Cristina, sé lo que hiciste el verano pasado
Sonaban las sirenas de todos los buques, un tenor cantaba "Aurora" y tres aviones pasaban en vuelo rasante y dibujaban en el cielo una fumata azul y blanca. Parecía un homenaje de Spielberg filmado en Pearl Harbor, pero todo ocurría en un modesto anfiteatro montado frente a la base naval de Mar del Plata. Parecía también que habíamos ganado una guerra anticolonial, pero sólo estábamos celebrando la corrección de un grave error doméstico. Así comenzó el año político de Cristina Kirchner, con una carísima y estruendosa "fiesta popular" para que sus militantes aplaudieran el regreso a tierra de la Fragata Libertad, que, por negligencia gubernamental, había sido embargada en Ghana. Los afiches pagados por Balcarce 50 consistían en un dibujo soberbio con toques estalinistas y remembranzas de Salgari, en el que Cristina parecía una bucanera al mando de un timón añejo. Decía: "Cristina Capitana. Nosotros viento, la patria barco". Qué rápido olvidamos algo tan próximo: no pasó un año de aquel hilarante momento "patriótico", y la Presidenta guardaba todavía la ilusión de eternizarse.
En la estela de esa omnipotencia, la gran dama recalentó aquel verano al firmar un oscuro pacto con Irán. No le importaron las dudas razonables que le planteaban todo el arco político y las propias organizaciones judías, y ordenó la obediencia debida en el Congreso. No se trató, recordarán, de una lógica búsqueda de consensos para un tema que por su delicadeza excedía los perímetros normales de la política. Había que sacar el proyecto a lo guapo. Para demostrar quién tenía los votos y quién mandaba. Se hizo su voluntad.
Los idus de marzo, no obstante, la cubrieron de contrariedades: el 5 murió su gran amigo y aliado Hugo Chávez, y el 13 ascendió al trono de Pedro su enemigo más emblemático: Jorge Bergoglio. Cristina tuiteaba sobre ciertas obras públicas en Neuquén y Río Negro mientras el planeta se conmovía por el papa Francisco. Lo pensó mejor, tragó saliva y unas horas después pegó un espectacular giro de 180 grados y se abrazó a la sotana blanca. Dios no sólo es argentino, también es peronista.
La primera desgracia apareció muy pronto. Y lo hizo a modo de un diluvio bíblico: en tres horas cayeron 181 milímetros de agua sobre La Plata y murieron 78 personas. Tardó demasiadas horas la Presidenta en reaccionar frente a una tragedia nacional, pero los vecinos no sólo le recordaron esa tardanza, sino que le señalaron airadamente la imprevisión del kirchnerismo y la inoperancia general del Estado. El cristinismo se vanagloriaba de la política y del rol de la administración pública, y ambas naufragaron aquellos días. Algunos fondos reparatorios esenciales jamás llegaron a destino.
Nada impidió, sin embargo, que Cristina se recuperara de esos tragos amargos y fuera a fondo con el proyecto que cruzó todos los límites: la "democratización de la Justicia". Que se originaba en su despecho por la lentitud en los fallos sobre la ley de medios y que en los hechos significaba todo lo contrario de lo que vendía: un inédito ataque a la independencia de los jueces y al mismísimo disco rígido de la democracia. Lanzó una compaña brutal contra los magistrados, creó logias judiciales propias y logró nuevamente que el Parlamento legislara esa revancha personal sin buscar acuerdos, con la seguridad de que el Estado siempre tiene la razón y de que ella era su encarnación única.
Se deleitaba todavía con el perfume del 54% y sus lenguaraces agitaban la chance de una re-reelección. A veces corremos sin freno y nos llevamos por delante el blíndex. En agosto, las elecciones primarias fueron ese golpe ciego. Hubo al principio negación, pero en la intimidad de la derrota se decidió enviar emisarios a Washington y tratar de arreglar con el Ciadi, el FMI y el Club de París. Todo sucedía con un vértigo de miedo en un país desmesurado. Lanata había sacudido la conciencia pública con 30 puntos de rating al mostrar la forma en que hacía negocios el principal socio de los Kirchner. A fin de ese mismo año sin par, Alconada Mon añadiría pruebas documentales sobre la increíble promiscuidad entre el principal contratista de Santa Cruz y la familia de la Presidenta.
Cristina estaba contra las cuerdas por este escándalo, por el deterioro de las finanzas (se perdieron 13.000 millones de dólares en reservas durante doce meses) y por un creciente malestar social. No pudo resistir tantos disgustos. El 8 de octubre le efectuaron una operación en el cráneo y quedó fuera del ring varias semanas. La convalecencia le ahorró poner la cara frente a los resultados del 27, cuando el revés electoral del kirchnerismo terminó de sellar el féretro de la utopía de la perpetuación. Ni la breve euforia que le produjo la declaración de constitucionalidad de la "ley Clarín" que le regaló la Corte pudo devolverla al timón: Cristina Capitana no podía repetir el error de su marido, que desconoció las reglas más elementales de la medicina, y empezó a coquetear secretamente con tomar distancia (este país ingrato no nos merece) y en todo caso con buscar a otros que se metieran en la brega, se encargaran del descalabro y se quemaran con el ajuste inexorable. Porque la jefa había descubierto, aunque de manera traumática, que el modelo no era lo que creía en enero, cuando le había ganado a Ghana: una máquina de hacer pájaros de progreso e igualdad. El modelo estaba pinchado y perdía agua por los cuatro costados, el cepo cambiario era una bomba de relojería y la inflación se multiplicaba.
Su desgano y prudencia, también su falta de estómago para asumir decisiones impopulares, beneficiaron a Capitanich y a Kicillof, y hundieron a Moreno. La Presidenta en reposo permanente soportó comiéndose las uñas quince días aquel poder delegado al jefe de Gabinete y luego comenzó a cortarle las alas. El gobernador del Chaco en precavida licencia, hecho un pollo mojado, ya no habla cada mañana para los periodistas, sino exclusivamente para la dueña.
En operaciones, pero sin salir de su living de Olivos o de su jardín de El Calafate, la dama conduce por teléfono o a través de su hijo Máximo. A ambos les tembló la quijada al ver por televisión la protesta policial y los saqueos, y sin solución de continuidad los cortes de luz y de agua de un diciembre negrísimo. Andan buscando ahora que los gobernadores peronistas, a quienes convenientemente les refinanciaron las deudas de su mala gestión, paguen ese rescate millonario en un acto público brindándole su apoyo incondicional a la Presidenta de la Nación, a quien en privado desprecian. Nadie sabe si habrá esta vez tenores cantando "Aurora" ni aviones dibujando fumatas azules y blancas.
El ejercicio de repasar algunos de los acontecimientos del año obedece a la necesidad de examinar varias cuestiones cruciales. Primero, nuestra frágil memoria, nuestra pérdida de capacidad de sorpresa y la naturalización que demostramos frente a esa monstruosa excepcionalidad en que se han convertido nuestras vidas. También a la pregunta del millón: ¿habrá iluminado en algo a Cristina Kirchner toda esta insólita y agobiante experiencia anual? Un hombre que perteneció a su círculo íntimo me lo dice con todas las letras: "Se equivocan quienes piensan que está descansando, que tiene un plan bajo el brazo, que todo esto la cambió. Se equivocan profundamente quienes especulan con que ha tomado conciencia de sus defectos". Ella entonces no aprendió nada. ¿Habremos aprendido algo nosotros? Tengo mis serias dudas..