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sábado, 8 de octubre de 2016

A solas con Macri por los jardines de Olivos, por Carlos M. Reymundo Roberts

A solas con Macri por los jardines de Olivos

por Carlos M. Reymundo Roberts












El miércoles fui recibido por el Presidente en la quinta de Olivos, y no puedo mentirles: me fue mal. Dijo que no me necesita para que le escriba discursos. Que tampoco me necesita para relacionarse con los medios, y menos todavía para desarrollar una política de comunicación. En fin, que no me necesita. Ojo: yo no estaba rapiñando un puesto y no tengo intención de alinearme con el Gobierno. Quería que me ofreciera algo para poder decirle que no. Decirle que no a un presidente, con el pretexto de no perder independencia, es una cucarda que llevás hasta el final de tus días. Pero este ingeniero esquemático ya tiene sus equipos armados y está contento con ellos. No piensa cambiar nada. Le encanta el laburo de Marcos Peña y Durán Barba, los armadores del discurso de Cambiemos. Pues bien, como no pude hacerlo el miércoles, lo hago ahora: Mauricio, ni intentes convocarme. Me ofendí.

Quizás estoy siendo muy duro con alguien que lee esta columna (o leía, como Bergoglio, que al convertirse en papa me abandonó) y que una vez, cuando no era presidente, hasta la elogió. Esta semana también fue generoso conmigo un reconocido senador peronista que durante 12 años jugó para el kirchnerismo. Me pregunto qué estoy haciendo mal. El buen periodismo es una espada filosa que a todos perturba. ¿Por qué resulta amable un espacio que por su propia naturaleza debería ser, para la dirigencia política, como una piedra en el zapato? Hablé de estos temas con Mauricio mientras caminábamos por los jardines de Olivos. Dicho sea de paso, los militares que custodian el predio nos saludaban con sonrisas y "buenos días". Están felices. Como es sabido, en tiempos de Cristina estaban obligados a darse vuelta. Les había prohibido que la miraran. La quinta -también dicho sea de paso- luce espléndida. Aunque los trabajos siguen, se ha podido revertir el estado de virtual abandono en que la habían dejado los Kirchner: paredes despintadas y con humedad, artefactos que no andaban, un aire acondicionado roto tapado con nylon de bolsas de basura, sectores del parque con matorrales, decenas de árboles muertos y con riesgo de caerse... Un símbolo del descuido eran dos grandes macetones colocados junto a la puerta de la casa principal: sólo tenían tierra sucia. Es lógico plantearse qué pasa en la cabeza y en el corazón de una familia que se permite vivir así y que permite que se deteriore así la residencia de los presidentes, patrimonio de todos los argentinos. Además, es raro que no se les haya ocurrido adjudicarle la reparación a Lázaro Báez. La quinta hubiese quedado más digna y de paso se hacían de unos cuantos mangos.

Bueno, cierro el paréntesis estético/psicológico y retomo mi charla con Macri. Él me había invitado para hablar sobre la relación siempre difícil entre periodismo y poder. Le interesan las historias de cuando yo trabajaba con los K. Le conté que nos daban precisas instrucciones sobre cómo mantener vivo el relato. Por ejemplo, una vez, parafraseando a Goebbels, el imperturbable Zannini nos dijo: "Mientan, mientan, mientan, que siempre queda algo por mentir". Mauricio se niega a tener un relato, y lo entiendo. "Segundo semestre" no parece el tipo de consigna inspiradora que levanta a las masas. Y tampoco él se muestra como un gran relator. Sus amigos dicen que lo suyo es el trabajo en equipo, hablar poco, hacer mucho. Digamos, una Cristina al revés. A propósito, la troika de Macri está convencida de que después de 10 meses ha logrado, aireando los ambientes y exorcizándolos, ahuyentar las "energías negativas" de la ex presidenta que habían quedado flotando en la Casa Rosada y en Olivos. Otras energías negativas, como haber dejado a uno de cada tres argentinos en la pobreza, llevarán más tiempo.

¿Cuál es el código de comunicación de Cambiemos? El timbreo. El kirchnerismo huía de la intermediación de la prensa hablando mal de ella, persiguiéndola, rompiendo diarios antes las cámaras, tratando de silenciarla, comprando medios y periodistas y, por supuesto, con los discursos en cadena. Cambiemos lo hace tocando el timbre. No es la única fórmula, pero les encanta. En mi larga conversación con Macri me permití darle algunos consejos para que eso funcione mejor. Uno es que lleven a Alfonso Prat-Gay. Yo no sé si algún día logrará que vengan inversiones, que Ganancias no nos exprima y reducir el déficit fiscal, pero el tipo tiene una pinta bárbara y cuando habla es un fenómeno. Alfonso es el distinto del Gabinete, porque es el menos encuadrado, el menos amarillo, el librepensador. También llevaría al timbreo a Durán Barba en calidad de sujeto exótico y para que se dé un baño de conurbano profundo. A Juliana Awada, que hasta ahora ha sido impecable y como premio por haberle devuelto a la quinta de Olivos el esplendor que, cosa paradójica, le había quitado una familia de hoteleros. Al Momo Venegas: si tenés un solo sindicalista, mostralo. A José Luis Espert, como invitado especial, y que hable mucho, para desmentir a los que dicen que éste es un programa neoliberal. En cambio, no llevaría a Lilita Carrió. Una cosa es tolerarle su autonomía y otra, que toque el timbre y diga: "Buenos días, soy la señora que viene a hablar mal del Gobierno".

Ahora que pienso, no fue tan terrible el encuentro con el Presidente. Un par de charlas más y lo saco bueno.

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