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domingo, 8 de octubre de 2017

Pido perdón: me voy a ocupar de Boudou, Por Carlos M. Reymundo Roberts/La Nación

Pido perdón: me voy a ocupar de Boudou

Por Carlos M. Reymundo Roberts
Carlos M. Reymundo Roberts

Lo veo a Amado Boudou sentado en el banquillo de los acusados y me saco. Con lo apasionante que está la campaña electoral, en la que Esteban Bullrich gana votos sin hablar y Cristina hace las delicias de grandes y chicos bailando zumba, digo, con todas las cosas que están pasando en el país y en el mundo, no puedo creer tener que ocuparme de Boudou. Ya sé que es un caso paradigmático, un ícono del kirchnerismo y blablablá; ya sé que el tipo llegó a la cumbre universal de la corrupción, porque ni siquiera a los peores bandidos de la historia se les ocurrió afanarse la maquinita que imprime los billetes; no ignoro, además, que fue el gran acontecimiento político y judicial de la semana. Pero igual, me rebela estar obligado a hablar de alguien que si no fuera por Cristina, nos enteraríamos de sus fechorías en las páginas policiales y no en las políticas. Alguien que no es, sino que fue. Ex militante de UPAU (brazo universitario de la Ucedé), ex profesor del CEMA (un altar del mercado), ex converso fulminante a las causas nacionales y populares, ex niño mimado de Cristina, ex proyecto de delfín, ex ministro de Economía, ex vicepresidente, ex sonrisa permanente, ex escondido detrás de una barba. Gente dañina que se lo cruza por la calle le pregunta: "Perdón, ¿usted quién ex?".

Hay otra razón por la que me siento tan a disgusto. Lo conozco muy bien. Empecé a tratarlo ya avanzados los años 80, cuando hablaba con desprecio de los zurditos, la progresía y los peronchos. Era un chico divertido y picarón. En Mar del Plata, su ciudad, "Aimé" -así lo llamaban- invitaba a Frisco Bay, la disco en la que reinaba como DJ y organizador de eventos; leía a Adam Smith, ganaba con las mujeres y vivía atento a la marcha de sus finanzas personales. Como le fue muy mal (quebró una poderosa empresa de recolección de residuos en medio de un escándalo y un juicio por fraude y vaciamiento), acaso ahí puede estar el germen de su posterior mutación política y de una historia cuya última foto es él sentado frente a un tribunal: lo que no le daban los negocios habría que buscarlo por otro lado. Aimé siempre fue un busquín.

Lo conozco tanto que, fíjense mi problema, nunca termino de conocerlo. ¿Le creo al que amaba a los Alsogaray, al que amaba a Cristina o al que se ama a sí mismo por sobre todas las cosas? ¿Al que amaba a su primera mujer o al que, después de separados, le mintió burdamente para salir ganando en la división de bienes? Tres veces le dio a la Justicia direcciones falsas: ¿le creemos cuando dice que eso le pasa por no usar GPS? Para inscribir un Audi 04 presentó documentación apócrifa: "Es cierto, el Audi me voló la cabeza. Prometo no volver a hacerlo". Le creí cuando me dijo, compartiendo un Chivas en su departamento de Puerto Madero, que abrazaba el kirchnerismo como un servicio a los más necesitados. Hablaba de los pobres, no de los Kirchner. Esa noche reveló que quería quedarse con Ciccone por un objetivo altruista: repartir en las villas los billetes que se descartan por defectos de impresión.

Quizás el Boudou más creíble, más auténtico, es el que apareció en los cables confidenciales de la embajada norteamericana en Buenos Aires filtrados por WikiLeaks en 2011. Amado, ministro de Economía de un gobierno del bando bolivariano, enfrentado a Estados Unidos, le abrió las puertas de su despacho a la embajadora Vilma Martínez. Vilma suele comentar, muerta de risa, que su vida se divide en antes y después de ese encuentro surrealista. Gran anfitrión, la recibió con su sonrisa más bucodental y con inolvidables recuerdos de su paso, "cada temporada", por las pistas de esquí de Aspen y por las playas de San Diego. "Simpático y locuaz" -tal como lo describe ella en los cables enviados a Washington-, admitió que las mentiras del Indec eran un problema y que las políticas económicas del gobierno también lo eran, pero que cambiarlas suponía pagar un costo político demasiado grande. Puedo imaginar la reflexión política y sociológica que provocaron aquellas confesiones (¡un ministro de Economía criticando el programa económico!) en la embajadora: "Wow".

Así se prodigaba el hombre: simpatía a derecha e izquierda, a Vilma y a Hebe. Una farsa no se le niega a nadie. El Amado más visceral es, sospecho, el de la Harley-Davidson, autos importados, trajes a medida, cigarros cubanos, bulos de lujo. "Un concheto de Puerto Madero", lo definió una vez Cristina. Amado es el de otras tres causas por corrupción, el de los viáticos estrafalarios y sin comprobantes, el que hizo gastar una fortuna para darle impronta boudouniana a su despacho en el Senado: mandó importar una gran mesada de vidrio (dicen que costó 40.000 dólares) y pintar de blanco la noble boiserie de las paredes. Amado es activista de los derechos humanos con las Madres, socio de negocios oscuros con Núñez Carmona, populista con Guillermo Moreno, piquetero con Esteche, agitador con D'Elía, fashion con sus noviecitas, rockero con la Mancha de Rolando.

Sentado en el banquillo de los acusados, impertérrito, no se dio vuelta para ver entrar a Vandenbroele a la sala de audiencias. Una lástima: perdió la oportunidad de conocer a su testaferro.

Durante el juicio oral seguramente saldrán a la luz más datos sobre las andanzas de Boudou.

Ya no hacen falta.


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