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sábado, 12 de marzo de 2016

Ideología y moral en América latina, La columna de Lanata

Ideología y moral en América latina

La columna de Lanata

Robar desde la izquierda tiene charme. Ahora resulta que hay un complot continental que “obligó” a distintos líderes regionales a volcarse al bolsillo ajeno. No habrían podido evitarlo. Sebastián Dávalos, el hijo de Bachelet, fue llevado por la fuerza a una reunión con su esposa y el vicepresidente del Banco de Chile para pedir un crédito de 10 millones en plena campaña electoral. Con el crédito express el matrimonio compró unos terrenos que al poco tiempo fueron reevaluados por el fisco y ganó una amplia diferencia.
Evo Morales fue arrastrado por agentes de la CIA hasta la cama de Gabriela Zapata Montaño, tuvo un hijo no reconocido con ella, y recién ahora -que Zapata maneja la empresa CAMC, con millonarios contratos con su gobierno- recuerda vagamente el vínculo.
Lula se tropezó con el Petrolao porque el imperialismo lo puso allí. Petrolao -así lo llama la prensa brasileña- refiere a un negocio de coimas con Petrobras por más de dos mil millones de dólares, básicamente con constructoras. A Lula se le acusa de haber comprado un triplex en Guaruja, San Pablo, con coimas de la empresa OAS, y de haber reformado su casa de fin de semana de la zona de Atibaia con dinero de Odebrecht -está probado judicialmente-, cuyo presidente está detenido hace meses por esta investigación. En los casos de Maduro y Cristina Kirchner, son tantos los negocios que valdría la pena decir como resumen que fue inevitable para ellos robarse Venezuela y la Argentina. Estas denuncias -según afirmó un artículo aparecido en Página/12- “forman parte de una ofensiva coordinada a escala continental contra los gobernantes populistas que en la última década transformaron el panorama económico, político y social de Sudamérica, y contra los líderes de los movimientos sociales que los impulsaron y sostuvieron”. Lula y Dilma hoy recurren a la misma excusa a la que recurrió Cristina cuando se conocieron los bolsos de Lázaro Báez y la empresa de Seychelles: “Intentan dar un golpe”, dicen. El propio Néstor lo hubiera justificado años atrás: “Hay que hacer plata para hacer política”. 
El problema son los sastres: el bolsillo no divide un dinero del otro, y es habitual que parte de la política vaya a un triplex en Guaruja. Le pasó, sin ir más lejos, al setentismo explícito más allá de su fundamentalismo: ¿alguien cree que había asientos del dinero de los secuestros? ¿Podría responderlo el propio Verbitsky, autor del párrafo citado, si tuviera el coraje para hacerlo? También sería bueno recordar que los secuestros “políticos” derivaron durante la dictadura a secuestros comunes en Brasil y España, para dar sólo un par de ejemplos.
El bolsillo mezcla, y es difícil volver a pasar de business a turista. Pero ahora el panorama es la imagen de unos pequeños y tiernos ciervitos bien intencionados acorralados por las fauces de la prensa conservadora. Pero cuando el ciervito le afana el tríplex a los que lo votaron, ¿qué deberíamos hacer? La discusión es en verdad muy vieja y tiene que ver con los medios, los fines, la laxitud, los supuestos dueños de la moral y los límites que se imponen en el poder aquellos que creen tener siempre la razón.
¿Hay alguna diferencia entre que nos roben por derecha o por izquierda? Tal vez haya una: que el que nos roba por izquierda nos roba también la única esperanza de que esto sea distinto. Es lo que la década de populismo nos mostró. La única esperanza, otra vez, es una democracia quiza gris pero plagada de controles, donde los bolsillos tengan las divisiones del caso. La idea del complot no hace diferencias políticas: siempre es mejor adjudicar el presente a un plan externo para perjudicarnos que a responsabilidades propias. 
Tal vez sea ingenuo, de nuestro lado, pensar que izquierda o derecha hacen diferencias a la hora de abusar del poder. El sentido de la división de poderes atiende justamente a eso desde hace siglos:cualquiera puede verse tentado, nadie está santificado por su ideología sino por su conducta. Dijo hace unos días Marcos Peña, el jefe de Gabinete, que el kirchnerismo le parecía “infantil”. Lo es: hay pobres buenos, ricos malos, empresas codiciosas, militantes generosos, líderes clarividentes. El kirchnerismo es un inmenso estereotipo: una novela berreta de las dos de la tarde, la historia de la mucama enamorada del millonario. Pero no es eso lo asombroso, lo asombroso es que haya dominado durante doce años la escena política argentina. ¿Dónde estaban los que tenían que decir que no? A la hora de gobernar hemos visto que la supuesta izquierda ocupa el poder como la peor de las derechas. La ideología y la moral no conectan necesariamente. Si fuera así, sería todo más fácil.

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