aire da de pronto en ellas y las inquieta, por obra de esa diferencia prodúcese un movimiento, un juego de colores y de luces de una sugestión muy honda, casi indecible. Sobre todo al alba y hacia el atardecer, mirar a esas hojas es como llenarse de música.

Una vez, cansado del día, de su fervor, me estaba yo en la galería, tendido en una reposera, ajeno. Y en tanto aguardaba a que anocheciera y nos llamaran a comer, miraba, miraba largamente y sin pensamiento a los grandes plátanos que bordeaban el jardín y la casa. El juego de las hojas estaba en su apogeo. Las últimas claridades, al hacer mas densas algunas sombras, acentuaban el contraste.

Húmeda, la fragancia del campo ponía lo suyo. Y las hojas se movían, se movían.

De repente ocurrió lo imprevisto: las hojas desaparecieron. Y allí en el lugar que cada hoja dejara, había un ojo, un ojo que se abría y se cerraba, inmenso, y que no hacía nada mas que mirarme. Y eran muchos, muchísimos ojos. Y todo el espacio que hasta hacía un instante las anchas y carnosas copas habían ocupado, todo ese espacio, digo, y mas todavía, era un mar infinito de ojos. Y todos se cerraban y se abrían y me miraban. Y yo, que estaba en la galería tendido en una pobre reposera, me ví desnudo y solo, mas niño aún. Pero no me vi en casa y descansando, como me hallaba, sino en medio de un monte de confines, lleno de árboles, de millones de hojas, de puros ojos. Y todos me miraban, silenciosos, y yo, que caminaba que me había perdido y debía caminar sin alivio, sin tregua, no podía resistir esa avidez, el silencio abrasador de esos ojos, y me tapaba los míos para no ver. Pero era igual, era inútil, y el ser entero me temblaba traspasado, se me retorcía como entre llamas y mis manos y toda mi cara estaban empapadas de llanto.

Y así, hasta que me llamaron a comer.

Esa noche, por supuesto, no probé bocado-

Y desde esa noche no he logrado apartar de mí la idea, el pensamiento de lo que pueda ser la mirada de Dios.

Aire

A veces me quedaba horas, sólo mirando. Si alguno de los amigos venía entonces por mí, no conseguía nada y pronto lo despedía. Hasta el mismo Sapo Peralta, que me quería tanto, y que casi nunca dejaba de traer algún petiso para que yo anduviera, muchas tardes tuvo que volverse en seguida, protestando sin entender. En casa, mis hermanos decían: está con luna. Pero no era como ellos pensaban, ni tampoco me encontraba solo. Mis ojos habían descubierto la presencia del aire y mi corazón se abría ya, dichosos, a la gloria de su amistad. Eso era todo.

¿Cuándo, dónde, cómo se me reveló el aire? En verdad, no lo sé. Por otra parte, y como eternamente me pasa con lo que voy viviendo, jamás se me dio por hacerme tales preguntas. ¿Para qué? Alguna vez –lo demás poco importa- sobre mi cabeza sentí el peso de una mano, leve, fresca, serenísima. Al volverme, él estaba. Y yo lo ví, lo ví, dulce y hermoso, innegable y cierto como mi madre, como el ruido de la acequia, como el cajón donde guardaba los juguetes. Y en si mirada había un temblor lejanísimo de flores, de mañanas naciendo, y aunque sus labios no decían palabra, de su sonrisa, de su figura toda se desprendía una fragancia, brotaba una música de puros silencios, incomparable, que me ganaba y me envolvía a ser, que llegaba a las cosas y las tomaba, y me las mostraba y me las iba entregando, así como sacándolas de un pañuelo de colores, y todo sin darme tiempo, sin que a mí ni siquiera se me hubiese ocurrido preguntar. Y entonces supe que él, el aire, era dueño de la luz, y que en los veranos no tenía descanso, porque debía andar de un lado al otro, llevándola, repitiéndola, ya por las anchas copas de los carolinos, ya por los arenales desnudos de la costa, ya por el lomo y las crines de los caballos sueltos por el campo. Y que en las noches tampoco dormía, porque la claridad de las estrellas es la que los sueños piden, y él tenía que seguir andando, moviéndose para buscar y tocar con sus dedos encendidos las sienes de alguna mujer, o las ramas de esos pinos que sólo crecen para sostener algún día los globos y los regalos y el júbilo de la Navidad. Y supe, además, porque en ese momento lo entendí todo de una vez, que quien tuviera el privilegio de verle y de creer en él, como yo en ese instante, ya nunca, nunca llegaría a sentir el corazón ensombrecido por la distancia y el olvido y tantos otros desvelos que por entonces no sospechaba y cuyo sentido, después, el tiempo me fue enseñando. Porque no hay rincón a donde su aliento no llegue, porque de algún modo él sigue siendo el mismo y permanece idéntico al que fue en la primera hora del mundo y porque su gracia, en definitiva, no es otra que la de mantener unido a cada uno con los rostros y los nombres que ha querido, con toda esa vida con la cual, desde que nacemos, estamos golpeando a las puertas de la eternidad. Y él había venido, para participarme de la hermosura, para incorporarme a las maravillas que su transparencia esconde. Y estaba allí, y para que yo le viese, y en señal de amistad, de pronto había extendido una mano y la había dejado deslizar por mis alborotados cabellos.

Desde entonces, puedo decir, no ha habido casi momento de mi existencia en el cual él no haya estado presente y yo no lo haya visto. Aunque nadie lo supiera, hasta intervenía en mis juegos, como otro compañero mas, y en ocasiones su ayuda me resultaba valiosísima. Gracias a él, muy pocas veces consiguieron ganarme alguna carrera, fuese a pie o a caballo, o vencerme en un combate de barriletes. Cuando la dicha o la pena eran muy grandes, nada podía hacerme tanto bien como el marchar a su encuentro por algún camino, o quedarme sentado en la galería, desentendido a todo, esperándole. Era el alivio, la certidumbre, la paz. Su fidelidad ha sido ejemplar y a través de los años, hasta hoy, nunca se alejó demasiado de mi lado ni dejó de acudir a mi requerimiento. Porque, desdichadamente, yo no he sabido ni he podido conservar íntegra mi capacidad de asombro, la confianza aquella del niño que fui, única condición que él pone para otorgar su amistad.

Este poeta nacido en Córdoba y que ha vivido en esta ciudad hasta los 22 años para radicarse luego definitivamente en Buenos Aires, ganó enseguida aquellos ámbitos literarios con la publicación de su primer libro Sonetos anteriores. Dicha obra llamó la atención por el armonioso y cristalino lenguaje que manejaba el autor, conquistando a los lectores por la musicalidad de su palabra. La dulce espontaneidad de su canto, la seguridad de su oficio, el don de la palabra que ya poseía le vaticinaron un porvenir que los años inmediatos se encargarían de confirmar. El alma hasta la superficie, que fue galardonada en 1949 con el premio “Adonais” de Madrid, constituyó su consagración no sólo ya dentro de nuestra poesía sino en parte del ámbito hispano, en cuya tradición se inserta.

En los primeros libros de Vocos, los temas aparecen imbuidos de nostalgia, del recuerdo de la ciudad donde nació y vivió hasta su mocedad. De algún modo continúa la temática de las añoranzas que en muchos momentos fueron preponderantes en la poeía de Capdevila, pero no tratados de la misma manera. Mientras e autor de Córdoba Arzul confería al tema matices descriptivos (lugares tradicionales de la ciudad, sus sierras); Vocos encara su materia poética de un modo subjetivo, con emoción y gusto poético distinto. Vocos no elude caer en los convencionalismos de la métrica y de la rima, manejándose con sobriedad en las formas tradicionales que utiliza, uniendo la sencillez al sentimiento, con influencias tanto de los clásicos españoles –Quevedo, San Juan de la Cruz, etc- como de los poetas de la “Generación del 27” y también de Machado: “Oh Ciudad, yo me fui de tus esquinas/ vivo el afán, tomé una senda oscura,/ más al partir ya estaba en mi cintura/ tu cinturón de torres y colinas!. Decía Vocos en sus primeros sonetos, evocando a Córdoba y en otras piezas volvería al tema para verter su mismo desvelo, objetivamente expuesto donde advierte cierta resonancia miguelhernandiana: “De lirio de tus torres con sus fechas y de tus sierras con su territorio/. No se habrá visto azul más meritorio/ sometido a razones tan estrechas”.

Su inclinación hacia las cosas del pasado, la celebración del amor y cierto aire de despedida que hay en muchos de sus versos, han inspirado casi todos sus libros otorgándoles esa coherencia de mundo sensible, de cerrado orbe armonioso, que posee toda su obra, mas bien dictada por las palpitaciones del corazón que por los planteos del cerebro, la cual ha ido creciendo reiteradamente al entregar casi un libro de poemas por año. Esta suma lírica ha merecido en 1977 el Premio Nacional de Poesía, casi dos años después de haberse incorporado ala Academia Argentina de Letras como miembro correspondiente, la cual ha publicado en 1979 su Obra Poética. A ella debemos agregar su libro El tiempo más hermoso, que constituye de por sí un largo poema en forma de relatos de infancia y adolescencia y que es el más celebrado de sus libros.

El camino trazado por la poesía de Vocos Lescano se muestra recto y muy diáfana la atmósfera que lo envuelve. El verso tradicional (sonetos, principalmente, liras, romances) es renovado y fresco en este cantor cuyos temas parecen al fin uno mismo, prolongado y diversificado, con una significación actual, llena de pureza y recogimiento en su mismo ser.

No es exagerado suponer que la poesía de Vocos Lescano sumó su aporte a una vasta etapa de la literatura argentina, distinguida por su lirismo y sentimiento que hoy parece cerrarse para dar paso a otra etapa, donde prevalece un concepto intelectual más rígido de la misma.

Félix Gabriel Flores

Poetas de Córdoba Siglo XX

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