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domingo, 12 de enero de 2014

El Gobierno tiene su brújula rota POR EDUARDO VAN DER KOOY

El Gobierno tiene su brújula rota

POR EDUARDO VAN DER KOOY

 

 

Un inaudito debate sobre el precio y el abastecimiento de tomates consumió buena parte de la última semana del Gobierno cristinista. Jorge Capitanich, luego de sucesivos traspiés políticos, optó por anunciar un nuevo calendario de vacunación nacional, con la incorporación de la triple bacteriana celular. El jefe de Gabinete, convertido el 20 de noviembre en el nuevo delegado de Cristina Fernández, desmintió la renuncia de Miguel Galuccio como CEO de la petrolera estatal YPF.
Nadie había hablado sobre ella.
En sus charlas matinales con la prensa esquivó el creciente escándalo en torno del viaje de fin de año de Ricardo Echegaray a Río de Janeiro y el abrupto final para el ensayo impositivo con los Bienes Personales. Prefirió rendirse frente al comunicado de Axel Kicillof, que sepultó el proyecto, luego de entrevistarse con la Presidenta.
El ministro de Economía acaba de asomar como la nueva voz autorizada del poder.
Habrá que ver cuánto le dura. Debería reparar, antes de envalentonarse, en lo que le ocurrió a Capitanich. Kicillof venía de la oscuridad en que había sido atrapado por la crisis energética. La cara debió ponerla en la emergencia Julio De Vido. A cuatro semanas de comenzados, los cortes de luz no se solucionan y los piquetes se multplican en la Ciudad y en puntos del conurbano. Pero en lugar de la falta de luz el Gobierno optó por hablar sobre los tomates.
Kicillof aseguró que todas las informaciones y comentarios sobre desencuentros en el Gobierno son pura telenovela de los medios de comunicación. Pero no se privó de relajar a Echegaray por el recule con los Bienes Personales. El titular de la AFIP ha sufrido el daño político más severo desde que ocupa ese cargo.
No sólo por la desautorización del ministro de Economía. También quedaron en evidencia sus falsedades alrededor del controvertido viaje de fin de año. Dijo que nadie le pidió la renuncia y que tampoco piensa en retirarse. Cristina se enfrenta así a un dilema. Echegaray, el funcionario que presiona y recauda para un Gobierno derrochador, fue impactado por varias balas en su línea de flotación.
¿Seguirá siendo útil en esas condiciones?
Sucede además que entregar ahora al jefe de la AFIP sería para la Presidenta conceder una victoria a los medios de comunicación, que lo pescaron in fraganti en Brasil, y a la oposición, que se montó en esa ola. Inadmisible para la lógica presidencial.
La descripción de toda aquella desbaratada escena permitiría, en un primer golpe de vista, extraer tres conclusiones. Existe una crisis social y política, por la brecha que se abrió luego de la derrota en octubre, en el liderazgo de Cristina. Su conducción a la distancia, forzada por las secuelas de su enfermedad, afronta serias dificultades. Aparece, por otra parte, un equipo de Gobierno con pronunciada incompetencia y carente del soporte político adecuado para el inicio de la complicada transición.
En este último punto convendría detenerse. El encumbramiento de Capitanich, hace menos de dos meses, despertó dos expectativas. De un lado, oxigenar y agilizar las decisiones y los trámites del poder. Del otro, tender un puente con el sistema peronista representado, en especial, por sus caudillos baqueteados. El papel del jefe de Gabinetecasi se ha incinerado. Aquel imaginario puente en el PJ ni siquiera pudo empezar a construirse. Quienes presagiaban con el ex gobernador de Chaco una candidatura K para el 2015 sufrieron una rápida defraudación. Al poder de Cristina, entonces, le sigue faltandoalgún eje sustancial.
La fidelidad de Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico, de La Cámpora y de un puñado de movimientos sociales, no lo son.
Ninguna de esas desgracias ha ocurrido porque sí. Detrás de ellas influirían el estilo de siempre y también la coyuntura que atraviesa la Presidenta. Hay una mujer inquieta y preocupada, sobre todo, por su salud que tampoco habría terminado de procesar los dos años deadversidades que le aguardarían hasta la cesión del mando. Cristina ha preferido refugiarse en el silencio. Como le pasó a muchos de sus antecesores, no comprende debido a qué motivos una abrumadora mayoría de la sociedad resolvió desairarla en las urnas.
Sobrevuela sobre ella cierto resentimiento y un agravado desenfoque. Tampoco se trataría de un estado de ánimo novedoso. Testigos y memoriosos refrescan, a propósito, aquella turbulenta jornada del 18 de julio del 2008 en Olivos. Un día después del voto no positivo de Julio Cobos, que significó para los Kirchner un duro porrazo en el conflicto con el campo.
“La Argentina no se merece gente como nosotros”, vociferó Cristina delante de su esposo en un pico de ira. Y murmurando su deseo de renunciar.
Ese trance pasó. Vino la recuperación política y la continuidad, que insumió el costo incalculable de la vida de Kirchner. El futuro posee ahora, en cambio, una fecha de vencimiento. Aquel silencio actual de Cristina no representaría, de todos modos, prescindencia. Capitanich y Kicillof reiteraron la semana pasada que todas las decisiones son de Cristina. Que, aún envuelta en cierto misterio, estaría al tanto de cada paso que planea su Gobierno. Ninguno de los dos funcionarios mintió. La controversia sobre el frustrado cambio de los Bienes Personales pareció una adecuada hoja de ruta.
Ni el jefe de Gabinete ni Echegaray habrían improvisado. Cristina fue informada durante sus vacaciones de 19 días sobre el fuerte desajuste de las cuentas públicas. Capitanich insinuó delante de ella la posibilidad de algunos recortes para reducir el gasto del Estado. La Presidenta retrucó con el temor de un enfriamiento de la economía. Y encargó que se indagara sobre alguna variante fiscal. Las variantes no sobran porque la Argentina se convirtió en la última década en uno de los cinco países del mundo con mayor presión tributaria. Pero Echegaray intentó hacer los deberes a partir de un descubrimiento: en los últimos años todas las provincias, sin excepción, recurrieron a un revalúo fiscal inmobiliario. Con una modificación de los Bienes Personales podía engordarse la recaudación.
El camino rastreado por el titular de la AFIP fue el mismo que, sistemáticamente, había transitado el Gobierno en una década, cada vez que se vio en apremios. La resolución 125 que detonó el conflicto con el campo tuvo vinculación con esa lógica. Cuando por obra del cepo cambiario los argentinos transformaron en imaginario ahorro los viajes al exterior, llegaron los recargos en las tarjetas de crédito. Desde entonces, los autos de alta gama resultaron ser, sobre todo, la nueva forma de ahorro. El kirchnerismo contestó con la aplicación de un impuesto segmentado. Cada una de esas decisiones resultó un castigo a la producción. La economía está amesetada y, además, amenazada por la descontrolada inflación. Lo que la Presidenta pretendió evitar con un recorte del gasto público pareciera concretarse, al final, por la vía tributaria.
Kicillof se asustó por la posible onda expansiva de las modificaciones en Bienes Personales. Se le ocurrió comparar, proporcionalmente, con lo que había sucedido en términos de crispación social con el intento de aplicación de la 125. Ese consejo se extendió hasta la residencia de Olivos. Cristina resolvió dar marcha atrás. Kicillof y Capitanich fueron obligados a dejarlo bien en claro en público. Fue sólo ella la que habría evitado el perjuicio a cientos de miles de argentinos.
El jefe de Gabinete y Echegaray quedaron como los malos de la película.
El ministro de Economía debe, sin embargo, hacer frente todavía a lo peor. Tiembla con el índice de inflación que divulgará el INDEC sobre diciembre. Será el último con las reglas que impuso Guillermo Moreno. Las consultoras privadas lo ubican en torno al 4%. Ha empezado a encontrar más dificultades de las esperadas en el acuerdo de precios que transó –para Capital y Buenos Aires– con un grupo de cadenas de supermercados. Paradojas entre el relato K y la realidad: nada más corporativo que ese acuerdo porque induciría, sin dudas, a la concentración de la demanda.
Otro punto vulnerable para Kicillof está en las reservas del Banco Central. El goteo no se detiene. La controversia por los Bienes Personales produjo la semana pasada una disparada del dólar blue. El ministro estuvo de consulta con algunos economistas de la heterodoxia, varios de ellos ex compañeros de Facultad. No habría escuchado buenos pronósticos ni hallado atajos –salvo maniobras financieras con bonos que le permita rescatar dólares– para enfrentar la encrucijada económica alejado de recetas (con tufillo a ortodoxia) que malhumoran a Cristina y a él mismo.
Curiosamente, tal vez como recurso de última instancia, Kicillof se acordó de Amado Boudou. El vicepresidente desaparecido posee un borrador sobre medidas que habría que apurar en el frente externo para evitar un mayor debilitamiento de las reservas.
Acuerdo con los fondos buitre, con el FMI y con el Club de París.
La vuelta al pragmatismo de su sepia juventud ucedeísta. Boudou preparó ese mini-plan cuando supo el miércoles 2 de octubre que Cristina tenía un trastorno cardiológico. La Presidenta se hizo atender el sábado 6 y recibió la mala nueva de la hemorragia subdural. El vicepresidente supuso que estaría un buen tiempo, de modo interino, a cargo del Poder Ejecutivo. Y que podría fogonear aquel paquete de medidas. Pero el cristinismo puro lo borró de la escena pensando en su impopularidad.
Fantasías de las tantas que merodean a un Gobierno que deambulaen la tormenta.
Copyright Clarín 2014

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