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domingo, 21 de agosto de 2016

La vuelta al gas en 80 mangos, por Alejandro Borensztein

La vuelta al gas en 80 mangos

por Alejandro Borensztein







Debe ser que los suecos tienen otros beneficios allá en Estocolmo. Si no, no se entiende por qué todavía no se vinieron todos a vivir a Buenos Aires o al Conurbano bonaerense, donde el gas, la luz, el agua, el tren y el bondi hace años que te los regalan.
Para ellos, esto sería un paraíso. Imagínese amigo lector lo que debe ser la factura de gas que recibe el pobre sueco cuando la temperatura máxima es de 20 grados bajo cero. Ni hablar de la cuenta de luz, teniendo en cuenta que en pleno invierno el sol sale a las 14:00 horas y se pone a las 14:20.
Tal vez la razón por la que estos escandinavos no terminan de animarse a venir, es porque en el fondo son medio desconfiados y saben que cuando la mano viene tan regalada, tarde o temprano, tenés un quilombo padre. Y eso es exactamente lo que ahora nos está pasando a nosotros. Veamos.
Primero hay que decir que el gobierno anterior, el que fundó la democracia y gobernó hasta que se instauró la dictadura de Macri, no tuvo tiempo de resolver la cuestión energética. Hay que entenderlos. Terminar con la pobreza, eliminar el trabajo en negro, erradicar el narcotráfico, liberar Saigón. Todo no podían.
Así fue que decidieron gastar 12.000 palos verdes por año en importaciones energéticas para cubrir el déficit producto de no haber hecho nada. Este simple dato (12.000 x 4 años = 48.000 palos verdes) explica buena parte del vaciamiento de las reservas del Banco Central durante el segundo mandato de Ex Ella y su consecuente cepo cambiario. Por el resto del faltante habría que preguntarle a la monjita.
El segundo punto a comprender es que gracias a la gran revolución cultural nacional y popular, los argentinos aprendimos que tenemos el derecho universal de recibir energía gratis. Allá en Suecia, les lavaron la cabeza y los tipos creen que hay que garpar. Y los boludos garpan!!! En cambo acá, hay canilla libre de agua, luz y gas.
Esto es así, salvo que uno sea pobre y tenga que comprarse una garrafa, en cuyo caso deberá pagar una fortuna. Que se joroben por ser pobres. Si hubieran elegido ser ricos podrían vivir en la Avenida del Libertador y tener el gas gratis como tienen todos los vagos que viven en Palermo y Barrio Norte.
Por suerte, lo de la garrafa le pasaba a poca gente ya que, según dijo Ex Ella el 8 de junio de 2015 en la FAO, sólo el 4% de los argentinos eran pobres. Lamentablemente, después vino el Führer Mauri, le cortó el chorro de la pauta publicitaria a Spolsky y a Gvirtz, y en 7 meses la pobreza pasó del 4% al 32%.
El tercer problema es el más duro de aceptar. Le explico. ¿Usted conoce a alguien que haya aprendido a tocar el piano de grande y lo haga bien? Seguramente no. Hay cosas que se aprenden de chico o no se aprenden más. En política pasa lo mismo. Y el kirchnerismo aprendió progresismo de grande.
Una de las principales banderas del progresismo en todo el mundo es la causa ambientalista. El ahorro energético. La conciencia ecológica. El desarrollo de energías renovables. Eólica. Solar. En fin, lo que el mundo moderno, democrático y progresista denomina “políticas verdes”.
Pero como los Kirchner se hicieron progres de grande, malinterpretaron el concepto y creyeron que “políticas verdes” era enterrar dólares en el jardín. Por eso, pese a la inmensa bonanza regional, no desarrollaron un carajo y fueron a contramano del mundo. Mientras los uruguayos a fin de este año van a llegar al 30% de generación de energía eólica, nosotros todavía no tenemos ni un ventilador y vivimos mendigando gas por el mundo luego de décadas de autoabastecimiento.
Conclusión: llevaron adelante una de las políticas energéticas más reaccionarias del planeta. Mal que les pese, pensaron la cuestión energética igual que la piensa Donald Trump: gastemos, derrochemos, contaminemos. De yapa, aprovechemos la compra de barcos de gas y “ya que estamos, afanemos”.
¿Termina acá el problema? Obviamente no. Acá recién empieza. Y es justamente cuando aparece un nuevo inconveniente: los tipos que tienen que resolverlo son los cráneos de Cambiemos. Unos muchachos muy entusiastas a quienes la Corte Suprema de Justicia les acaba de parar el carro con un extenso fallo cuya síntesis sería algo así como: “Che macho, garren los libros que no muerden y hagan las cosas como dice la ley”.
El supuesto responsable de todo este zafarrancho es un señor al que el país acusa injustamente de las peores cosas de las que se puede acusar a un tipo. Desde que se curró millones de dólares hasta que por su culpa este verano los niños y jubilados argentinos fallecerán en los hospitales por falta de luz y de agua: Don Julio De Vido.
Pero esta semana, la vida le dio a este buen señor una oportunidad extraordinaria: le avisaron que el jueves iba a tener la posibilidad de defenderse en el Congreso, frente a frente con sus acusadores, en su propia oficina, para limpiar su buen nombre y honor, para gritarle a Aranguren en la cara que todo lo que está diciendo es mentira, y para demostrar que es un patriota que se sacrificó por el país, y que se fue del poder con lo mismo que tenía cuando llegó. Casi como Don Arturo Umberto Illia. ¿Y qué hace el tipo ante semejante oportunidad? No va. Falta. Los deja plantados y manda una cartita por Facebook: “Disculpen, tengo turno con el dentista”.
Así fue amigo lector. Después se quejan de que hay una persecución judicial, cosa que por otra parte es absolutamente cierta. Los persigue la Justicia como suele pasarle a todos los tipos sospechados de ser chorros. Cosas raras que tiene el fucking Estado de Derecho.
En el final de “La vuelta al mundo en 80 días”, la inmortal novela de Julio Verne, el protagonista de la historia Phileas Fogg y su mayordomo Jean Passepartout, navegan contra reloj rumbo a las costas de Inglaterra para llegar a tiempo y ganar la apuesta que hicieron con sus amigos: viajar alrededor del planeta en 80 días. Avisados por el capitán de que se terminaba el combustible, Fogg decide comprarle el barco e ir desmantelándolo para usar la madera y alimentar las calderas. Finalmente, logran llegar al puerto de Queenstown, a seis horas de Londres, flotando en una plancha de madera que fue lo único que quedó de aquel barco destartalado.
Eso mismo hizo el kirchnerismo con la energía y tantas otras cosas para llegar al 10 de diciembre.
Si los genios que están ahora lo podrán resolver o no, es un asunto que está por verse. Ni el visionario de Julio Verne podría saberlo. Por las dudas, compren velas.

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