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domingo, 27 de marzo de 2016

No más golpes a la memoria, por Pablo Sirvén

No más golpes a la memoria

por Pablo Sirvén Pablo Sirvén

Tuve la desgraciada "suerte" -perdóneseme la contradicción- de recorrer la Escuela de Mecánica de la Armada cuando el kirchnerismo no había comenzado todavía a convertir el principal centro de detención ilegal, tortura y desapariciones de la última dictadura militar en uno de sus botines de guerra predilectos, al ordenar parcelar sus instalaciones para distintos menesteres, y que terminó violentando aún más, al banalizarlo, con murgas, asados irreverentes y hasta clases de cocina, con la participación estelar de Hebe de Bonafini y Amado Boudou .

En aquella ocasión pude sentir por mí mismo la gélida opresión de la tragedia desatada en ese lugar, sin intermediaciones interesadas ni relatos distorsionados que sobrevinieron con sucesivas puestas en escena a partir de 2004 al querer hacer pasar como el hecho fundacional de la política de derechos humanos el retiro del Colegio Militar de un cuadro de Videla, cuando, en realidad, la había iniciado veinte años antes, en un contexto inquietante y aún peligroso, el padre de la democracia recuperada, Raúl Alfonsín .

No conocía, en cambio, el Parque de la Memoria, al que llegué por primera vez hace dos domingos. Allí, perplejo, no pude evitar incómodas sensaciones. Es imprescindible que la Argentina dedique un espacio a recordar a las víctimas del peor de todos los terrorismos: el que es organizado desde un Estado constituido. Pero eso no habilita a hacer un relato, por momentos, avieso y a mezclar los nombres de víctimas inocentes con los de "combatientes", muchos de los cuales, incluso, alzaron sus armas contra la democracia. Aun sumados unos con otros los nombres inscriptos en los muros, están muy lejos de ser 30.000, el número sacralizado por las organizaciones de derechos humanos que, incluso, para Horacio Verbitsky "quedó instalado como un lema, como un símbolo". Por decir algo parecido, casi le cuesta el cargo al ministro de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido, al que artistas K y activistas intentaron darle un frustrado y patético minigolpe de Estado por el crimen de opinar distinto.

Es una verdadera paradoja que así como los militares trataron de imponer en dictadura el unívoco canon de subversivos a todos aquellos que se les opusieran, en democracia se quiera establecer con rigidez una única y estricta lectura de las violaciones de los derechos humanos que busca escrachar y perseguir a los que pretenden ampliar el tema a un foco menos idílico y más complejo.

Lo de Martiniano Molina desconociendo el Pozo de Quilmes es nada comparado con la gravedad de que Néstor Kirchner, siendo nada menos que presidente de la Nación, aseverase ex profeso, o por simple ignorancia, que la democracia había callado "tantas atrocidades" hasta su, supuestamente, redentora llegada.

Exageraciones inconcebibles, como la que pronunció días atrás el director cinematográfico Luis Puenzo, en el diario español El País: "En este momento, el poder de represión son los medios".

¿Cómo es posible que el antes lúcido realizador de La historia oficial, filmada en tiempos tanto más difíciles, banalice las atrocidades de épocas tenebrosas al equipararlas aun con el medio de comunicación más horrible que pueda llegar a imaginar?

¿No es demasiado cínico de su parte aceptar, al mismo tiempo, tantas entrevistas periodísticas para promocionar su reestreno en medios en los que él ve representados a represores secuestradores, violadores y asesinos de ayer?

Ir tan genéricamente contra los medios es parecido a rechazar la democracia porque hubo pésimos gobiernos elegidos en las urnas. Pero no es raro que Puenzo caiga en ese exabrupto: es una grave idea racista inoculada durante la "década ganada" que evidentemente ha prendido aun en cabezas que se suponía que sabían discernir.

La inspirada gira del presidente norteamericano, Barack Obama, por Cuba y la Argentina demostró que sin olvidar, una vez que la Justicia ha hecho su tarea y las penas impuestas se cumplen, hay que soltar lastre y romper amarras con aquello que nos mantiene atrapados, resentidos y vengativos por culpa de errores y horrores cometidos por generaciones anteriores. No es necesario para ello, pensar todos de idéntica manera. Por el contrario: vivir en democracia es el desafío de hacer convivir las ideas diferentes respetándose entre sí sin insultos y amenazas.

Después de ver en una de las concentraciones por el Día de la Memoria, montados en un colectivo, a Aníbal Fernández y a Guillermo Moreno, usando de escudo humano a la titular de Madres de Plaza de Mayo, a la cronista radial Mercedes Ninci escupida y a muchos manifestantes tergiversar el sentido de la marcha y gritar: "Vamos a volver" y "Macri, basura, vos sos la dictadura", ojalá que este 24 de marzo haya sido el último feriado en esa fecha (salvo que otro año vuelva a caer en Semana Santa). Es de desear que, en cambio, sea el 10 de diciembre, día de los derechos humanos y, desde 1983, fecha de asunciones presidenciales, el feriado que nos merecemos, una celebración luminosa hacia adelante por todo lo que ha quedado definitivamente atrás: los violentos y las lecturas orwellianas a medida de intereses sectarios. El futuro nos espera. No lo condenemos al pasado.

psirven@lanacion.com.ar

Twitter: @psirven

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